Durante años el doble juego de Pakistán ha supuesto una de las paradojas de la política internacional y, sobre todo, de la guerra contra el terror de Estados Unidos: por un lado colaboraban con los americanos en la persecución de Al Qaeda y la lucha contra el terror; por el otro partes del ejército y de los servicios secretos (el ISI, tal y como se lo conoce por sus siglas en inglés) colaboraban con los talibanes o se vieron directamente implicados en los atentados islamistas de Bombay.
Así, mientras EEUU libraba la guerra en Afganistán con el apoyo pakistaní, el ISI colaboraba activamente con la red Haqqani, una de las facciones más virulentas de los terroristas talibán, algo que los militares estadounidenses dan tan por seguro que incluso un alto oficial americano lo afirmaba sin tapujos frente a periodistas pakistaníes: "Está más que sabido que el ISI mantiene una relación a largo plazo con Haqqani, que está dando apoyo, financiación y entrenamiento a terroristas que asesinan soldados americanos y de nuestros aliados".
¿Un equilibrio roto?
Pero para muchos, ese equilibrio imposible puede haberse roto definitivamente al descubrirse la confortable vida que llevaba el prófugo más buscado del mundo: tal y como explica Salman Rushdie, el famoso escritor de origen indio que fuera condenado a muerte por Jomeini, en un artículo publicado en The Daily Beast, "Estados Unidos ha tolerado el doble juego pakistaní desde hace mucho tiempo porque sabían que necesitaban su apoyo para la guerra en Afganistán y en la esperanza de que los líderes del país entendiesen su error de cálculo, entendiesen que lo que los yihadistas también querían era echarlos a ellos".
Y es que, tal y como señala Rushdie, Pakistán sí es un "premio gordo" para los islamistas: un país mucho más organizado que Afganistán, con un ejército poderoso y, sobre todo, con su arsenal nuclear propio.
De hecho, aunque todavía no se han ofrecido explicaciones oficiales al respecto, el cierre de la embajada americana en Islamabad y de los tres consulados del país podría ser un primer paso en el cambio de unas relaciones que en estos años han supuesto multimillonarias ayudas económicas y militares cuyo fruto está ahora más en duda que nunca.
Así, mientras Pakistán presume de que su información ha sido clave en la localización de Ben Laden pero al mismo tiempo tiene buen cuidado en asegurar que sus tropas no han participado, Rushdie termina su artículo considerando que "si Pakistán no da al mundo respuestas a preguntas muy difíciles que debe hacerle el mundo ha llegado el momento de declararlo un estado terrorista y expulsarlo de la comunidad de naciones".
¿Ayudó Pakistán a Ben Laden?
Una de esas preguntas, y seguramente la más importante, es si miembros del ejército pakistaní o del famoso ISI han ayudado a Ben Laden directamente, ya que parece obvio que, cuanto menos, ha habido quién ha mirado para otro lado. En este sentido, según el Washington Times un ex jefe del ISI, el general Hamid Gul, ha reconocido públicamente que resulta "un tanto increíble" que las autoridades de su país no supiesen que el terrorista se encontraba allí.
La ubicación del escondite de Ben Laden hace temer lo peor, pero tampoco es un hecho absolutamente excepcional. Tal y como explica Dexter Filkins en The New Yorker, otros destacados miembros de Al Qaeda han sido encontrados en áreas y ciudades densamente pobladas de Pakistán: Rawalpindi, Karachi, Faisalabad...
Por otro lado, también se ha sospechado reiteradamente que el líder de los talibanes afganos, el tristemente famoso mulá Omar, se habría mantenido escondido en Pakistán con la ayuda o la asistencia del ISI, según informaciones recogidas incluso por la prensa norteamericana.
Estos antecedentes han servido para que políticos y analistas estadounidenses hayan planteado en público el doble juego pakistaní e incluso se haya acusado a las autoridades del país asiático de complicidad con Ben Laden.
Mientras, el que fuera presidente del país, el militar Pervez Musharraf, defiende a sus compatriotas aduciendo que habría sido "absolutamente estúpido" que el ISI diese cobijo al terrorista en "un lugar tan prominente", pero al mismo tiempo tensaba la situación calificando la irrupción de las tropas americanas en su territorio como una "violación intolerable de soberanía".
Una convulsa potencia nuclear
Pakistán es uno de los pocos países del mundo que admite poseer armas nucleares, así como uno de los escasos no firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear, junto con Israel, Corea del Norte y su enemigo secular, India.
Pero el país asiático es, probablemente, el miembro de este selecto club más inestable políticamente, y sólo las pocas bombas que pueda poseer Corea del Norte provocan más preocupación que las pakistaníes (cuyo arsenal se supone bastante más importante), al menos mientras Irán no logre desarrollar su propia bomba.
