Cómo reseñábamos anteriormente entre los numerosos dictadores que han desangrado -y desangran- este siglo, se aprecian sin demasiado esfuerzo idénticas perversiones y crímenes contra sus súbditos. Además prácticas atroces, como el canibalismo o el genocidio, no existe un sátrapa que se resista a los placeres del lujo más obsceno y la enfermiza predilección por las excentricidades. De nuevo, recogemos algunos -aunque no todos- de esos perversos seres que combinan la necesidad compulsiva de atesorar riquezas con el tenebroso placer de derramar sangre.
Nicolas Ceaucescu (tirano rumano de 1965-1989)
Durante casi un cuarto de siglo los rumanos sólo fueron dueños de su terror y su hambre. Ni siquiera sus embriones les pertenecían. Porque vivir en la Rumanía de Ceaucescu suponía cumplir con las imposiciones de una mente enferma, que implantó, entre otras vilezas, la Ley de Continuidad Nacional que obligó a las mujeres a tener un mínimo de cuatro hijos por 'deber patriótico'. "El feto es propiedad de toda la sociedad. Cualquiera que evite tener hijos es un desertor", rezaba la ley. Las milicias comunistas se convirtieron en una macabra 'Policía menstrual' que ajusticiaba a quienes no contribuyeran al crecimiento demográfico. Los anticonceptivos quedaron prohibidos, y en torno a 10.000 mujeres murieron en abortos clandestinos, asfixiadas por la terrible hambruna con la que el dictador valaco pagaba la abultada deuda exterior. El tirano exportó todos los alimentos producidos en el país, condenando a sus súbditos a una penuria que Rumanía no había conocido ni siquiera en la Primera Guerra Mundial.
Nada mejor había que esperarse del dictador rumano, admirador confeso del sanguinario Príncipe Vlad -alias el Conde Drácula-, por mucha complacencia que Occidente mostrase con él en los inicios de su satrapía. Con la Securitate velando por la asfixia continua de su masa de súbditos hambrientos, Caucescu y su esposa tuvieron vía libre para dar rienda suelta a los más estomagantes delirios de grandeza.
El líder comunista, profundamente antimonárquico, mandó construirse un lujoso cetro, y se autonombró 'Genio de los Cárpatos'; exacerbando su megalomanía con centenares de efigies por todo el país, amparándose en que "un hombre como yo nace cada quinientos años".
En este tenebroso reinado del terror tuvo un papel nada desdeñable Elena, la esposa del dictador, que inoculó el virus del sida a niños para, según aseguraba, dar con la cura de la afección. Analfabeta hasta la médula, fue nombrada miembro de la Academia de las Ciencias de Nueva York y el Instituto Real de Química, erigiéndose en autoridad intelectual y moral del país. Estos dos grandes egos construyeron un lujoso alojamiento a la altura de su paranoia: el Palacio de de Primavera de Bucarest, al que bautizaron con un nombre grotescamente burlón, Palacio del Pueblo. Una mastodóntica y horripilante construcción a la que sólo el Pentágono superaba en extensión. En sus tenebrosas estancias -con grifería de oro- acumularon durante años las más obscenas riquezas, que, tras su caída, nadie quiso quedarse. Los 9.000 trajes que Ceaucescu estrenó cada día durante su tiranía acabaron en una leprosería; irónico destino para la vestimenta de un monstruo que soñó con ser emperador, y que sólo consiguió emularlos al final de sus días: en el patíbulo. "¡La historia me vengará!", gritó, antes de ser fusilado.
Leónidas Trujillo (Dictador de la República Dominicana de de 1930 a 1938 y de 1942 a 1952)
"Dios en el cielo, Trujillo en la Tierra". Esta breve sentencia podría sintetizar el espíritu de los años de horror que vivieron los dominicanos, un auténtico descenso a los más tenebrosos abismos de la maldad humana. La tierra era el feudo particular de Leónidas Trujillo, un paraíso privado el que perpetró toda clase de genocidios y masacres como el Benemérito de la Patria, Generalísimo, Benefactor, Mejor Presidente de la Historia y Caudillo por la gracia de Dios que era. El tirano disfrutaba haciendo gala de su honda perversidad, rayana en la locura: cuando mandó asesinar a 30.000 haitianos, impuso que se hiciera a machetazos. Como dijo, ni siquiera merecían el gasto de munición. Un desprecio hacia la humanidad que quedó patente en un sinfín de tropelías.
