El 22 de mayo Francisco Camps era reelegido, como cabeza de lista del Partido Popular, como presidente de la Generalidad Valenciana. Con una mayoría absoluta más amplia de la que ya tenía y prácticamente doblando en votos y escaños al PSOE. Casi dos meses exactos después, el 20 de julio ha presentado su dimisión, por la apertura de juicio oral contra él y tres dirigentes de su Gobierno por el ‘caso de los trajes’, algo que ya sabía antes del 22-M.
Y es que en una decisión difícil de entender para muchos y en contra de los deseos de Mariano Rajoy y la dirección nacional del PP, Francisco Camps se empeñó en presentarse a las elecciones, pese a que era prácticamente seguro que acabaría sucediendo lo que finalmente ha sucedido.
Camps deja así la Generalidad desde el inicio mismo de la Legislatura. Legalmente no se pueden convocar elecciones, sólo dos meses después de que se celebrasen las anteriores. Serán Las Cortes valencianas las que elijan al sustituto de Camps, que debe cumplir el requisito de ser diputado. Lógicamente, con mayoría absoluta, será el que decida el PP. Este mismo miércoles se reúne la Ejecutiva del partido en Valencia y ya suena como favorito en todas las quinielas: el alcalde de Castellón, Alberto Fabra. Tanto al frente de la Generalidad como del PP de la Comunidad Valenciana.
La noticia, adelantada a este diario, no sorprende habida cuenta de que Fabra ya se postuló como sucesor incluso antes de las elecciones del 22 de mayo. La interlocución
con la dirección nacional es “fluida” y, en voz de Génova, no dará “ningún problema”.
Los valencianos se encontrarán así con un Gobierno con cierto carácter provisional tan sólo dos meses después de haberlo elegido en las urnas. Alberto Fabra, o quien sea el elegido, tendrá que arrastrar un déficit de legitimidad, ya que se le podrá achacar que él no fue el elegido por los valencianos.
Un despropósito que viene a culminar una gestión marcada por las improvisaciones y los pulsos con la dirección nacional del PP, llevada a cabo por Francisco Camps. Todo comenzó cuando Camps, sin tener facturas que lo demostrasen, reaccionó a la publicación del supuesto regalo de varios trajes y chaquetas por parte de los cabecillas de Gürtel, diciendo que él se pagaba sus trajes. Poco después alegaba que no tenía facturas porque lo pagaba con dinero en efectivo de la Farmacia de su esposa, dando pábulo a la polémica, lejos de apagarla. Finalmente, se ha visto obligado a admitir que era un regalo, pero ya era demasiado tarde.
La pregunta es por qué decidió volver a presentarse, a sabiendas de que el juicio oral estaba a la vuelta de la esquina. La única explicación es que Camps confiaba que una vez más doblaría la voluntad de Mariano Rajoy y la dirección nacional del PP. A lo largo de estos casi dos años, el presidente valenciano logró imponerse en todos los pulsos, y no han sido pocos, que ha mantenido con Génova. El más reciente, su propia candidatura, junto con la presencia de otros imputados en las listas. La imagen gráfica la encontramos en aquella ‘cumbre’ que se celebró en la provincia de Cuenca, a medio camino entre Madrid y Valencia, con la que Rajoy aceptaba, de facto, un trato de igual a igual con Camps.
Rajoy, ya con pie y medio en La Moncloa y más fuerte que nunca, no quería que el juicio enturbiarse su camino hacia la presidencia del Gobierno. Le ofreció a Camps la única salida de aceptar los cargos y pagar la multa, bajo la amenaza de cesarle como presidente del PP en Valencia y montar una gestora. Si quería seguir en el cargo, tendría que pagar el precio del oprobio y aceptar la culpa. Tras una llamada fulminante de Rajoy, Camps ha optado por marcharse.
Una victoria del líder del PP, pero tardía y con demasiados cadáveres en el camino.