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Contra el marianismo

El marianismo pasará a la historia de España como la fase superior del zapaterismo.

El marianismo pasará a la historia de España como la fase superior del zapaterismo.
Mariano Rajoy | EFE

Puede que en el Gobierno y en el Partido Popular encuentren consuelo en las últimas encuestas. Si al final, como todo parece, el trío Sánchez-Rivera-Iglesias no logra ponerse de acuerdo y formar algún tipo de coalición antes del 2 de mayo, los sondeos electorales para unas hipotéticas elecciones generales el 26 de junio prometen hoy una mayoría de centro-derecha producto de un PP que no se hunde más y de un Ciudadanos que subiría como la espuma. La inacción de Mariano Rajoy habría dado sus frutos, tardíos pero positivos. Y, sin embargo, no hay motivo para la satisfacción. Tomar como base los malos resultados del PP en el 20-D significa viciar de partida toda comparación. Significa caer en una visión reduccionista que sólo quiere afrontar los retos a corto plazo que se le presentan al actual liderazgo del PP. Cierto, la continuidad de Mariano Rajoy se habría visto salvada –y la permanencia de los puestos en el Gobierno, garantizada–, pero a costa de proseguir en ese corrimiento al espacio de la socialdemocracia que el PP comenzó en 2006 y aceleró una vez que llegó al Gobierno, tras las elecciones de noviembre de 2011.

El 20 de noviembre de 2011 el pueblo español dio un mayoritario adiós a la desastrosa etapa de José Luis Rodríguez Zapatero. En ese momento, aupado por un respaldo social nunca antes logrado, Rajoy debía haber optado por enterrar el zapaterismo y recuperar las esencias del aznarismo. Sin embargo, prefirió eliminar el aznarismo y prolongar calladamente el zapaterismo. No lo hizo abiertamente, desde luego, sino bajo el falso dilema de tener que optar entre la economía y la política, entre la gestión burocrática y la ideología. Eligió la gestión económica y el resultado fue no sólo que perdió la política, no ganando las elecciones con la fuerza suficiente para poder formar Gobierno, sino que está a punto de perder también la economía, a tenor de los últimos datos de déficit y de la desaceleración de la actividad económica. Y si las encuestas resultan engañosas, como suele ocurrir, habrá perdido todo.

La España post-Zapatero

No hay una sola política llevada adelante por el Gobierno del PP de Rajoy que no prolongue las líneas básicas avanzadas por Rodríguez Zapatero mientras estuvo en la Moncloa:

– En materia económica, el PP abandonó su credo de rebaja de impuestos para pasar a incrementar la presión fiscal como nunca antes en España. A pesar del anuncio, claramente electoralista, de rebaja de tipos de 2015, hoy por hoy sólo el impuesto sobre sociedades está (ligeramente) por debajo de los niveles de 2011. Hoy, las familias pagan más pero tienen menos asegurado el futuro.¡

– En política autonómica, el Gobierno popular ha permitido el despilfarro continuo de las autonomías y ha dejado que, como en Cataluña, el independentismo gane fuerza, en una permanente cesión cuyo objetivo viene siendo evitar cualquier confrontación directa. La consecuencia no ha sido más que una España de desigualdad de derechos y libertades y fragmentada como nunca antes.