Y es que la política y la sociedad pakistaníes se vienen enfrentando a problemas poco comunes. En el plano institucional los focos de tensión son múltiples, destacando el conflicto prácticamente permanente con la India, que ha llevado a numerosos enfrentamientos puntuales, sobre todo en la región de Cachemira, y a tres guerras declaradas en 1947 (en el momento de la independencia de ambos estados), en 1965 y en 1971. Esta última llevó a la independencia de Bangla Desh, hasta entonces parte del territorio paquistaní.
En los últimos años al conflicto con el vecino indio se le ha sumado el propio enfrentamiento de Pakistán con el fanatismo islamista, unas veces en forma de combates militares con fuerzas talibanes, sobre todo en el área del Valle del Swat, junto a la frontera afgana; otras como violentos enfrentamientos incluso en la propia capital, como la crisis de la Mezquita Roja, tomada por grupos de estudiantes seguidores de un fanático islamista y que fue desalojada a sangre y fuego por el ejército en una operación que supuso centenares de víctimas.
Y por último también se han dado numerosos y extremadamente crueles atentados terroristas: hoteles, edificios oficiales, mercados o mezquitas han sido el objetivo habitual de los asesinos en acciones en las que los muertos suelen contarse por docenas. El último ejemplo ocurrió en el centro del país hace justo un mes: un doble atentado suicida con el terrible balance de 50 muertos.
Golpes, corrupción, elecciones y asesinatos
En el terreno puramente político la estabilidad ha sido una excepción en los últimos años de Pakistán, una vida política que puede resumirse en la biografía política de dos personajes: Benazir Bhutto y Pervez Musharraf.
Bhutto fue la primera mujer en acceder al poder democráticamente en un país de mayoría musulmana, pero por dos veces fue destituida de su cargo como Primer Ministro, en 1990 tras sólo 20 meses en el Gobierno, y en 1996 tres años después de haber sido reelegida. En ambas ocasiones fue acusada de corrupción.
Exiliada desde 1998, su vuelta a Pakistán para participar en las elecciones de 2008 acabo costándole la vida en un atentado, el 27 de diciembre de 2007, sobre el que todavía quedan puntos oscuros que aclarar.
Nuestro segundo personaje, Musharraf, alcanzó el poder tras un golpe de estado incruento en 1999, aunque no fue nombrado presidente hasta casi dos años después. La democracia quedó suspendida y hubo que esperar hasta 2007 para que se sometiese al escrutinio de las urnas, cuando convocó unas elecciones presidenciales que ganó.
Sin embargo, poco más de un mes después del triunfo electoral declaró el estado de emergencia para cortar un proceso judicial que cuestionaba su reelección. Finalmente, tras la pérdida de apoyos políticos y ante la certeza de que iba a ser destituido por el legislativo dimitió en agosto de 2008.
Tras una breve interinidad fue sustituido, precisamente, por el viudo de Bhutto, Asif Ali Zardari.
El conflicto religioso
Pese a que la inmensa mayoría de los 185 millones de paquistaníes son musulmanes, la religión está siendo también un foco de conflictos.
Según datos de la CIA el 95% de la población es musulmana, pero esto podría dar una engañosa sensación de uniformidad que no es del todo cierta, en primer lugar porque la población comprende un 20% de chiítas, lo que supone una comunidad de más de 30 millones de personas, es decir, la segunda mayor del mundo tras la de Irán.
Los choques entre sunníes y chiítas son frecuentes aunque en los últimos tiempos lo que ha destacado es la presión sobre las confesiones aún más minoritarias, especialmente los cristianos. Un ejemplo perfecto de la situación ha sido la persecución de la campesina cristiana Asia Bibi, que fue condenada a la horca por hablar de Mahoma.
La presión internacional impidió que finalmente la condena llegase a ejecutarse, pero en el camino el asunto sí le costó la vida a Shahbaz Bhatti, el único ministro cristiano del Gobierno y que se había manifestado claramente a favor de Asia Bibi y radicalmente en contra de las leyes antiblasfemia que habían servido para condenarla.
La situación ha servido para mostrar al mundo la situación de las minorías religiosas de Pakistán, donde hay un 5% de habitantes (unos 9 millones de personas) que profesan la religión cristiana o la hindú y que se ven, como Asia Bibi, expuestos a que cualquier denuncia pueda costarles la vida.
Y por último, también está el enfrentamiento entre musulmanes más o menos rigoristas: muchos paquistaníes y muchas autoridades religiosas creen en una interpretación extremadamente radical del Islam (hay que recordar que los primeros talibanes afganos fueron formados religiosa e ideológicamente en Pakistán) y actualmente en amplias zonas del país se aplica directamente la ley coránica.