Como tantos otros, la cubana Elizabeth Brotons hipotecó su vida y la de su hijo para huir de la dictadura castrista. También de su ex marido. La noche negra del 22 de noviembre de 1999, embarcó en un destartalado bote de aluminio, con toda la fe y las esperanzas de que el peligroso trayecto culminara con un desembarco ilegal en EEUU, donde atrapar una oportunidad. Pero no fue así. El Atlántico se tragó a Elizabeth, y a otros 11 de los cubanos que iban en el bote. Elián González, su hijo, sobrevivió, y pasó 48 horas abrazado a un neumático. Él sí lo logró.
Hasta aquí, la historia tiene el dramatismo exacto de otras cientos que, hace diez años y también hoy, protagonizan los miles de balseros, cubanos hastiados del castrismo que parten hacia el sueño americano. Podría haber sido cualquier otro, en cualquier otro manglar, pero la historia de Elián abrió las portadas de todos los periódicos una década atrás, y fue carne de sucesos de todas las televisiones.
El niño balsero o el balserito se convirtió rápidamente en el símbolo del drama de la inmigración cubana, transfigurándose en un auténtico incidente diplomático entre la dictadura y el Gobierno estadounidense, entonces comandado por Bill Clinton.
Tras alcanzar las costas de Florida, el pequeño fue entregado en custodia a su abuelo, residente en Miami con más familiares del exilio cubano. Junto a organizaciones anticastristas, sostuvieron que Elián podía convertirse en exiliado político, basándose en el principio de "wet feet, dry fet". Pero Elizabeth había sacado a Elián de la isla sin la autorización de su padre, Juan Miguel González Quintana, y eso lo cambiaba todo. ¿Prevalecía el asilo político, o la custodia legal del pequeño?
La pugna siguió la senda legal habitual, pero simultáneamente una batalla mucho más poderosa determinó la suerte de Eliansito: la mediática. Medios de comunicación y sectores sociales polarizaron sus posiciones rápidamente, derramando tinta sobre cuál era el destino correcto para este niño de cinco años. A nadie se le escapaba que lo que estaba en juego era mucho más que un mero conflicto de legislaciones: la esencia misma de la dictadura cubana. El cariz político fue innegable desde el primer minuto.
Por su parte, Fidel Castro desplegó la maquinaria propagandística de la Revolución, consciente de la ofensiva en su contra que había desatado el niño balsero. Comandados por el padre de Elián, los acólitos del régimen organizaron decenas de manifestaciones, detectando la oportunidad única que les brindaba Elián para exaltar los valores patrióticos frente a la "opresión" estadounidense. Las tediosas alocuciones de Castro instrumentalizando el dolor del padre se sucedían a diario, culpando al "régimen" de EEUU de "secuestrar" al pequeño.
Ya corre el verano del 2000; mientras, Elián vive recluido en la casa de Miami de su abuelo, con un ejército de periodistas, focos y cámaras que hacían guardia a sus puertas de sol a sol. Finalmente, el Servicio de Inmigración estadounidense decide que prevalece la custodia, por lo que el niño debería ser devuelto a Cuba con su progenitor. Los familiares tratan de retrasar la decisión apelando la petición de la negación de asilo. Finalmente es Bill Clinton quien insta al abuelo de Elián a devolverlo junto a su padre. Las negociaciones fracasan.
Por órdenes del Departamento de Justicia el niño es sacado por la fuerza del domicilio. Se produce entonces un momento histórico, inmortalizado en una fotografía de Alan Díaz que logró el Pulitzer. Se acababa el periplo de Elián, un año a la deriva, con críticas por la dureza de la operación.
¿Quién es hoy Elián?
Diez años después, al pequeño al que instrumentalizaron en una batalla que le era ajena ya forma parte activa de ella: ahora es un soldado de la revolución castrista más furibunda. Estudia en un colegio militar, y la prensa castrista – la única- lo enarbola como el trofeo de la batalla que le vencieron a EEUU, y al anticastrismo: "Lo vemos vistiendo su uniforme verdeolivo como estudiante de la escuela militar Camilo Cienfuegos, donde se prepara como futuro oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y asistiendo como delegado al Congreso de la UJC. Desde allí compartió motivaciones, ideas y nos invitó a transitar por los senderos del futuro", narra el panfleto cubano Juventud Rebelde.
Un breve vistazo de la prensa castrista de este aniversario da buena cuenta de la versión que prevalece en la mente de los cubanos: "Los siete meses de cautiverio del niño naúfrago en EEUU, víctima del secuestro más público y publicitado de la historia", dicen hoy los cronistas oficiales.
La versión castrista aduce que el niño balserito fue arrancado de los brazos de su padre por "la mafia terrorista cubanoamericana" que hoy tiene "un desenlace feliz" de un peón más al servicio de la dictadura. "El niño de ayer es hoy un cubano más", celebra Juventud Rebelde, felicitándose de que "Con su regreso culminaba la victoria de la justicia universal y de todos los cubanos". Muchos, lo tildan como "el último éxito de Fidel Castro" antes de que su enfermedad lo retirase en 2006.
También la primera condena del balserito, que hoy dice pagar al dictador lo mucho que hizo por él: "Es lo menos que puede hacerse por alguien que, como yo, debe tanto a su pueblo y a la revolución: prepararse para defenderla en cualquier circunstancia", dice el joven, de 16 años.