– En el terreno antiterrorista, el Gobierno prefirió desde el primer momento llevar a ETA a un abandono del uso de las armas (que no de las armas en sí, ya que conserva su arsenal) a cambio de la aceptación del entorno etarra en las instituciones del País Vasco y Navarra. Episodios como la excarcelación de Bolinaga o el abandono de las organizaciones de víctimas no han evitado, todo lo contrario, la laminación política del PP vasco. Por otra parte, frente al yihadismo, el Gobierno ha seguido actuando como lo hizo Zapatero: persecución policial de cualquier célula potencialmente peligrosa y desarticulación antes de que llegue a actuar. A veces demasiado pronto para mantener a los terroristas en prisión. El objetivo estratégico es que no se repita ningún atentado islamista como los de marzo de 2004. Loable, pero insuficiente. La aproximación meramente policial ha hecho que el Gobierno olvide las raíces del yihadismo y cómo combatirlo allí donde se genera, en los últimos años principalmente en Siria e Irak. La ausencia de España en la minicumbre antiterrorista de las principales potencias de la OTAN en septiembre de 2014 fue una clara manifestación del miedo o desinterés del PP de Rajoy a la hora de asumir responsabilidad internacional o estratégica alguna. De hecho, el Gobierno tardaría más de tres semanas en dar respuesta al llamamiento del presidente Obama para integrarse en la coalición internacional contra el Estado Islámico. Es más, tras los atentados de París de noviembre de 2015, el Gobierno volvió a supeditar los intereses de seguridad a los electorales y dio largas a la petición del presidente galo de una mayor contribución en el combate contra el EI en Siria e Irak. Esto es, la actitud que a nadie sorprendería en Rodríguez Zapatero.

– En el ámbito internacional, Rajoy y su ministro de Exteriores, García-Margallo, han seguido la estela dejada por Zapatero sin apenas variaciones. Enumeremos: primero, un amor no correspondido por la Casa Blanca de Obama; segundo, una marginalidad real en la toma de decisiones de la UE, ocultada burdamente por la grandilocuencia diplomática, pero sin efectos reales; tercero, una creciente soledad motivada por alianzas efímeras y contradictorias (de Alemania a Renzo pasando por Hollande) y el enfrentamiento con potenciales aliados (el Reino Unido o Israel); y cuarto, el abandono de la defensa de los valores de la democracia y la libertad en nuestra acción, con capítulos tan bochornosos como el de Cuba (de Carromero a la condonación de la deuda), Venezuela (abandono de la oposición democrática) o Irán, con quien se supone vamos a empezar a realizar grandes negocios a pesar de que los grandes contratos obtenidos por nuestras empresas están en Arabia Saudí, su rival más directo. La España menguante que inauguró Zapatero en marzo de 2004 se ha convertido en la España inexistente, que no cuenta para nadie ni para nada. La defensa, instrumento esencial de la proyección estratégica española, se ha visto degradada en sus capacidades, por falta de recursos y de dirección, y nos hemos contentando con apalancar las misiones de paz heredadas de Zapatero, sin que se haya cuestionado su sentido, su coste o sus beneficios, de tal manera que, cuando realmente se necesita una aportación militar, ésta tiene que ser ridícula, como en el teatro de Mali.

– En cuestiones sociales, culturales y educativas, el Gobierno tampoco lo ha hecho mucho mejor, lo suyo ha sido el permanente zigzagueo. El PP ha pasado de oponerse al matrimonio gay a hacerse la foto de familia en el enlace de Javier Maroto; de promover una reforma de la ley del aborto a forzar la renuncia del titular de Justicia que la defendía; de defender el castellano de boquilla a no velar por el cumplimiento de la ley en aquellas comunidades autónomas, como Cataluña, que discriminan negativamente la educación en español. Ciertamente, no hemos llegado aún al "jóvenes y jóvenas" de Carmen Romero o al "miembros y miembras del Gobierno" de Bibiana Aído, pero, a tenor de la asistencia servil de los ministros de Cultura a las ceremonias de los Goya, puro acto de sadismo por parte de una industria que no sabría cómo sobrevivir sin las subvenciones públicas, y de masoquismo gubernamental, todo se andará.

Cuesta creerlo, y mucho más explicarlo, pero el PP de Rajoy, por acción y también por dejación, se ha regodeado en la abdicación de lo que muchos creíamos eran sus principios y ha aceptado no como algo inevitable sino de buena gana el marco ideológico del zapaterismo en lo sustancial, aunque no en su encendida y alegre retórica. De hecho, el marianismo pasará a la historia de España como la fase superior del zapaterismo.

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