La mayoría de los estadounidenses creen firmemente que el asesinato de Kennedy fue una conspiración. Cincuenta años después, el 61% está convencido de que todavía no se ha destapado lo que ocurrió ese soleado noviembre de 1963. Medio siglo de películas, investigaciones, documentales, libros y artículos que han contribuido a crear del asesinato de JFK uno de los mayores misterios de la historia reciente, pozo inagotable de elucubraciones. Un gigantesco monstruo de mil cabezas en el que todo tiene cabida: desde las dudas razonables que cuestionan que Lee Harvey Oswald actuara solo, hasta los más descabellados desvaríos.
Hay hipótesis para todos los gustos, basadas en las múltiples lagunas que han sobrevivido a las conclusiones de la Comisión Warren, primero, y del Comité de la Cámara sobre asesinatos (HSCA), después. La CIA, Fidel Castro, la mafia, la Unión Soviética.... ¿Quién mató a Kennedy? Cada una de estas hipótesis cuenta con su propia sala en el museo construido en Dallas en honor al 35ª presidente estadounidense.
La teoría de la bala mágica
La versión oficial hecha pública por la Comisión Warren comenzó a cuestionarse desde el primer minuto. Ésta sostenía que Lee Harvey Oswald disparó tres tiros desde el sexto piso de la Texas School Book Depository donde trabajaba. Una 'bala mágica' causó siete heridas en Kennedy y Connally, en una absurda trayectoria que causó controversia incluso entre los propios miembros de la Comisión. Lo que Jim Garrison describió como "la mentira más basta jamás contada al pueblo americano" fue plasmado por Oliver Stone en su film JFK, Caso Abierto.
Pero en los últimos años también han surgido teorías que podrían avalar que esa bala tomara esa trayectoria a priori tan descabellada. En el documental de ABC News The Kennedy Assassination: Beyond Conspiracy, se arrojó un nuevo dato: el asiento del presidente era tres pulgadas (unos 7,7 centímetros) más alto que el de Conally, lo que permitiría que la bala le alcanzara sin ese giro imposible.
Hubo que esperar hasta 1975 para que se creara el Comité especial en el Congreso que estudiara la posibilidad de una conspiración y no del acto aislado de un don nadie como Oswald. Y todo fue por la publicación -que no aparición- de las imágenes grabadas por el fabricante de ropa Abraham Zapruder. Él estaba en esa Plaza Dealey de Dallas, grabando con su 8 mm el paso de la comitiva de Kennedy. Y entonces, mientras la limusina se adentraba en Elm Street, capturó el magnicidio: 26 segundos que estremecerían al mundo.
El público tardó casi diez años en ver las terribles imágenes. Life publicó algunas estáticas en su momento, pero se comprometió a no mostrar nunca el célebre fotograma 313, donde JFK perdía la vida por el disparo fatal. Su exhibición provocó la formación del Comité especial, que acabó concluyendo que la muerte de Kennedy fue una conspiración -que no afectaba a las agencias estadounidenses- que involucró a varios pistoleros.
La mafia y la CIA
Esta es la conclusión más extendida, al menos en el imaginario colectivo estadounidense, que señala a la mafia/gángsteres como ejecutores de JFK. Según esta teoría, el crimen organizado quiso quitarse de en medio a Kennedy como respuesta a la oleada de juicios a los que les estaba sometiendo el hermano del presidente, Robert Kennedy, fiscal general. El trigésimo quinto presidente estadounidense estaría incumpliendo los compromisos que tenía con el sindicato del crimen.
Los profundos vínculos de la familia Kennedy con la mafia apuntalan esta creencia, así como el hecho de que fuera el mafioso Jack Ruby quien evitó que Oswald tuviera tiempo de hablar. Le encajó un tiro en mitad de la comisaría, y él mismo murió dos años después en circunstancias no aclaradas. Más tarde, el poderoso jefe de la mafia Sam Giancana también fue asesinado a tiros antes de que el Comité de Inteligencia del Senado pudiera interrogarlo por el asesinato del presidente, al que estaba vinculado desde hacía años. Tenía la boca cosida a balazos. Judith Campbell, una de las amantes de JKF también confesó que actuó como mensajera entre Giancana y el presidente.
