Resistió, no cayó cuando casi todos le dieron como un cadáver político más, y finalmente recogió su premio. Mariano Rajoy Brey ya es el sexto presidente de la democracia de España. Un puesto a su medida, según su propia opinión. Cuenta que si tuviera la posibilidad de hablar uno a uno con todos los españoles, les acabaría llevando a su redil. Está convencido de que con determinación e ideas claras, España podrá volver a brillar con luz propia, pese a la tarea ingente que se presenta.
Rajoy es político, pero también persona. Aunque a veces cuesta diferenciar ambas facetas. Y cuesta, para empezar, porque ya a los veintiséis años se estrenó como diputado autonómico y, un año después, como concejal. A los treinta y uno dirigiría la Diputación de Pontevedra. Recuerda con especial cariño esa época, en la que llevó el teléfono a muchas zonas de su tierra, pegó carteles electorales y se empapó de la realidad más cruda.
Con José María Aznar lo fue absolutamente todo (o casi): vicepresidente y cinco veces ministro -de Administraciones Públicas, Educación, Presidencia, Interior y Portavoz-. Es una de sus grandes cualidades; de todo sabe, y normalmente con conocimiento. Su mente de registrador de la propiedad le ayuda, se queda con todo "a la primera".
El sábado treinta de agosto de 2003, Aznar llamaba al denominado G-4, los hombres del presidente, a La Moncloa. En ese grupo selecto se encontraba Rajoy, que ese día se fumaba su primer puro de la victoria. "Lo he meditado mucho y, al final, he optado por Mariano", anunció el Aznar de la libreta azul. Tras ese día de felicidad llegaron otros muchos de turbulencias; se iniciaba una larga travesía del desierto de más de siete años y medio.
Pero, tras las derrotas electorales de 2004 y 2008, Rajoy pasó del lacónico "adiós" al "me quedo" y empezó, poco a poco, a hacerse más fuerte, hasta convertirse en un Dios para el partido al que nadie tose y todo el mundo venera. Los comicios gallegos, en abril de 2009, fueron la primera prueba de fuego y, tras superarla, apareció puro en mano y con su mujer del brazo con una idea clara: ‘He vencido, ya puedo con todo’.
Y así fue, no sin sobresaltos. En el PP todo son sobresaltos. Pero desde entonces fue ganando, hasta concluir en la abultada mayoría absoluta del pasado veintidós de noviembre. Ahora toca torear en el ruedo más difícil, el de las decisiones. Rajoy es consciente de ello: los primeros cien días de Gobierno serán "complicadísimos". Aunque, argumenta, un hombre previsible es alguien que, ya de primeras, transmite confianza. Y esa percepción se llevó de Marsella, primer contacto con los líderes europeos.
Al político le viste la persona, sí, aunque a pocos les permite entrar en su mundo más íntimo. No se fía y se ha hecho más gallego que nunca. "La vida me ha dado muchos palos", y tal vez por eso rehúse ser como es. Esa persona, cuentan, que disfruta de la sobremesa y con una conversación que encandila. Que le gusta comer de cuchara y al que se le escuchan palabrotas. El hombre del que se enamoró Elvira, su Viri, convertida hoy también en primera dama.
Tardaron en conocerse, y el sí quiero llego cuando Rajoy ya cumplía los cuarenta y uno. Tienen dos hijos: Juan y Mariano júnior. Son lo más importante para el presidente, con el permiso de la Nación. Intenta estar lo máximo en casa, cosa que ahora tendrá más fácil viviendo todos en ese palacio al quelos presidentes acaban yendo aunque no les apetezca: La Moncloa.
Con zapatillas de toda la vida y ropa ancha, Rajoy suele caminar a buen ritmo todas las mañanas, aunque ahora tendrá que buscar una nueva ruta. Ha perdido más de diez kilos; sus asesores consiguieron convencerle de la importancia de la estética, a la que él no daba mayor importancia. Es la cara más desconocida del hombre al que España le ha pedido solucionar la montaña de problemas.
El nuevo presidente nació un 27-3-1955 y está preparado. Si algo tiene claro es que la historia no le valorará por lo que intente, sino por lo que consiga. Su objetivo: ganarle la batalla a la crisis.