Porque Trujillo sólo amaba a Trujillo, y nada era suficiente para venerar su figura. Con el dinero de socorro que la Cruz Roja envió para reconstruir los daños del destructor Huracán San Zenón, el dictador caribeño construyó Ciudad Trujillo sobre la destartalada Santo Domingo. La guinda de la extravagancia fue que todas las calles , estadios, edificios, y demás lugares de la urbe fueron bautizas con cualquiera de sus numerosos títulos y nombres de su familia.
Histriónico hasta en el vestir, El Jefe era dueño de las vidas de todos los dominicanos, las que usó para satisfacer sus perversas predilecciones. Se erigió como 'padrino y compadre cristiano' de todas las bodas y bautizos que se celebraban, para contraer una deuda con cada familia que no tardaba en cobrarse. La pesadilla medieval del 'derecho de pernada' regresó renombrada como 'requerimientos tributarios'; a través de los que hacía acopio de jóvenes mujeres, instrumentos sexuales de sus más enfermizas intenciones, y también las de sus adláteres.
Para celebrar sus 25 años de reinado y 'coronar' a sus hijos, gastó 30 millones de dólares -un tercio del presupuesto anual de todo el país- en una faustuosa fiesta: la "Feria de la paz y Confraternidad del Mundo Libre". Con un cetro y una corona de oro, su hija fue nombrada Reina Angelita I, y su hijo Ramfis, de tres años, Coronel del Ejército. Sólo una más de las estremecedoras hazañas perpetradas por 'nuestro hijo de puta'.
Ferdinand Marcos (Dictador de Filipinas de 1965 a 1986)
La sombría historia de Ferdinand Marcos nada tiene que envidiar a la de muchos de sus compañeros de esta lista, ya que iguala -cuándo no supera- sus cotas de megalomanía y su criminalidad. En su satrapía no faltaron las esculturas en piedra de su rostro, ni el aluvión de retratos que presidían cada estancia en todo el país. Pero los miles de filipinos torturados, secuestrados, ejecutados salvajemente, o simplemente 'desparecidos' durante los 30 años del régimen represor han sido rápidamente olvidados. Y es que la figura de Imelda Marcos, lo eclipsó todo.
Su codicia e inteligencia le permitió pasar de ser una Primera Dama en la sombra, a una auténtica consorte de la dictadura, convirtiendo el mandato de los Marcos en una Dictadura Conyugal. Y todo por una infidelidad. Imelda no pudo aprovechar con más tino la carambola que le proporcionó una actriz despechada, que hizo público su affair con el tirano filipino cuando su relación acabó. La divulgación de las grabaciones que probaban los escarceos le brindó a Imelda el papel de la esposa doliente y humillada; simpatías que aprovechó para ir adquiriendo cotas de poder, hasta acabar casi centralizándolo en sus manos. Comenzó entonces la vida estrafalaria y lujosa de la tirana filipina, que gastó la fortuna amasada por su marido -a costa de esquilmar a la población- en lujosos jets, en los que recorría las más lujosas tiendas de todos los países del mundo.
Nada satisfacía sus caprichos. Los años que Imelda vagabundeó por el planeta haciendo acopio de zapatos y demás frusilerías, le costaron a los filipinos 684 millones de dólares; cifra que aún dejó insatisfecha a la insaciable Imelda. El matrimonio siguió adquiriendo lujosos edificios y comercios por todo el globo: compró el edificio Crown de la Quinta Avenida de Nueva York, el centro comercial Herald, casas y mansiones en Miami y California...El PIB per cápita de los filipinos -570 euros anuales- descendía a la misma vertiginosa velocidad que aumentaba el joyero de la Mariposa de Hierro, así como su zapatero, que la catapultó a la fama mundial: llegó a tener más de 3.000 pares. De los 10.000 millones de dólares que el clan amasó mientras subyugaba a su población, poco se sabe. Para siempre quedará la frase pronunciada por Imelda, cuando regresó a la política tras la muerte de su marido: "Ganemos o perdamos, nos vamos de compras después de las elecciones". Y después, pasará a la Historia como siempre quiso: "Mi nombre aparecerá en el diccionario algún día. Usarán la expresión 'imeldífico', que querrá decir 'extravagancia ostentosa".
