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La salida de Sosa Wagner de UPyD: una muerte anunciada e inútil

Rosa Díez ha salido trasquilada mediáticamente de la purga de Sosa Wagner y, además, no ha resuelto su problema en Bruselas.

La líder de UPyD no sólo ha salido trasquilada mediáticamente de sus últimas maniobras para fulminar a su verso suelto, sino que, además, no ha resuelto su problema y nada le anuncia una legislatura pacífica. Le quedan aún dos "incontrolables" en su delegación, y una convivencia difícil en un grupo parlamentario de cuya línea se desmarca a menudo.

Por profundo que sea el foso al que Rosa Díez ha querido arrojar a su candidato en las últimas elecciones, la marcha de Francisco Sosa Wagner no cambia el hecho de que, en UPyD, hay quien no piensa como ella y, sobre todo, que la sintonía con el grupo político al que entró a formar parte al arrancar la legislatura es escasa.

A menos que Rosa Díez no quisiera repetir el espectáculo de liquidar a otro miembro de su partido –hay en Bruselas quien malicia que Fernando Maura podría ser el próximo-, su delegación en la Eurocamara seguirá dividida entre quienes obedecen al pie de la letra las consignas de Madrid y quienes, como Maura, han apostado no sólo por escuchar los argumentos de Francisco Sosa Wagner (el único con 5 años de experiencia en el Parlamento Europeo), sino por trabajar de la mano y en buena sintonía con Ciudadanos, con los que conviven en el grupo parlamentario de la Alianza de los Liberales (ALDE).

En Bruselas, el desenlace se veía venir y unos y otros tiran de lista de agravios para justificar el divorcio político. El partido habla de "guante blanco", pero el tono es bronco y las acusaciones, duras. Quienes conocen bien al afectado, por su parte, hablan de que "ha sido destruido personalmente" a base de una serie de acusaciones que han ido minando sus ánimos hasta llevarle a renunciar a un escaño que se ganó en unas elecciones primarias.

En lo único en que coinciden las versiones a uno y otro lado del ring es en señalar la fecha del 15 de julio como el principio del fin. El voto de Juncker como presidente de la Comisión Europea, al que Sosa Wagner y Fernando Maura secundaron en virtud de un gran pacto de su grupo político con populares y socialistas, prendió la mecha del enfado de Rosa Díez. Sorda ante las argumentaciones de Sosa Wagner a favor de un Juncker que había aceptado algunas de las condiciones impuestas por los liberales, Díez impuso a sus fieles la abstención. Con la intención de escenificar la defensa de los valores democráticos frente a un candidato que entendía no estaba en línea con los principios que defiende UPyD, Díez, finalmente, permitió con su actitud la fotografía de una delegación dividida en dos mitades. Curiosamente, la mitad que votó de acuerdo a los dictados de Madrid (Pagazaurtundúa y Becerra) se distanció de su grupo del mismo modo en que lo hicieron los socialistas españoles para cabreo de sus compañeros de filas en Europa.

Hasta aquel voto, Sosa había estrenado su segunda legislatura liderando las negociaciones con el grupo parlamentario del que, finalmente, entraron a formar parte. Fue entonces cuando se fraguó su estrecha relación con Ciudadanos, junto a los que tuvieron que capear la guerra sucia y alguna que otra calumnia por parte de CIU. Tras el éxito de las negociaciones –tener un grupo como paraguas parlamentario es sinónimo de más influencia, más tiempo de palabra y, sobre todo, más fondos-, Sosa Wagner escribió la famosa carta proponiendo un pacto con C’s con la que firmó su defunción política.

La excusa de un boicot imposible

Los últimos reproches le acusan de no haberse mojado para impedir que los fondos de ALDE financiaran un acto pro consulta (auspiciado, como es lógico, por los eurodiputados nacionalistas) apenas una semana después de otro en que UPyD y C’s habían denunciado la discriminación lingüística en Cataluña. Sin embargo, tampoco Ciudadanos hizo nada para impedirlo, sencillamente, porque no podían. Wagner difícilmente habría podido boicotear un acto, de cualquier naturaleza, para el que cada eurodiputado cuenta con fondos propios, de acuerdo a un funcionamiento interno que Díez conocía antes de acogerse al grupo. "Sinceramente, no entiendo por qué Díez quiso entrar en el grupo liberal", barruntan desde dentro del grupo.

Desde verano, a Bruselas llegaban en sordina los insultos que le llovían al eurodiputado en Madrid. Los pasillos, desde el que se escuchaban hasta portazos, se hicieron irrespirables. Y la presión pudo con Francisco Sosa Wagner, quien, por otra parte, podría haber seguido como eurodiputado independiente dentro de ALDE. Pero medio año después de haber pedido el voto a los suyos ataviado con sombrero panamá y con el mismo aire de catedrático sin apego al escaño con el que desembarcó en 2009, Francisco Sosa Wagner se fue.

Aunque nunca ocultó su condición de verso suelto, él siempre concibió su paso por el Parlamento Europeo como compromiso con las siglas que hoy reniegan de él. Fiel a la academia alemana en la que se formó –"con mis dosis de anarquista, como casi todos los profesores", solía bromear-, capeó con rigor su travesía por el desierto de los no inscritos, etiqueta bajo la que conviven perfiles tan dispares como el suyo o el del francés de ultraderecha Jean-Marie Le Pen. Tras lograr salir de las tinieblas parlamentarias, a Sosa Wagner le tocará volver a las aulas a practica su eterna obsesión de explicarle al ciudadano que Europa se puede tocar.

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