Los largos aplausos dedicados a su discurso, el efusivo saludo de los presidentes de grupos políticos y el hecho de que los abucheos llegaran exclusivamente desde la bancada de euroescépticos confirmaban que la luz verde parlamentaria a Jean Claude Juncker era una victoria cantada. Luego fue la matemática parlamentaria (con los 422 votos que respaldaron al luxemburgués) la encargada de convertir los gestos en hechos, y en minimizar los efectos prácticos del motín de los 14 socialistas españoles a su propia familia socialdemócrata, que, ésta sí, dio su confianza al luxemburgués.
Así, el "buena suerte, presidente Juncker" con el que le tendió la mano el presidente de los socialistas en la Eurocámara, Gianni Pitella, contrastó con el voto discordante de la delegación de Valenciano, alineada, en su "no", con el rechazo de los euroescépticos o con la Izquierda Unitaria de Podemos e Izquierda Unida.
En principio, a Juncker le salían las cuentas, pero la fuga de votos españoles, británicos o franceses en el grupo socialista (que cuenta con un total de 191 diputados) hicieron tambalearse los cálculos teóricos que contaban con una holgada mayoría de 479 escaños sumando populares (221 eurodiputados), socialistas y liberales (67). Las deserciones chirriaron todavía más frente a las elogiosas palabras del líder de los socialdemócratas, el italiano Gianni Pitella, hacia Juncker. Aunque le advirtió que no se trata de "un cheque en blanco", la sintonía de los socialistas de Renzi con el nuevo presidente de la Comisión fue notoria.
Además, algunos de los que este martes boicoteaban a Juncker, como la delegación de los 14 capitaneada por Elena Valenciano, habían dado su apoyo a su predecesor Barroso, basados en una lógica de grandes pactos en pro de la estabilidad. Con todo, pese a la rebelión interna de los socialistas, A Juncker, para convertirse en presidente de la futura Comisión Europea, le bastaba una mayoría simple de 376 votos y superó en 46 votos esa cifra. Fueron 250 los votos en contra y 47 las abstenciones, entre ellas, las dos de diputados de UPyD.
Pese a que la elección secreta y el consiguiente goteo de eurodiputados haciendo fila con su papeleta ante las urnas añadió un cierto elemento de emoción de último minuto, Juncker llegaba -y lo sabía- a Estrasburgo con la bendición de la Eurocámara garantizada. Donde no había misterio era en el frente de los euroescépticos, para los que el candidato representa "descaradamente" el federalismo. Tanto los tories británicos como los euroescépticos de Nigel Farage tenían claro que no les gustaba ni el proceso de elección ni el nombre del candidato. Por su parte, el grupo de Izquierda Unitaria que cobija a Podemos veía en Juncker la continuidad del azote de la austeridad.
En 2009, el segundo mandato de Barroso fue aprobado por 382 votos a favor (incluido el de los socialistas españoles), con 219 en contra y 117 abstenciones.
Discurso aplaudido y sin Barroso
Tras el discurso de una hora en el que Juncker habló en inglés, francés y, en sus propias palabras, "el idioma de los campeones del mundo", se adivinaban los nuevos aires que una vieja cara pretende imprimirle a la Comisión Europea. "Más política" en contraste con la idea extendida de que el Ejecutivo comunitario es una colección de "funcionarios brillantes"; más inversión (300.000 millones en los próximos 3 años para "poner el ciudadano en el corazón de las políticas europeas"; o "más solidaridad" ante la inmigración, un problema que Juncker elevó, en línea con los países puerta de Europa y entre ovaciones, a la categoría de "problema de todos".
En un discurso de intenciones cabe todo, y el de Jean Claude Juncker no lo escondía. "En Europa, todavía hay lugar para soñar", avisaba antes de celebrar que la moneda común haya protegido a Europa y antes de prometer una UE más solidaria y más unida.
Las palabras de Juncker, en las que llamó la atención una total ausencia de menciones a su antecesor Barroso, recibieron numerosos aplausos de un amplio espectro político que celebra el hecho de que la Eurocámara haya tenido voz, por primera vez en la Historia, en la elección del presidente de la Comisión. Aunque también hubo abucheos, éstos llegaron de la bancada euroescéptica, a la que el siempre irreverente Juncker respondió de forma desigual. Si a Marine Le Pen le agradecía, agrio, que no le votara –"no quiero sus votos", le espetó-, con el británico Nigel Farage, que había alabado su sentido del humor, ironizó asegurando que el voto era secreto para permitirle votar a su favor.