Josep Garganté es el antisistema de manual, un tipo duro que se pasea por el barrio con su imponente barba de pirado por las Harleys Davidson y la cabeza rasurada, los brazos tatuados (no falta la cara del Che) y las palabras amor y odio en los nudillos. Su atuendo incluye camisetas reivindicativas, sudaderas con capucha así como un buen surtido de pantalones piratas. El Gargan le llaman y no es un artista del tatoo ni el batería de un grupo satánico. No. Garganté es sindicalista y forma parte de la Cordinadora Obrera Sindical (COS) porque los de la CGT le parecían unos blandos vendidos al capital. También es separatista y está en el secretariado permamente de la CUP, encomienda a la que suma la de concejal en Barcelona. Todo un personaje de la nueva política. Conductor de autobuses, como Maduro y con el que tiene muchas más cosas en común.
Los antecedentes de Garganté incluyen una multa de cinco mil euros por destrozar la cámara de un reportero de TV3 mientras actuaba como piquete informativo en una huelga de Transportes Metropolitanos de Barcelona, empresa municipal en la que dispone de plaza en propiedad. Y ahora más. Cincuenta y cinco días al año trabaja Garganté al volante de su flamante autobús de la línea 102 desde que es concejal. Puro postureo. Dice que es para no perder el contacto con la realidad obrera.
A Garganté no sólo le llaman el Gargan los colegas. Ahora también es conocido en toda la ciudad por el alias de el Padrino. Sus coacciones y amenazas a un médico de urgencias para que alterara el parte de lesiones de un mantero y acusar así a la Guardia Urbana de lo que había sido una torcedura de tobillo accidental fueron grabadas con un teléfono móvil. La calidad no es muy buena, pero el material está a la altura de un National Geographic sobre la cópula de los percebes, por lo inverosímil e inédito, y de un reportaje con cámara oculta sobre cómo funcionan las mafias, por lo crudo y descarnado. El momento cumbre es cuando Garganté le dice al médico: "Nos podemos pasar aquí cinco minutos o cinco horas; tú decides". El facultativo tuvo el coraje hipocrático de aguantar la presión y negarse de plano. Una auténtica heroicidad puesto que a Garganté sólo le faltó decir aquello de "no sabes con quién estás hablando" y pasar a la acción directa.
A Colau no le pareció para tanto y, como recompensa por su preocupación por la salud de los manteros, accedió a disolver a los antidisturbios de la Guardia Urbana, una reivindicación machacona del personaje, que odia a los pitufos. Fue el precio que tuvo que pagar la alcaldesa para aprobar los presupuestos.
Garganté asistió a la manifestación de los manteros que pedían la libertad de un colega que descalabró a un guardia urbano y es un asiduo de la movida en Gràcia. No se pierde ni una manifa y tiene clichados a todos los mossos.
El odio no es un simple tatuaje en los nudillos. A los concejales del PP y Ciudadanos, Garganté no les saluda, sino que emite un gruñido a su paso. Hay quien dice que tan sólo se trata de mala educación.