Hasta que se empezaron a conocer los datos reales del escrutinio la pasada noche electoral parecía destinada a ser la de un gran triunfo de Pablo Iglesias y los suyos: por encima del PSOE, por encima de las encuestas y asomándose al poder, los de Unidos Podemos ya se veían con un pie en la Moncloa.
Pero la realidad del conteo de votos reveló algo muy distinto: Unidos Podemos empezaba muy por debajo de lo esperado y desde ese suelo no lograba subir a lo largo de toda la noche. El resultado final es que no sólo no ha habido sorpasso sino que los de Iglesias han perdido más de 1.100.000 votos respecto al resultado que Podemos e IU tuvieron el 20D por separado y repiten los 71 escaños de entonces. Una cifra que puede ocultar la magnitud de un estropicio que resulta mucho más evidente si se tiene en cuenta que, de haberse presentado juntos en diciembre habrían tenido nada más y nada menos que 85 diputados.
¿Qué ha ocurrido? Más allá del evidente error de las encuestas a pie de urna, hay algunas razones que podrían explicar el descalabro que ha sufrido Podemos. Ninguna ha sido definitiva, pero la suma de todas ellas si podría ser la causa del desastre.
Una mala campaña
Aupada por la prensa y los analistas, lo cierto es que la campaña de Unidos Podemos –y especialmente la de Pablo Iglesias- ha demostrado estar muy equivocada y probablemente es uno de los factores que explique el resultado. Pocos actos públicos, muchas apariciones televisivas y alguna, como la entrevista con Ana Pastor el último domingo antes de la votación, para la que pareció que el líder del partido morado no se había preparado ni la respuesta a las preguntas más obvias.
Los medios se han maravillado de ideas de marketing político como el programa electoral con forma de catálogo de Ikea, pero el resultado de estas innovaciones tampoco parece haber sido el esperado.
Por otro lado, se ha incidido mucho en conceptos nuevos y en eslóganes que recordaban, y no poco, a los usados por el chavismo incluso desde el punto de vista gráfico: "La sonrisa de un país" o la un tanto sorprendente reivindicación de la "patria" de la última semana de campaña son buenos ejemplos. Sin embargo, estas propuestas quizá no han encontrado todo el eco de un electorado de izquierda que probablemente no sintoniza con esas ideas y, de hecho, el propio Monedero ha cargado ya contra esta campaña.
¿Era buena idea?
La segunda razón quizá la podamos encontrar en el propio pacto con Izquierda Unida: mientras que desde su irrupción en las elecciones europeas del 2014 Iglesias y los suyos se han esforzado por alejarse de las posiciones de extrema izquierda de las que nacían -y que siempre han sido las suyas-, el pacto con IU mostraba a buena parte del electorado que ese tránsito a la socialdemocracia quizá no se había realizado y, sobre todo, ponía sobre la mesa una cuestión que ha resultado estar envenenada.
De hecho, Pablo Iglesias ha tenido que responder a más preguntas sobre su verdadera filiación política que en todo el resto de su vida y, esta cuestión le ha puesto en dificultades en algunas entrevistas importantes como, por ejemplo, la que citábamos de Ana Pastor el pasado domingo 19, que fue un verdadero desastre para el líder de Unidos Podemos.
El pacto abría también una vía para que el PSOE lograse diferenciarse y plantear su estrategia no sólo frente a la derecha del PP sino también frente a una izquierda que ya ocupaba otro espacio distinto, más al extremo.
Ayuntamientos del Cambio
Analizando los resultados en las principales capitales en las que gobierna Podemos -Valencia, Barcelona, Cádiz, Zaragoza, La Coruña y, sobre todo, Madrid-, parece claro que los últimos meses de gestión de los "Ayuntamientos del Cambio" han supuesto una losa en las aspiraciones electorales de Podemos.
