Alfredo Pérez Rubalcaba recibió en su puesta de largo el peor gancho político que podía recibir de Mariano Rajoy: una batería de propuestas concretas para paliar la grave crisis económica que azota al país. El candidato del PP a La Moncloa no entró en la crispación alimentada por Felipe González y, de hecho y fiel a su estilo, tan sólo se le escapó el nombre de su rival en las urnas para ligarlo a "los mayores recortes de la historia".
Los estrategas del PP insisten en que Rajoy juega en campo a favor siempre que se hable de economía. Ponen como ejemplo que la campaña del miedo emprendida por Ferraz sobre los planes de ajuste de los gobiernos autonómicos populares "duró 24 horas" ya que "no les conviene".
"Sólo bastaba escuchar a González para darse cuenta de que vuelven a la ideología, al enfrentamiento entre la izquierda y la derecha", interpretan desde el entorno de Rajoy, no sin augurar que en esa plaza no va a torear un candidato que se desenvuelve como pez en el agua en los fueros económicos.
Y, en el difícil cuadrilátero de un fin de semana con Rubalcaba como protagonista, Rajoy se convirtió en el boxeador con más tino al ofrecer a la opinión pública una retahíla de medidas, que refuerzan la idea de que sí existe una alternativa. La primera: dejar el déficit en el 4,4 por ciento, puesto que España "no tiene otra alternativa" ya que le vigila con lupa la UE.
Pero, sin duda, la más popular de las promesas vino a continuación. En su cantinela de si soy presidente Rajoy anunció que tras el veinte de noviembre otorgará una deducción de tres mil euros a los autónomos por su primer trabajador. Además, bajará al 20 por ciento el impuesto de sociedades a las pymes que facturen menos de cinco millones de euros, y al 25 a las que no superen los 12 millones de facturación.
Enfrente, escuchándole con atención y a buen seguro apuntado lo que después le reclamarán, lo más granado del sector, el más afectado por la crisis. Durante dos días, la voz de las pequeñas y medianas empresas así como de los autónomos tronó en Valencia, donde el PP celebró su último foro especializado antes de la Convención Nacional.
Precisamente, con representantes del empresariado levantino cenó Rajoy en la víspera. Compartió mantel con Juan Roig (Mercadona), Vicente Boluda (AVE), José Vicente González (Cierval y CEV) o José Vicente Morata (Cámara de Comercio). También presentes en calidad de anfitriones el presidente de la Comunidad, Alberto Fabra, y la alcaldesa de la capital, Rita Barberá.
La sombra del siempre inocente pero denostado Francisco Camps sobrevoló durante el cónclave, pero no se posó. Rajoy volvió a estar cómodo en la ciudad del Turia, y eso se notó y de que forma. En su discurso, demandó "el diálogo" y "las complicidades" de todos los ciudadanos, yanticipó que los próximos cuatro años se caracterizarán, al menos en lo que a él respecta, por la búsqueda de acuerdos destinados a la superación del contexto económico, informa EFE.
Sin embargo, Rajoy dejó claro que por muy diáfano que sea su empeño por conseguir consensos, su Gobierno, si gana las elecciones, tendrá "determinación" y "firmeza" para tomar decisiones económicas, sean cuales sean.
La única vez que Rajoy pisó la arena política, propiamente dicha, fue para echarle en cara tanto a Rubalcaba como al aún presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, su herencia política. "¡Un poquito de pudor!", les reclamó, tras una semana alentando el fantasma de los recortes. "No pueden hablar de políticas sociales en un país en el que cinco millones -de personas- no pueden trabajar, donde han congelado las pensiones" y donde existe "una deuda descomunal".