Adiós al flequillo indómito de la república catalana. Anna Gabriel ha pasado de predicar el enfrentamiento frontal contra el Estado a escapar a Suiza para intentar establecerse como docente y empezar una nueva vida; del corte de pelo al hacha a un peinado a la moda heteropatriarcal; de tirar a Mas a la papelera a copiar a su sustituto en un país que no casa con su modelo político. El cambio de look de la exdiputada anticapitalista y antisistema de la CUP ha sido más comentado que su huida.
La excusa de Gabriel es que así, con la fuga, ayudará a internacionalizar la causa catalana y la denuncia sobre el tiránico Estado hispánico. Si el Tribunal Supremo activa una orden internacional de detención, pedirá asilo en la confederación helvética. Tiene como defensor al joven letrado de etarras Olivier Peter, que ha participado en el equipo jurídico que ha conseguido que el Estado fuera condenado en Estrasburgo por malos tratos en el caso de la detención de los asesinos del atentado de la T-4.
Las peripecias y el estilismo de Gabriel fueron la nota de color en una nueva jornada de caos institucional en Cataluña. El presidente del Parlament, el republicano Roger Torrent, se resiste a tramitar la modificación de la ley de presidencia de la Generalidad que registró en la cámara el grupo de Puigdemont, Junts per Catalunya, para validar una investidura telemática. Torrent ha vuelto a utilizar el comodín de los letrados del Parlament para solicitar un informe respecto a la compatibilidad de las pretensiones del residente en Waterloo con los requerimientos del Tribunal Supremo y el Constitucional. El grupo de Puigdemont aceptó a regañadientes en otro desencuentro público de las formaciones que se tienen que poner de acuerdo para desbloquear la investidura.
El líder separatista fugado se prepara para lo inevitable, una investidura simbólica sin implicar al Parlament, pero sopesa lanzar una nueva ofensiva con propuestas de candidatos a presidentes de la Generalidad de tan escaso recorrido como el suyo. El digital independentista El Nacional aventa que Puigdemont se reserva la potestad de designar al nuevo candidato a la investidura y que Jordi Sànchez, el jefe de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), preso en Soto del Real, es el elegido.
Rull y Turull, en la recámara
Dadas las dificultades operativas de un presidente presidiario, el siguiente candidato de Puigdemont sería Jordi Turull, exconsejero excarcelado sobre el que pesa la sombra de una más que previsible inhabilitación. El siguiente en esa lista sería Josep Rull, en las mismas condiciones que Turull.
Puigdemont quiere forzar la máquina del enfrentamiento con el Estado y de paso doblegar a ERC, que no tendrá más remedio que aceptar la candidatura de Sànchez si llega a producirse.
Descontadas las deposiciones en Supremo de Marta Rovira, Marta Pascal, Neus Lloveras –la presidenta de la asamblea municipal separatista que puso el grito en el cielo cuando Puigdemont amagó con convocar elecciones y no proclamar la repúblíca– y Artur Mas, los grupos de ERC y Junts per Catalunya aspiran a llegar a un acuerdo en menos de una semana, pero si Puigdemont tira del cartucho Sànchez se mantendría el bloqueo.
El expresidente de la Generalidad hace valer su condición de candidato más votado del bloque separatista y fija hasta el último detalle su papel en la política catalana. A diferencia de Mas, que se conformó con la promesa de convertirse en "embajador volante" del separatismo, pretende no sólo teledirigir el gobierno autonómico, sino que ERC asuma que sus atribuciones "simbólicas" incluirían hasta la posibilidad de disolver el Parlament. Eso o elecciones.