Mariano Rajoy sacó su lado más mitinero tras una semana encerrado en su despacho a fin de atar todos los cabos de las listas electorales al veinte de noviembre. En su reencuentro con el público no pudo ser más vehemente, incluyendo una demoledora crítica hacia el Ejecutivo socialista para, a renglón seguido, marcarle el camino durante la transición; el tiempo que hay desde los comicios hasta que se produzca el traspaso de poderes, en diciembre "en el mejor de los casos".
Lo del candidato del PP a La Moncloa en Salamanca fue un auténtico baño de multitudes. Primero, en el paseo por la ciudad que bien parecía el lento peregrinar de un santo del que todos querían recibir su bendición. Y, después, en un abarrotadísimo escenario en el que por cada frase recibía un aluvión de aplausos.
En este contexto de euforia casi sin contención, Rajoy pidió bajar de la nube y poner los píes en el suelo: "La herencia se las trae, y no voy a utilizar ningún otro calificativo", advirtió, para pasar a un ataque atípico hacia el Ejecutivo de salida. "Han gobernado con una frivolidad impropia de quien representa una gran nación" y, lo peor, "no han dicho la verdad".
El jefe popular no mentó ni a José Luis Rodríguez Zapatero ni a Alfredo Pérez Rubalcaba, pero tampoco hacía falta porque iban en el combo. "No han dado la talla, no han estado a la altura de las circunstancias". Y añadió: "Todo el mundo sabe quienes son los responsables de lo que ha pasado aquí".
Ahora bien, a lo que Rajoy se niega es a que el Ejecutivo la pifie en estos últimos meses, y es un periodo extenso: la primera parada es el veinte de noviembre pero el destino final no llegará hasta diciembre, con el traspaso de poderes. "Hasta el 20-N y después, el siguiente Gobierno aún tardará en serlo y hay muchas cosas importantes, mucho en juego, y seguirán en el Gobierno los que están", explicó Rajoy, que le dio mucha importancia a este hecho porque, recalcó, en ello está la recuperación.
Por ello, en su papel de presidente de facto, llegó a marcar las "obligaciones" del Ejecutivo en el tránsito: un buen papel en el Consejo Europeo que en breve se reunirá en Bruselas para hablar de Grecia y la deuda española, la propuesta de la PAC que España tiene "la obligación" de rechazar, el control del déficit público a fin de cumplir los "compromisos asumidos" con la UE y que se convoque el Consejo de Política Fiscal y Financiera para "explicar a las comunidades" con qué presupuesto cuentan.
Dicho lo cual, en su crítica aún había un órdago más que lanzar, velado pero a la vez directo contra su rival en las urnas: "Otros van a decir lo de siempre, van a huir de su responsabilidades. Para ellos el mundo empieza ahora y del pasado nadie tiene culpa, si acaso nosotros. Ellos van a volver a las cantinelas de siempre: 'cuidado que viene la derecha, con los recortes sociales'", resumió, ante un público entregado.
Un anzuelo en el que, dice, no piensa picar porque él está en dar solución a la crisis. "¡No hay toro que no tenga lidia!", exclamó, poniendo como ejemplo de la recuperación tanto a José María Aznar como a Adolfo Suárez. "Lo vamos a afrontar y vamos a mirar al futuro. Si los españoles nos dan su confianza, no me voy a quejar con lo que hay", se comprometió.
Su único guiño a las listas vino en forma de día después al asegurar que su Gobierno será "serio y de gente normal". Por descontado que no dio nombres pero, en su mensaje de esperanza, llegó a vislumbrar una política económica "como Dios manda" que traerá "empleo en España".
"Es un problema que concierne a todos", y de ahí que su mensaje final fuera para prometer "dialogar con todo aquél que quiera hablar conmigo y concordia. No quiero división entre españoles, quiero unión entre españoles". Y, entonces, se fue como llegó: ovacionado, reclamado para besos y abrazos... casi aturdido de tanta emoción desbordante.