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El efecto Clegg "pinchó" en las urnas

El efecto Nick Clegg "pinchó" en las urnas, lo que no impide, sin embargo, que su partido liberaldemócrata pueda tener la llave de la formación del próximo gobierno ante la ausencia de una mayoría parlamentaria. Incluso ha perdido diputados con respecto a los últimos comicios.

Los sondeos que auguraban prácticamente un empate en número de votos -que no de escaños- entre laboristas y liberaldemócratas han demostrado ser un puro espejismo. El partido de Clegg no sólo ha quedado en tercer lugar, a gran distancia de los laboristas, sino que incluso ha perdido algún escaño con respecto a la legislatura anterior.

Pero los conservadores no han logrado tampoco la mayoría absoluta que anhelaban -y que deseaba también claramente la 'City'-, mayoría que habría permitido que la Reina encargase hoy mismo a su líder, David Cameron, formar nuevo gobierno.

Tal y como están las cosas y de acuerdo con la Constitución no escrita de este país, el todavía primer ministro, Gordon Brown, un político con fama de tenaz y aun obstinado, podría intentar mantenerse en el poder con ayuda ajena.

Así, antes incluso de que se conociesen anoche los primeros resultados electorales, su ministro de Empresa, Peter Mandelson, insistía en que debía darse la primera oportunidad al Gobierno en funciones y añadía que "tiene que haber reforma electoral tras esta votación".

Y, en claro guiño a los liberaldemócratas, agregaba Mandelson: "Creo que está en sus últimas el sistema actual de 'first-past-the-post' (sufragio uninominal mayoritario)".

Pero esta mañana, el propio Clegg dijo que corresponde al Partido Conservador de David Cameron, antes que a los laboristas, intentar formar gobierno "pensando en el interés nacional" por haber sido el más votado y el que más escaños ha obtenido en los Comunes. Al mismo tiempo Clegg insistió en que el actual sistema electoral "está quebrado" y "es precisa una reforma auténtica para arreglarlo".

Pero su pinchazo electoral le resta fuerza para imponer esa reforma a cambio de su apoyo a un partido como los "tories", que ya han dicho que la rechazan de plano. Los liberaldemócratas confiaban, en efecto, en lograr con ayuda de los jóvenes y los desencantados de los trece años de laborismo un fuerte caudal de votos que se tradujera en los suficientes escaños como para dictar sus condiciones.

No ha sido, sin embargo, así: en la última parte de la campaña, laboristas y "tories", con el apoyo de buena parte de la prensa, asustaron al electorado con los supuestos peligros de un Parlamento inestable.

Y los liberales se han visto estrujados por unos y otros sin que la curiosidad y el interés que despertó el telegénico Clegg, un político antes prácticamente desconocido, con su brillante actuación en el primer debate por TV sirviese de gran cosa.

Claramente su defensa pública de una amnistía para cerca de un millón de inmigrantes ilegales no le hizo precisamente popular en un país donde se escuchan cada vez más voces no sólo contra los ilegales extracomunitarios sino incluso contra la "invasión" de inmigrantes legales de las naciones del Este de Europa.

Tampoco han debido de favorecerle el europeísmo de su partido en un país mayoritariamente 'eurófobo' ni sus pasadas manifestaciones a favor de la moneda común en un momento en que los británicos veían en sus televisores arder un país de la zona euro.

Lo mismo laboristas que "tories" han sostenido una y otra vez en la campaña que, gracias a haber conservado la libra, este país, con un déficit público del 12 por ciento del PIB y una deuda equivalente al 62 por ciento, ha podido evitar una crisis como la que atenaza a Grecia.

El gran dilema que se les presenta ahora a los liberaldemócratas de Clegg es si toleran un futuro gobierno "tory", negado a cualquier reforma electoral, o si dan su apoyo a un primer ministro desgastado, al que no quiere la mayoría del electorado, lo cual podría costarles muchos votos en las próximas elecciones.

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