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Litvinenko: el hombre que se enfrentó a Putin y el KGB… y fue asesinado

Sin tener todavía un final concluyente, la historia de Alexander Litvinenko es uno de los episodios más oscuros de la Rusia del siglo XXI.

Sin tener todavía un final concluyente, la historia de Alexander Litvinenko es uno de los episodios más oscuros de la Rusia del siglo XXI.
Litvinenko, durante su famosa rueda de prensa y en Londres poco antes de morir | Cordon Press

El 23 de noviembre de 2006 Alexander Litvinenko moría en Londres tras lo que, a primera vista, podía ser una enfermedad fulminante que lo mató en poco más de tres semanas. Lo cierto, tal y como apuntaron los primeros análisis médicos y más tarde confirmó la autopsia, es que había sido envenenado con polonio-210, un mineral altamente radiactivo que, según todos los indicios, ingirió, es decir, que fue envenenado.

Litvinenko había sido agente de la KGB –que parece la gran cantera de la actual clase dirigente rusa en muchos más campos que la política en el que, por supuesto, también lo es–y después de ser expulsado por sus denuncias sobre las actuaciones ilegales de la organización huyó de Rusia y se dedicó a la consultoría de seguridad y al periodismo, una profesión que ejercía con una fiereza inusual en contra de Putin, algo que no dejó de hacer hasta que fue asesinado en 2006.

El principio de todo

El caso de Litvinenko ha sido uno de los grandes escándalos de la política internacional en lo que llevamos de siglo XXI hasta el punto de que el país en el que ocurrieron los hechos, el Reino Unido, abrió una investigación pública que sirvió para elaborar un larguísimo informe escrito por Sir Robert Owen –un prestigioso exjuez– y que salió a la luz en enero de este mismo año.

Este informe, completamente disponible en Internet, causó una crisis diplomática entre Gran Bretaña y Rusia, pero en cualquier caso es una excelente fuente para conocer mejor quién era Litvinenko y, al menos, parte de lo que le ocurrió, incluso desde su más tierna infancia hasta su trabajo para la KGB que empezó en 1988, centrándose a partir de 1991 en la lucha contra el crimen organizado que, por entonces, arrasaba con la recién desmembrada URSS.

Como parte de este trabajo conoció a Boris Berezovsky, uno de los más exitosos hombres de negocios en la Rusia de aquellos momentos, que se estaba convirtiendo en un multimillonario al estilo de otros como Abramovich, que habían forjado inmensas fortunas con la apertura de los mercados interiores del bloque soviético.

Berezovsky y Litvinenko desarrollaron una amistad personal que, años después, se enfrentaría a una dura prueba. Fue en 1998, cuando el segundo estaba trabajando en una unidad ultrasecreta que, según su esposa Marina Litvinenko, realizaba operaciones "en los bordes de la legalidad".

No obstante, algunas de estas operaciones se situaban claramente al otro lado del borde de la legalidad, como cuando se le ordenó secuestrar a un hombre de negocios checheno y se le autorizó a disparar a los policías que lo custodiaban o, sobre todo, cuando recibió la orden de matar a Berezovsky.

Litvinenko y algunos de sus colegas se negaron a cumplir esta orden, avisaron al propio Berezovsky, y presentaron también las correspondientes denuncias internas, que sirvieron para que se destituyese al director de Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en ruso), el organismo que había sustituido a la KGB tras su disolución en 1991. Casualmente, o no, el nuevo director era un tal Vladimir Putin.

Pero el cambio de dirección no significó que la investigación sobre las supuestas órdenes se llevase a buen puerto, sino más bien lo contrario: se cerró en octubre de 1998. Fue entonces cuando Litvinenko y los suyos decidieron hacer públicas sus denuncias y sus críticas en una famosa rueda de prensa, que tuvo lugar el 17 de noviembre de 1998 en Moscú.

Arresto y huida

Sólo pasaron unos meses entre la rueda de prensa y la primera detención de Litvinenko el 25 de marzo de 1999. Estaba acusado de abuso de autoridad en la agresión a un sospechoso. Pasó ocho meses detenido hasta ser absuelto en un juicio militar en noviembre de ese mismo año, pero en ese mismo momento se le volvió a detener bajo otras acusaciones, aunque en este caso salió de la cárcel en diciembre de 1999.

Todavía fue acusado en una tercera ocasión de otros delitos, pero de esos se le juzgaría estando en fuga, ya que abandonó Rusia en octubre del 2000 no sólo por los procedimientos legales en su contra sino, sobre todo, por las amenazas de muerte que le habían hecho, indirecta y directamente.