Jean-Bedel Bokassa (Tirano de África Central de 1966 a 1979)
Jean-Bedel Bokassa quería ser Napoleón. Quería un imperio, un palacio, súbditos, riquezas y muchas mujeres. Pero él era un simple congoleño, hijo de un líder tribal de escasa trascendencia. El Ejército le brindó la forma de escalar posiciones, y su ansia de poder hizo el resto: primero usó a su primo, el presidente David Dacko, para ascender a coronel y jefe personal de las Fuerzas Armadas. Y después, un golpe de Estado.
Bokassa no fue de esa clase de dictadores que tratan de enmascarar en los albores de sus tiranías sus verdaderas intenciones. No jugó a ser líder de ninguna etnia, ni a hacer promesas al resto de su población. Bokassa sabía lo que quería y el límite era el cielo: abolió la Constitución, se proclamó Mariscal y después presidente vitalicio. Cuando Gadafi le propuso cambiarse el nombre y convertirse al Islam para ganar apoyo económico, no titubeó.
Napoleón habría querido para sí mismo una ceremonia de coronación como la que el tirano centroafricano pergeñó: de un día para otro, proclamó de la nada el imperio centroafricano, se convirtió al catolicismo y se coronó como Emperador Bokassa I en unos fastos que superaron los 22 millones de dólares, y merecen capítulo aparte.
El tirano pidió a Pablo VI que oficiara la ceremonia -para emular la coronación del emperador francés en París- a lo que el Vaticano se negó. Aún así, él cambió el nombre a la catedral de Bangui, llamándola 'Notre Dame'; espacio que pronto se quedó pequeño para un acto de esas dimensiones. Bokassa acabó empleando un estadio deportivo, que disfrazó como un Palacio del siglo XVIII. Los trajes que lucieron él y su decimoquinta esposa fueron confeccionados por un descendiente de los bordadores que vistieron a Napoleón, que engarzaron 800.000 perlas en el traje de él y un millón de perlas de oro en el de ella. Ocho caballos blancos, traídos desde Normandía, tiraban de las carrozas que les transportaron hasta el falso Palacio, donde un trono en forma de águila imperial bañado en oro esperaba recibir al Emperador sobrevenido. Delegaciones de todos los países -incluida España- acudieron a esta extravagante fiesta, aunque ninguno apoyó a Bokassa como lo hizo Francia, prácticamente hasta el último día de su sanguinario mandato. El país europeo proporcionó a este embuste de celebración todo cuanto el Napoleón negro quiso: cascos de metal y petos para la guardia imperial, toneladas de comida, vino, fuegos artificiales, 60 Mercedes-Benz...y lo más valioso de todo: la defensa ante las críticas de algunos sectores de la comunidad internacional, a los que acusaban de racismo si criticaban la fastuosidad de una ceremonia en un país poblado por millones de hambrientos.
A cambio, el tirano del África negra compraba el beneplácito galo mediante diamantes, que regalaba con fruición al presidente Giscard D'Estaing, que se declaraba "amigo y miembro" de la familia Bokassa. Precisamente, una de las millones de aberraciones que se jactaba de practicar se conoció gracias al ministro de Cooperación francés, Robert Galley. En un banquete estatal, Bokassa le confesó al galo: "No se han dado cuenta, pero acaban de comer carne humana". Sí, el Emperador era un caníbal que comía la carne de sus víctimas. También un genocida, y un enfermo que disfrutaba con crímenes sanguinolientos, que suponen un auténtico compendio de la atrocidad: encarceló a 100 estudiantes porque se quejaron de los uniformes de su colegio; y cuando acudió a verlos a la prisión y estos le gritaron 'Muera el emperador', vociferó: "Sois vosotros los que vais a morir". Los liquidó a balazos. Aún hoy, algunos de los 50 hijos que tuvo tratan de reconstruir su imperio del terror.
