La diplomacia tiene estas cosas. Es más o menos lo que vino a decir Trinidad Jiménez cuando le preguntaron en TVE por el viaje de la delegación del Congreso de los Diputados que se reuniría con el dictador Obiang. En su tono no había excusa ni justificación. Sólo un claro apoyo a José Bono, que le había solicitado su bendición sobre si aceptar o no la invitación guineana.
Y es que ni Bono ni el resto de diputados que lo acompañaron necesitaban beneplácito alguno para realizar este viaje que perseguía "estrechar relaciones" bilaterales. Que el segundo país más corrupto del mundo sea una de esas dictaduras de segunda, silenciosas, les garantiza un limitado impacto en la opinión pública y una relativa impunidad a la hora de legitimar indirectamente la tiranía con su cordial visita. Guinea ecuatorial se pudre hace años, mientras el grueso de la opinión internacional se pone de perfil. Una dictadura plácida, sin sobresaltos ni injerencias de la diplomacia.
Aunque ahora los diputados se escuden en la Realpolitik para quitarle hierro a la polémica, los argumentos para plantar a uno de los tiranos más férreos del planeta sobran. A Manuel Marín, anterior presidente del Congreso, le resultaron más que convincentes, y no tuvo remilgos a hora de darle un sonoro portazo a Obiang en su visita a Madrid. Tampoco a José María Aznar le tembló el pulso para apoyar a la oposición guineana.
Este café de Bono, Arístegui y Durán i Lleida desagravia así al "emperador negro" y exhibe las prioridades en política exterior española y quizás también de la oposición: intereses económicos por encima de derechos humanos, otra vez. Mientras el norte de África se rebela contra sus tiranos y sus falsas democracias, España apela a sus similitudes entre Guinea Ecuatorial para "estrechar lazos económicos": "Compartimos una misma cultura, una misma lengua y es necesaria esta unión social", aseveró Bono ayer. Argumentos que merecen ser puestos en cuarentena con la única excepción del idioma.
Corrupción rampante y control político
De los 32 años que ya suma asfixiando al país sobra con acudir a lo acontecido en 1995 para retratar el mandato de Obiang. Se celebraron entonces unos esperanzadores comicios, coronados con la vitola de "las primeras elecciones libres". No hubo que esperar mucho para que todo se convirtiera en un espejismo: Obiang, en un ejemplar seguimiento del 'manual del perfecto dictador', no aceptó los resultados de los comicios – la oposición había logrado vencer en la mayoría de los municipios- y detuvo el escrutinio. Nunca se repetiría tal escenario: de ahí en adelante, el guineano venció todas las citas electorales con un 99% de los votos a favor. Resultado que se acertaba al milímetro meses antes de que se hubiera cerrado ni un colegio electoral.
¿Derechos humanos?
Una multitud de ONG y entidades internacionales se han quedado sin voz denunciando las impunes violaciones de los derechos humanos del régimen de Obiang. Human Right Watch y los observadores internacionales han documentado con profusión el hostigamiento que soporta la cada vez más reducida oposición guineana. Los abusos son vox populi: detenciones arbitrarias, condenas sin juicio, torturas públicas y asesinatos extrajudiciales. Un desolador panorama cuya única salida es la muerte o el exilio, donde es aconsejable no mencionar la libertad de prensa, información o asociación.
Saqueo y despilfarro petrolífero
Los millones que el hechicero ha amasado durante su satrapía son incuantificables, aunque algunos dibujan la cifra de 700 millones de dólares. Su origen sí es claro: la gestión corrupta del petróleo, extremo que ha reconocido el propio Departamento de Justicia de Estados Unidos que apuntó a "la extorsión, el robo de fondos públicos y otras conductas punibles" como herramientas básicas de su enriquecimiento. Riqueza petrolera que además de ganarse investigaciones de EEUU le provee del cortejo perpetuo de países interesados en su oro negro.
Paranoias, magia negra y todo lujo
El hombre que pilota el destino de la vida de un millón de personas tiene graves delirios paranoicos. Los sucesivos golpes de estado han acrecentado sus fantasías, y detecta peligros en cada rincón del país, lo que le ha llevado a crearse una particular guardia pretoriana. Inicialmente solicitó a España guardias civiles que le protegieran, y la negativa patria le llevó hasta Marruecos, que le facilitó hombres entrenados. Sus "ninjas", los llama. La magia negra es otro de sus fetiches, junto a las mujeres y el lujo. Obiang acostumbra a celebrar oscuras ceremonias místicas para defenderse de sus enemigos, lo que le ha valido jocosos apodos.
A pesar de todo, PP y PSOE han legitimado, implícitamente, a un país cuya rampante corrupción es sólo superada por el Congo y sufre a uno de los tiranos más férreos de la historia. Aunque Bono afirme que son más "las similitudes" que las "diferencias".