Litvinenko llegó a Londres tras un periplo que le llevó por Georgia y Turquía, donde se le unieron su mujer y su hijo que habían viajado de Moscú a Málaga. La familia vivió desde entonces en Londres con el apoyo económico de Berezovsky, que también había pagado los considerables gastos de la huida. El ya exespía había pedido asilo político nada más pisar el aeropuerto.

Una muerte fulminante

La Investigación Litvinenko recalca que, en los seis años pasados en el Reino Unido, el ruso había tenido una salud envidiable, sin problemas médicos reseñables más allá de episodios concretos más que superados. Durante este tiempo colaboró con los servicios de inteligencia británicos de forma esporádica y, curiosamente, también con las autoridades españolas, a las que ayudó a luchar contra la mafia rusa que se había establecido en zonas de nuestro litoral.

Pero este historial médico impecable cambió súbitamente el 1 de noviembre de 2006 cuando empezó a sentirse mal. A primera hora del día 2 estaba vomitando "una y otra vez" y su aspecto era el de una persona "exhausta".

Un primer examen médico en su casa no detectó nada excesivamente anormal, como tampoco encontraron nada excesivamente preocupante los paramédicos de una ambulancia que Marina Litvinenko pidió horas después. Sin embargo, a partir del 3 de noviembre y ante un nuevo empeoramiento, con fuertes dolores y una diarrea con sangre, el médico que ya le había examinado volvió a verle con un diagnóstico mucho más serio: o bien tenía una fuerte infección o bien había ingerido algún alimento envenenado.

En el hospital, sin embargo, los síntomas de Litvinenko no casaban con los de una intoxicación o un envenenamiento común, y no fue hasta diez días después de ingresado cuando se empezó a valorar la posibilidad de que se tratase de un envenenamiento con un elemento radiactivo. De hecho, a partir del 16 de noviembre se inició un tratamiento con azul de Prusia, una droga usada para eliminar ciertos elementos radiactivos del cuerpo humano.

Esto no logró mejorar su estado más que aparentemente, como tampoco el traslado a otro hospital. De hecho, pese a que la línea de investigación médica señalaba al polonio, ni siquiera su primera presencia en unos análisis de orina convenció al equipo médico de que era el causante del envenenamiento, tal y como confirmaron los análisis postmortem.

De hecho, los médicos pudieron determinar que Litvinenko había ingerido polonio-210 en al menos dos ocasiones: una dosis mucho menor a mediados de octubre y una segunda, letal, probablemente el 1 de noviembre.

Finalmente, el 23 de noviembre fallecía en el Hospital University College de London. Poco antes de morir había firmando una carta redactada por alguno de sus colaboradores más cercanos en la que acusaba directamente de su muerte a Putin.

Este es el texto de aquella misiva:

Quisiera dar las gracias a muchas personas. A mis médicos, enfermeras y el resto del equipo del hospital por hacer todo lo que podían por mí. Y a la policía británica, que investiga mi caso con energía y profesionalidad y cuidan de mí y de mi familia.

Quisiera dar las gracias al Gobierno británico por acogerme. Me siento orgulloso de ser un ciudadano británico. Quisiera agradecer a la opinión pública británica sus mensajes de apoyo y el interés que han mostrado durante mi agonía.

Doy las gracias a mi esposa, Marina, que ha estado a mi lado. Mi amor por ella y por nuestro hijo no tiene límites.

Pero mientras estoy aquí, tendido en la cama, puedo oír cómo se mueven las alas del ángel de la muerte. Quisiera ser capaz de alejarme, pero tengo que decir que mis piernas no corren tanto como quisiera.

Creo, después de todo, que es el momento de decir una o dos cosas a la persona responsable de mi enfermedad.

Puedes lograr silenciarme, pero ese silencio tiene un precio. Te has mostrado como un bárbaro hacia las personas que te han criticado. Has demostrado que no tienes respeto por la vida, la libertad o cualquier otro valor civilizado. Eres indigno del puesto que ocupas, eres indigno de la confianza que te han dado hombres y mujeres civilizados.

Puedes silenciar a un hombre. Pero resonará un gran aullido de protesta por todo el mundo, señor Putin, que se quedará en tus oídos durante toda tu vida.

Puede que Dios perdone lo que has hecho, no sólo a mí, sino a la querida Rusia y su pueblo.

Y mañana en Libertad Digital: ¿Quién mató a Alexander Litvinenko?

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