L D (Luis del Pino) Cuando los peritos nombrados por el tribunal del 11-M recibieron las muestras supuestamente recogidas por la Policía en los trenes, comprobaron con sorpresa que para los 12 focos de explosión del 11-M, incluidas dos explosiones controladas, había un total de 23 muestras, casi todas ellas clavos. Es decir, si hemos de juzgar por las muestras entregadas para los análisis periciales, sólo se recogieron en los trenes de la masacre del 11-M menos de dos clavos por foco. De alguno de los focos no había ni una sola muestra. El extracto seco total que los peritos nombrados por el tribunal pudieron extraer del conjunto de las muestras no llegaba a 1 gramo. Un gramo de sustancia entre todos los focos es todo lo que los peritos han podido analizar.
Sin embargo, lo cierto es que tanto los TEDAX como la Policía Científica trabajaron durante días en los trenes recogiendo efectos y vestigios. Se retiraron de los trenes volquetes enteros de muestras y de restos de la propia estructura del tren. Sin embargo, nada sabemos de qué se hizo de la mayor parte de esos vestigios, especialmente lo que no eran efectos personales.
Muchos de los efectos personales fueron entregados a sus dueños o a los familiares de los fallecidos después de estar expuestos en IFEMA. Pero otros muchos centenares de efectos personales, que no fueron reclamados por nadie, se destruyeron por orden del juez Del Olmo menos de dos meses después del atentado. Esas muestras, compuestas por equipos electrónicos, ropa, calzado y restos de todo tipo, fueron destruidas en una planta de reciclaje de residuos electrónicos y en la incineradora de Valdemingómez. Los certificados de destrucción tienen fecha de 4 y 6 de mayo de 2004.
Entre los equipos electrónicos, se destruyeron 2 teléfonos Samsung, 1 de la marca Philips, 10 de la marca Siemens, 1 Panasonic, 6 Motorola, 13 Alcatel, 1 Ericsson, 2 Movistar, 24 Nokia. Además, se destruyeron otros efectos como una cámara de fotos, un dinosaurio robot, 4 cargadores de móvil, 2 auriculares, 1 polímetro, 7 calculadoras, 1 reloj, 4 walkman, 6 radios o 6 discman.
Decenas y decenas de chaquetas, jerseys, pantalones, camisas, abrigos, rebecas, sudaderas, camisetas, cazadoras, gorros, chales, monos de trabajo... fueron incinerados. Decenas de zapatos, botas, zuecos, zapatillas, cinturones ... siguieron el mismo camino. Como también lo siguieron mantas, sábanas, almohadas, toallas, neceseres, maletines, bolsos de señora, maletas, monederos, mochilas, bolsas de deporte, portafolios o paraguas. En las actas de destrucción consta cómo se quemaron también libros, folletos, agendas, planos, tarjetas de visita, carpetas, documentación diversa... incluso documentos cuyo titular estaba perfectamente identificado, como fotocopias de pasaportes, cartas, nóminas, abonos de transporte, tarjetas de crédito, carnés de centros comerciales, diplomas, carnés de bibliotecas, libretas de ahorro y hasta un contrato de trabajo, un contrato de arrendamiento de vivienda, un DNI y un carnet de conducir. Otros materiales menos inflamables tuvieron el mismo destino: termos, gafas, fundas, monedas, tarteras, tarjetas telefónicas, cubiertos, estuches, herramientas, llaves, llaveros, auriculares, cargadores de móviles, pitilleras, navajas, relojes, teléfonos, CDs y joyas.
Tres años después del atentado, el juicio del 11-M termina con la discusión acerca del tipo de explosivo utilizado. Se da la circunstancia de que los efectos personales de quienes iban en los trenes de la muerte, y especialmente las ropas, hubieran permitido determinar sin ningún género de dudas el explosivo utilizado. Pero aquellas muestras y objetos ya no podrán ser analizados, porque se ordenó su destrucción. Ahora sólo nos quedan 23 clavos. Que, por cierto, estaban previamente lavados.