En junio de 2013 Mikel Buesa publicó aquí el artículo "La pachorra conservadora"; pero debió de dejarse bastantes cosas en el tintero porque ahora ha sacado un libro de 350 páginas con el mismo título, del que dimos cumplida cuenta el otro día en LD Libros.
"El Gobierno de Rajoy ha sido reformista pero muy retraído en cuanto al alcance de sus reformas políticas", nos dijo entonces. "Y ese retraimiento tiene mucho que ver con esto de la pachorra conservadora". Pero no sólo hay flema, tardanza, indolencia en esta actitud; también o sobre todo "el intento de que las cosas cambien pero no excesivamente" a fin de que "se moleste lo menos posible a los grupos de interés establecidos".
¿Se trata de cobardía? No cree Buesa que vayan por ahí los tiros: "Más que cobardía, yo creo que Rajoy es una persona que sabe que se enfrenta a intereses muy diversos y trata de molestar lo menos posible. (...) Ha preferido sobre todo no molestar a los de su propio partido, especialmente al poder autonómico", al que por otra parte ha dado un "golpe brutal" con la reforma del sistema financiero, "pues se ha visto desprovisto del instrumento financiero que tenían [habla en plural porque incluye también a los ayuntamientos] para hacer todo tipo de disparates". Como Rajoy es gallego pero no precisamente de Camariñas, lo del encaje de bolillos le ha salido mal. "Luego, claro, lo han perdido [el poder autonómico y municipal], no todo pero en gran medida. De tal manera que, si hubiera molestado un poco más, pues a lo mejor las cosas habrían sido un poco distintas".
Buesa asegura que Rajoy tuvo que lidiar con unas circunstancias "terribles", el ominoso legado de Zapatero, "porque el país iba a la bancarrota de manera acelerada, ¿eh?". Y le reconoce el poco pachorresco "esfuerzo íntegro" de los dos primeros años, así como los frutos obtenidos: "El resultado final es que el país ha salido de la crisis, las cosas están mejorando, (...) se ve en la calle y en las encuestas del CIS". Pero el pero:
Si las circunstancias del país fueran normales, diríamos: coño, este hombre ha logrado sacarnos de la crisis, podemos hacer todas las matizaciones que sea a su política, y yo de hecho se las hago; pero, efectivamente, el resultado ha sido favorable. Pero, claro, qué ocurre, pues que tenemos otros problemas muy relevantes, especialmente en el terreno territorial, en el del terrorismo, en el de la corrupción y en el de la organización de los partidos políticos; en el sistema político, en definitiva.
Y ahí Rajoy se ha quedado corto, muy corto.
Pongamos el caso del desafío separatista en Cataluña. "Yo creo que Rajoy ha sido en exceso prudente", sostiene Buesa, que aboga por que el Estado haga uso de "todos los medios" de que dispone –sin descartar medidas excepcionales como la suspensión de la autonomía o la declaración del Estado de sitio– para ponerle fin derrotándolo, no conchabeando. "Yo creo que la idea ésta de que a los catalanes se les va a poder contentar con un cambio en la financiación autonómica no tiene el menor atisbo de realismo", dice; a su juicio, se trata de una idea no sólo no realista sino profundamente injusta si se tradujera en la concesión de un régimen similar al que disfrutan –nunca mejor dicho– vascos y navarros. Y ofensiva:
Lo que los catalanes, cuando dicen "España nos roba" (...), cuando dicen eso, en realidad lo que están diciendo es que ellos quieren ser unos privilegiados y que a los demás les den por el saco.
Y claro, pues no. Por eso, y para resolver todos los demás problemas cruciales que tiene planteados España, Buesa llama al combate a cara de perro contra la pachorra, no sólo a Rajoy y al PP sino al conjunto de la sociedad, a su juicio aquejada del mismo mal, como queda clamorosamente de manifiesto en la manera en que maneja el asunto de la corrupción:
Los españoles, cuando contestamos al CIS, hablamos de la corrupción no cuando existe sino cuando hay que culpar a alguien de nuestras penurias. Esto es lo que ha ocurrido en la crisis. Mientras estaba aumentando el número de casos de corrupción que se conocían públicamente, a la gente le importaba un rábano este asunto; pero cuando llegó la crisis y nos apretaron el cinturón, entonces, como teníamos que reaccionar contra alguien, la corrupción se convirtió en una cosa hipervalorada. Pero aun así resulta que luego, cuando hay que ir a votar y a echar a los políticos corruptos a través del voto, vamos a votar y no echamos a los políticos corruptos. He recogido en el libro los resultados de unas cuantas investigaciones que se han hecho en España sobre este tema, y todas destacan lo mismo: la penalización de los políticos corruptos en las elecciones es... no inexistente pero casi, es muy pequeñita. Al final, la corrupción no es un determinante electoral. Y, claro, los partidos lo saben; y como lo saben, cuando se debate mucho del tema sueltan que van a hacer estas medidas y estas otras, pero luego, qué pasa, que ni echan a los políticos corruptos ni las medidas que proponen... no sabemos si se ponen en marcha o no y todo queda en agua de borrajas.
"Y, claro", remacha, "la culpa es verdad que la tienen los políticos, pero también la tenemos nosotros, que no somos capaces de echarlos".