Teodoro Obiang Nguema (Dictador de Guinea Ecuatorial desde 1979)
Teodoro Obiang no es el dictador más longevo, ni el que más muertos lleva a sus espaldas. Tampoco es el que más titulares acapara, ni el que más documentales ha protagonizado alertando sobre su despiadada dictadura. Pero sí es el tirano que duerme con más placidez, consciente de que su atroz dictadura verá su final sólo cuando él se canse de atropellar a los guineanos. Son los beneficios de ser la satrapía más vilipendiada de África. Y es que, el hombre que castiga con la muerte a todo aquél que incurra en el delito de 'descontento con el presidente' sabe que no tiene nada que temer. El océano de petróleo sobre el que flota Guinea le regala carta blanca para sus crímenes, que no tiene que preocuparse en esconder ni maquillar.
Obiang fue un digno heredero de la política sangrienta de su tío, Francisco Macías, al que apartó del poder para imponer su propio imperio del terror. Sus inicios como asesino son precoces, apenas unos días después del derrocamiento llevó a cabo el llamado "baile de los malditos", una ejecución pública de funcionarios que se opusieron a su mandato. A esta le siguieron muchas más: el 'Baile de Mökom", los asesinatos de la cárcel de Black Beach... Sabedor de sus instintos homicidas, el tirano incluyó un artículo en la Constitución destinada a blindar su impunidad: "El presidente de la República no podrá ser perseguido, juzgado ni declarar como testigo antes, durante, y después de su mandato". Et voilá. Por supuesto, la norma fue refrendada en los comicios, que ganó con un 99,8% de los votos, como acostumbra. En una única ocasión perdió unas elecciones, pero tampoco fue óbice para seguir atrincherado en el poder: las declaró nulas, y de ahí en adelante ha vencido todos las convocatorias a las que se ha presentado con más votos que votantes hay en todo el país. La mermada oposición ha dejado de luchar contra lo absurdo.
El tirano africano sólo teme a los espíritus, y se sobrecoge al pensar que puedan acabar con él de la misma manera que lo hicieron con su tío, eximiéndose así de toda responsabilidad . Por ello rinde tributo a todas las prácticas ancestrales de bujería y magia negra del país, practicando incluso asesinatos rituales con los que intimida a la población.
En lo personal, Obiang aficiona coleccionar esposas, y también amantes ; mujeres de las que se encapricha y consigue al instante, aunque para ello tenga que acabar con su marido, como en el caso de Isabel Eraúl. En lo oficial, el tirano está casado con cinco mujeres, una por cada etnia del país.
Obiang lleva la vida disoluta y lujosa que llevaría cualquier magnate del petróleo; o cualquier tirano que ha arrastrado a su país a las cotas más repugnantes de pobreza - viven con menos de un dólar al día- y a encabezar ella ránking de los países más corruptos del mundo. Pero ni su flota de yates, sus mansiones en el extranjero, o la opulencia de su residencia son los hechos que más indignan a los ecuatoguineanos: las máximas cotas de descontento se producen cada vez que mandatarios extranjeros visitan el país. En la última, el pasado año, Obiang construyó todo un complejo para celebrar la Cumbre de la Unión Africana, convirtiendo Malabo en un escaparate de la riqueza y el despilfarro. Palacios, villas independientes, campos de golf...todo una mini-ciudad con réplica de la Torre Eiffel incluida para los mandatarios árabes que acudieron a la cita. El padre Obiang ya ultima la cesión de su legado a Teodorín, su hijo, cuya residencia oscila en el yate del número dos de Microsoft, Paul Allen -que alquila por 400.000 dólares diarios- y sus fiestas en la mansión de California.