Venezuela parece deslizarse hacia el desastre a una velocidad cada día mayor: la situación humanitaria empeora casi por minutos y la erupción de la violencia generalizada -o mejor dicho, aún más generalizada- parece hoy más cercana que ayer, pero menos que mañana.
En este contexto, lo que ocurra en la república bolivariana puede convertirse en uno de los asuntos relevantes de la campaña electoral española, no sólo por la evidente vinculación entre Podemos y el régimen instaurado por Chávez, sino, y sobre todo, porque es inevitable ver en el programa de los de Pablo Iglesias un espejo de las políticas que han llevado a Venezuela al colapso.
Sin embargo, no hay que olvidar que el silencio cuando no el apoyo explícito de los de Iglesias a Chávez, primero, y a Maduro, después, revela en primer lugar la catadura totalitaria de un partido que no cree en la democracia sino en el socialismo maquillado de modernidad que ha destrozado Venezuela. Y segundo, y también importante, los vínculos con un régimen que por sí solos deberían descalificar a toda la formación para el juego democrático en nuestro país.
Pero la alianza comunista-bolivariana no es el único partido cuya relación con Venezuela deberá ser examinada por los votantes españoles: también los demás tienen que examinarse en la tragedia de un país iberoamericano en el que España no puede eludir una enorme responsabilidad tanto política como, sobre todo, moral.
Los líos del PSOE
En este sentido, quizá el que está lanzando señales más equívocas al respecto es el PSOE, probablemente muy a pesar de la dirección socialista, que había mantenido en esto una posición bastante clara. Especialmente después del viaje de Felipe González en el pasado mes de septiembre, en el que se enfrentó de forma tan nítida al régimen chavista que tuvo que abandonar el país antes de lo previsto.
La del expresidente, muy dura, ha sido al cabo la línea política que ha seguido su partido, que no ha tenido reparo en unirse a iniciativas parlamentarias por la libertad de los presos políticos venezolanos, amén de mantener un discurso claro.
Sin embargo, en esta semana y de la forma inopinada con la que viene actuando, Zapatero se ha presentado en Venezuela en una visita de mediación a la que no se le adivina otro significado que un apoyo poco disimulado al criminal régimen de Maduro. Porque por mucho que el también expresidente se haya reunido con dirigentes de la oposición, uno no puede tratar como iguales a los que infringen los derechos humanos –amén de haber arruinado a su país– y a los que sufren tanto la ruina como las agresiones y los asesinatos; no es posible, o al menos no es decente, mediar como iguales entre las víctimas y los victimarios.
Todo parece indicar, aunque por supuesto ningún portavoz ha comparecido para afear la conducta de Zapatero, que el gesto no ha hecho ninguna gracia en Ferraz y, ciertamente, desdibuja la posición del partido en un terreno que puede ser clave en esta campaña.
Rivera, con la oposición
Más claro parecen tenerlo en Ciudadanos. Albert Rivera viajará también a Venezuela, pero ha abordado el asunto de una forma con la que es imposible el equívoco: invitado por la oposición, hablará en la Asamblea Nacional, que es el fruto de las últimas elecciones, y lo hará en defensa de la Ley de Amnistía de la que abomina el régimen.
Además, tal y como debe hacerse en este tipo de cuestiones, Rivera ha hablado de su viaje con el ministro de Exteriores, coordinándose con el Gobierno que es quien tiene la responsabilidad en la política exterior.
Por otro lado, este es un tema que Ciudadanos siempre ha sido meridianamente claro: su posición nunca ha dejado lugar a la duda tanto en sus manifestaciones públicas como en todas aquellas votaciones en diferentes parlamentos en las que ha participado, donde siempre ha estado del lado de las víctimas, es decir, de los venezolanos de a pie y los presos políticos que son la vergüenza de régimen liberticida.
El Gobierno, de la nada a los bandazos
Tampoco el Gobierno ha dejado una posición muy clara al respecto. Si bien es cierto que las obligaciones y la responsabilidad con la que estas cuestiones deben manejarse desde el poder obligan a un tratamiento más calmado, no lo es menos que las continuas salidas de tono y los múltiples y muy poco diplomáticos ataques de Maduro a España y al propio Rajoy merecían sin duda una respuesta más contundente.
La patética visita de Margallo a Cuba esta misma semana, otra dictadura y con una más que íntima relación con el régimen bolivariano, es un mensaje claro que no es precisamente de apoyo a la oposición democrática. Para colmo, este mismo jueves el ministro de Exteriores ha decidido mandar de vuelta a Caracas al embajador español, un gesto que nadie entiende porque la única forma de entenderlo es, de nuevo, como un apoyo a Maduro: por mucho que Margallo trate de justificarse lo cierto es que las labores que tenga que desarrollar el embajador podrían, sin duda, dejarse en manos del resto del equipo diplomático en la legación.
No obstante, no es un movimiento que deba sorprendernos en una política exterior que ha estado marcada por una forma de entender la realpolitik que, por suerte o por desgracia, lleva cuatro años alejándonos de las democracias y acercándonos a las dictaduras. No iba a ser Venezuela la excepción.