"Me gustaría dar mi nombre, pero con esta gente, nunca se sabe..."
La Razón desvela, de la mano de algunos ex inspectores de la SGAE, los secretos del oficio de la "policía cultural" de Bautista. Infiltrarse o perseguir son sólo algunas triquiñuelas. Uno de ellos asegura que le gustaría dar su nombre, "pero con esta gente, nunca se sabe...".
El ingrato trabajo, revela La Razón, consiste en recorrer bares, discotecas, bodas... para así aplicar las tarifas de la SGAE. Unos dos centenares de inspectores forman parte del "ejército" dispuesto por Teddy Bautista para sancionar y reunir dinero para la Sociedad, para lo cual recorren locales y visitan a empresarios en busca de la liquidación de la última factura.
El trabajo de Enrique, uno de los ex inspectores que hablan en La Razón bajo pseudónimo, podría parecer idílico. Hasta que a las pocas semanas descubrió las sombras del oficio: presiones de los jefes para recaudar más, tarifas abusivas, la hostilidad de los clientes... De modo que, a pesar de trabajar a comisión y poder lograr sueldos de 3.000 euros, recibió su finiquito con satisfacción. "Prefería mil veces estar en el paro que seguir trabajando para ellos", confiesa uno de los ex inspectores de la "policía cultural".
Algunos de los que fueron encargados de engrosar los beneficios de la sociedad han decidido hablar a La Razón bajo pseudónimo por temor a las represalias, ya que "con esta gente nunca se sabe...", según uno de ellos. La SGAE se niega, según el diario, a permitir que cualquier inspector que todavía ejerza hable de su oficio.
El año pasado, expone La Razón, esta tarea supuso a la SGAE unos ingresos de 75 millones de euros, casi una cuarta parte de la recaudación. Dicha abultada cifra se debe a que los inspectores no sólo deben visitar locales convencionales, sino también bingos, prostíbulos, sanatorios, gimnasios, hospitales, polideportivos, geriátricos, fiestas de pueblos... tal y como se explica en el manual de 193 páginas que la entidad actualiza cada año.
Los inspectores trabajan a comisión, y pese a que sus ingresos varían, casi nunca bajan de 3.000 euros mensuales. Reciben un porcentaje de los cobros a los locales que visitan, pero sobre todo suben su cifra a través de los contratos nuevos: por cada cliente que empieza a pagar, reciben una sustanciosa prima.
Por eso, prosigue La Razón, dedican casi todo su tiempo a detectar a los que llevan años esquivando los pagos que la sociedad considera que son suyos. La SGAE presiona aquí hasta que se sale con la suya sin tener que llegar a los juzgados. "Les visitas una y otra vez hasta que hablan con sus abogados y aceptan que tienen que soltar el dinero", dice otro antiguo inspector.
En caso de que el cliente siga resistiéndose, Bautista dispone de otras opciones: la SGAE suele recurrir o bien a una empresa de cobro de morosos, o contrata a un detective privado para que se cuele en eventos –incluso bodas, bautizos y comuniones- y capture las pruebas necesarias de su "delito". El inspector debe ir acumulando pruebas de cara a una futura demanda.
"Durante una época, tenía que ir a los juzgados varias veces por semana para testificar", recuerda en La Razón un tercer veterano en el anonimato. Si el propietario de un local se justifica diciendo que sólo ve el fútbol por la televisión, entonces los inspectores le pasan factura igualmente ya que durante los encuentros suena el himno nacional, también protegido por los derechos de autor.
En otro caso expuesto, todavía más delirante, los representantes se infiltran ya sea en hospitales geriátricos como en saunas gays, llegando también a perseguir autocares repletos de escolares para tomar fotos de su televisión y la matrícula. "Estas triquiñuelas son la única forma que conseguir los objetivos que se nos fijan".
La integridad física de los inspectores también suele peligrar. Cuenta La Razón que se han producido numerosas amenazas con bates, huidas bajo una lluvia de botellas o los habituales insultos. "Resulta muy desagradable: lo más suave que te dicen es "ya estáis aquí los ladrones de la SGAE", vuelve a decir Enrique, pseudónimo de un ex empleado. "Imagina tener que hacer una inspección llena de matones a las tres de la mañana: eso no se paga con dinero", dice otro.
De modo que, junto a las largas jornadas, el cubrir grandes distancias para hacer "visitas" a zonas rurales" y la carencia de horarios, los altos sueldos acaban por no compensar.
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