Kennedy heredó de su padre las conexiones con la mafia y el crimen organizado, quien amasó su fortuna con el contrabando de alcohol en la época de la ley seca. Millones que más tarde empleó para lograr que su hijo llegara a la Casa Blanca, y no sólo financiando su carrera en las mejores universidades. Hombres de la mafia como Giancana catapultaron a Kennedy primero como candidato demócrata y, después, hasta el despacho oval, a cambio de grandes sumas de dinero.
El posterior atentado contra Robert Kennedy fue interpretado también como una vendetta de la Cosa Nostra contra quien había empujado a John Kennedy a no atenerse a su palabra. Además, la implicación del hampa en la operación de la CIA para asesinar a Fidel Castro aporta muchos más claroscuros, dibujando otra de las teorías más extendidas: que detrás del asesinato de Kennedy están los servicios de la CIA junto con exiliados anticastristas.
El exagente de la compañía, Howard Hunt B -encarcelado después por el escándalo Watergate- llegó a confesar que él participó en "Theig Event", lo que describió como una operación conjunta de la CIA y la Mafia para acabar con la vida de Kennedy.
La teoría cubana y el KGB
La teoría que apunta a La Habana como autora del asesinato de Kennedy comenzó en 1963 y sigue viva a día de hoy. Decenas de libros analizan esta posibilidad, pero quizás su máximo exponente sea Wilfried Huismann, que sostiene que Oswald era un agente de la Inteligencia cubana, basándose, entre otras cosas, en el testimonio de Óscar Marino que plasma en Claves secretas del asesinato de Kennedy, La conspiración cubana. En él, este exagente asegura que se trató de una operación conjunta de Cuba y la KGB, extremo que conocería Lyndon B. Johnson pero que ocultó para evitar una tercera guerra mundial con la irremediable invasión de la Unión Soviética. Según esta obra, Johnson tuvo en sus manos un informe -que también vio el general Alexander Haig, quien lo cuenta- en el que se probaba que Oswald había visitado Cuba días antes del asesinato, donde se reunió con agentes de la Inteligencia cubana y soviética.
Otros, como el oficial de la CIA Brian Latell también sostienen que La Habana estuvo al tanto de todo lo que iba a suceder. En Castro's Secrets: Cuban Intelligence, the CIA, and the Assassination of John F. Kennedy sitúa la clave en un momento muy concreto: el viaje de Oswald a México y Cuba, sobre el que el gobierno estadounidense sigue sin desclasificar los documentos que lo abordan. Otros, como Daniel Schorr, consideran que Oswald mató a Kennedy con la intención de favorecer a Cuba, dada su militancia comunista, pero sin ayuda expresa de La Habana.
El propio John Kerry escenificó la pasada semana parte del sentimiento que provoca esta teoría: "Tengo serias dudas sobre la implicación de Cuba y Rusia en el asesinato", confesó.
Conspiración del Gobierno
Esta teoría comenzó a gestarse cuando se descubrieron los fallos de seguridad de ese trágico 22 de noviembre en Dallas. Dos agentes del servicio secreto no se encontraban en su lugar, protegiendo como escudos humanos a Kennedy y la primera dama tal y como establecían los mecanismos de seguridad. Además, hubo dos situaciones más que no entraban en lo planificado: que el automóvil que llevaba al presidente fuera el primero en la comitiva -el protocolo indica que debe existir una avanzada del Servicio Secreto- y que este realizara un giro no planeado al enfilar la calle Elm.
Sobre estas tres circunstancias se han elaborado todo tipo de teorías que sostienen que el asesinato de Kennedy se organizó desde dentro de las instituciones americanas. Algunas señalan directamente al director del FBI J. Edgar Hoover como cabecilla del plan, que podría haber utilizado también los servicios de la mafia para acabar con la vida de JFK, con quien mantenía una pésima relación. Según esta hipótesis, Hoover se habría valido de Guy Banister -exdirector del FBI en Chicago- para contactar con Oswald, con quien Banister mantenía una amistad.
