Los náufragos españoles del crucero Costa Concordia esperan desde primeras horas de esta mañana ante el mostrador dedicado a ellos en el aeropuerto romano de Fiumicino, para que les busquen un vuelo a casa, entre las lágrimas por la horrible experiencia y la indignación porque "nada funcionó".
El primer vuelo de la compañía Alitalia salía con destino a Madrid a las 8:55 hora local (7:55 GMT) con un grupo de 15 españoles y a las 9:05 hora local (8:05 GMT) otro grupo de 42 personas salieron con destino Barcelona. Todos ellos han llegado ya ha España y se han podido reunir con sus familiares entre grandes muestras de emoción.
El número de españoles que viajaban en el Costa Concordia, que encalló el viernes por la noche frente a las costas de la isla de Giglio -centro de Italia-, era de 177, según datos de la compañía naviera, cifra que la embajada de España no acaba de confirmar.
Ante la imposibilidad de fletar un chárter, los españoles están llegando por grupos al aeropuerto de Fiumicino, donde acompañados por personal de la embajada española en Roma intentan buscar un vuelo de regreso.
Han podido dormir algo, pero aún les persiguen aquellos momentos de pánico y muchos explican que todavía siguen sintiendo que "todo se mueve a su alrededor"; tienen ropa limpia que se les proporcionó tras su rescate y llevan en bolsas de plástico los pocos enseres que pudieron salvar.
No han decidido aún si viajar hoy hacia España los familiares del único desaparecido español, el mallorquín Guillermo Gual, de 68 años, que están a la espera de noticias por parte de las autoridades italianos, informaron fuentes diplomáticas.
Los náufragos se quejan del abandono por parte de los altos mandos de la tripulación, que no ayudaron en las tareas de evacuación, mientras que fue el resto del personal, camareros, cocineros, o las asistentes de la guardería quienes ayudaron e intentaron tranquilizar a los pasajeros.
El momento más dramático fue cuando se fue la luz, porque cundió el pánico, y aunque los altavoces continuaban diciendo que no pasaba nada, nadie se lo creía", pues el barco empezaba a inclinarse y se propagó el "sálvase quien pueda", comenta Rosa, de Barcelona.
Sobre todo, no comprenden por qué les engañaron "y continuaban diciendo que no pasaba nada, que era un problema de un motor", afirma Rosa María Codina, de Mataró, quien viajaba sola, pero asegura que el resto de españoles nunca la dejaron abandonada.
Rosa María viaja siempre sola y éste era su cuarto crucero, pero ahora asegura que nunca más volverá a poner pie en una nave.
María del Mar Cubillo, de Barcelona, cuenta lo sucedido como una pesadilla que duró más de seis horas, pues en el caos perdió de vista a sus suegros y a su marido que llevaba a uno de sus hijos.
Se conmueve cada vez que cuenta como sólo a las cinco de la mañana, después de pasar horas con su hijo de dos años en brazos, consiguió zarpar en una de las últimas lanchas.
Su marido vagó durante horas por la isla de Giglio buscándola desesperado, e incluso uno de los habitantes le prestó el coche para que pudiese proseguir en su búsqueda.
"Fue como el Titanic"
"Sé que ya se ha dicho mil veces que fue como el Titanic, pero así fue. Con la diferencia que aquí no se respetó lo de las mujeres y los niños primero o lo del capitán que abandona el último la nave. Yo fui de las últimas y allí no había ya miembros de la tripulación", lamentaba María del Mar en Efe.
A José Soler y su mujer Marisa aun no les han encontrado un vuelo para Madrid, pero les han garantizado que saldrán esta tarde y, mientras, esperan abrazados y entre lágrimas la vuelta a casa.
"No había nadie que nos ayudase, nadie que nos dijese nada o que nos indicase qué hacer. Incluso no nos dejaron salir del comedor. No había nadie del mando que nos ayudase, eran los pobres camareros los que nos socorrían evitando que nos cayésemos, pues el barco se inclinaba con rapidez", explica José.
José relata que se dieron cuenta de que "el barco se hundía, porque entraba agua por todos los lados", pero lamenta que nadie les avisase.
Las lágrimas de la pareja se mezclan con la rabia porque "allí, no funcionaba nada" y explican como la lancha hinchable que lanzaron al mar no se abrió y las de salvamento no conseguían bajar, pues el crucero estaba demasiado inclinado, y, sobre todo, nadie les prestaba ayuda.
"Solo espero que quien sea el responsable de todo esto lo pague, porque han sido los peores momentos de mi vida", añade José.