En el 20D los éxitos de la gestión municipal de Carmena, el Kichi o Ribó todavía no habían llegado a los ciudadanos y aún así los resultados tampoco fueron los esperados. Seis meses después la evidencia del desastre ha hecho que la coalición de extrema izquierda pierda votos de forma muy importante en todos estas ciudades que deberían haber sido, al contrario, feudos de un partido que en teoría está más enfocado a un votante urbano.
El caso paradigmático es Madrid: la coalición liderada por Iglesias ha perdido más de 100.000 votos después de haber intentado entrar en campaña con una aberrante rebaja selectiva de impuestos que la Junta Electoral Central tuvo que retirar y por la que ha abierto un expediente a la alcaldesa y algunos concejales. Un ejemplo perfecto de la torpeza con la que Podemos ha conectado la política municipal con la nacional.
El Brexit, ¿lo más grave?
Pero quizá el hecho que más ha influido en esta campaña y en la debacle electoral de Podemos haya ocurrido bastante lejos de nuestras fronteras. El momento ha sido perfecto: el viernes por la mañana, a sólo 48 horas de que los españoles nos acercásemos a las urnas estallaba la bomba del Brexit en Gran Bretaña.
La sorpresa –mayor aún después de que todas las encuestas de los últimos días apostasen por el Remain– ha parecido descubrir a la opinión pública española que con las cosas de votar no se juega y que el voto de protesta, que dejarse llevar hasta la urna por el cabreo, puede tener consecuencias desastrosas.
Además, Podemos es el único de los cuatro grandes partidos que ha defendido los referéndums como solución a los problemas de nuestro país, sobre todo en Cataluña, por lo que la identificación del problema y el desastre con los Iglesias no podía ser más sencilla.
Y por si todo esto no fuese suficiente, el Brexit ha abierto también una incertidumbre de tal calibre a nivel internacional que no pocos votantes pueden haber sentido la necesidad de evitar la aventuras políticas y devolver su voto a los partidos que ofrecen una mayor seguridad institucional, es decir, el PP y, en menor medida pero también, al PSOE.
¿Y ahora qué? Las consecuencias
El descalabro de Podemos abre un escenario completamente nuevo para un partido que llevaba desde prácticamente su nacimiento subido a una ola que parecía llevarles directamente al poder.
La primera consecuencia de este resultado no es sólo que Podemos no llegará al poder en esta ocasión, algo que muchos temían y que los del partido morado casi acariciaban, sino que lo va a tener extraordinariamente difícil para hacerlo, tal y como prometía Iglesias al final de campaña como el peor escenario, dentro de dos años.
Su estrategia está visiblemente dañada: la referencia en la izquierda seguirá siendo el PSOE, el líder de la oposición seguirá siendo Pedro Sánchez y, en suma, la alternativa a Génova sigue siendo Ferraz.
En estas condiciones no parece que una coalición como Unidos Podemos, cuyos líderes parecen más cómodos en las calles que en los hemiciclos, sea capaz de rentabilizar una tarea parlamentaria que no siempre es fácil y para la que, además, no tendrá la posición más cómoda.
¿Unidos? Podemos
La segunda consecuencia de este resultado a medio plazo puede ser la propia disgregación del heterogéneo bloque que hoy en día es Unidos Podemos, formado no sólo por el partido morado, Izquierda Unida y Equo, sino también por toda una colección de mareas, partidos locales y asociaciones regionales cada uno de los cuales tiene sus propios intereses y sus propios líderes.
Es una amalgama tan compleja que parece imposible mantenerla unida sin la argamasa del poder o, al menos, de la promesa cercana del poder. Y sin todas estas marcas locales Podemos ha tenido un 13,37% de los votos, un porcentaje mayor al que jamás hubo alcanzado Izquierda Unida, sí, pero que desde luego no permite bajo ningún concepto "tomar el cielo por asalto", tal y como prometió el propio Pablo Iglesias allá por octubre de 2014.