En el intento de descubrir una conspiración gubernamental en la muerte de Kennedy, también se ha llegado a poner en cuestión el papel que jugó Lyndon B. Johnson, que ocupó la Presidencia tras el magnicidio. La mayoría de defensores de esta teoría aluden a las conexiones de LBJ con el asesino convicto Malcom Mac Wallace, al que se relacionó con el asesinato de JFK a través de varias evidencias forenses que aún hoy son discutidas.
Ambas teorías -que el asesinato se organizó desde el FBI o desde la vicepresidencia- comparten puntos en común, expuestos en La Mejor Prueba, de David Lifton. Esta obra apunta a la implicación gubernamental basándose en lo ocurrido con el cadáver de Kennedy que, según asegura, salió de Dallas en un ataúd de bronce con la cabeza en sábanas y aterrizó en Bethseda en un féretro distinto y con la cabeza envuelta en plástico. Lifton especula abiertamente con el hecho de que el cuerpo sin vida fue manipulado para agrandar el orificio de entrada de la bala para confundirlo con uno de salida y ocultar un supuesto disparo frontal. Este no habría sido obra de Oswald. Además, según Lifton esto probaría el motivo de la desaparición momentánea del cerebro del presidente, hecho del que tampoco existen pruebas concluyentes.
Combinaciones imposibles y otras teorías
Por otro lado, durante medio siglo no han dejado de florecer elucubraciones que mezclan todas las teorías posibles, e implican a los distintos protagonistas en infinitas combinaciones. Desde un complot de la CIA con la Mafia, o esta con Hoover, pasando por Johnson con exconvictos francotiradores; y siempre con La Habana en el horizonte.
Además, continúan vigentes algunas teorías mucho menos arraigadas, que implican a nuevos actores en el misterio, a los que también se culpa del asesinato. Hay, por ejemplo, quien sostiene que en realidad fue un plan maestro de Nixon para hacerse con la presidencia, o quien llega a apuntar a Israel o a la Reserva Federal.
Asimismo, han surgido otras teorías de la conspiración que barruntan la posibilidad de que quien fuera asesinado no fuera Kennedy, sino el policía J.D. Tippit, con características físicas similares. Esta hipótesis se articula aludiendo a las contradicciones de la autopsia y a los propios testimonios de su esposa y hermano, que dijeron no reconocer -en primera instancia- el cuerpo sin vida del presidente. Otros, sin embargo, aluden a la posibilidad de que existiera "más de un Oswald".
Pruebas falsas
Paralelamente, durante estos años han surgido investigaciones que tratan de esclarecer el asesinato de Kennedy sin aludir a las teorías de la conspiración. Libros, documentales y artículos que se han centrado en desbaratar muchas de las supuestas "contradicciones" que surgieron tras el magnicidio, y que en realidad se trataba de puros fraudes.
Quien más invirtió en tratar de refutar las teorías de la conspiración fue Vincent Bugliosi en Reclaiming History, quien durante casi 2.000 páginas analiza punto por punto los supuestos indicios conspiranoicos, para desmontarlos.
Más recientemente, fue The New York Times el que desbarató uno de los supuestos 'misterios' más extendidos, y que suele citarse como prueba inequívoca de que algo no sucedió como nos contaron. En la grabación de Zapruder aparece un hombre entre el público que observa a la comitiva con un paraguas, situación extraña por el cielo despejado que lucía ese día en Dallas. Se llegó a elucubrar de todo: desde un mecanismo de disparo de dardos, hasta la posibilidad de que fuera una señal para el tirador.
Quince años después, "el hombre del paraguas" habló ante el comité que investigaba el magnicidio, y reveló una realidad mucho menos extravagante. El documental de Errol Morris arrojó luz sobre un supuesto misterio que dejó de serlo.
Sea como fuere, el misterio continuará. Porque ha seguido en pie no tanto por las pruebas existentes que avalen las diversas teorías, sino por el ferviente deseo de encontrar a un culpable más allá de Oswald. El interrogante ha mutado y ya no se trata tanto de esclarecer las incongruencias y contradicciones que dejó la investigación, como de dar con quién tenía más motivos para querer a Kennedy muerto. Y en ese juego, como en una novela de Agatha Christie, todos tenían motivos. Otra cosa es que lo hicieran.