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'Tutti frutti' de extrema izquierda en la Plaza de Colón

Miles de personas se han reunido en Madrid este sábado para una manifestación que no ha sido la demostración de fuerza que la extrema izquierda cree.

Miles de personas se han reunido en Madrid este sábado para una manifestación que no ha sido la demostración de fuerza que la extrema izquierda cree.
Así fue la marcha

La manifestación de este 22-M en Madrid ha sido numerosa, negarlo sería mentir y hacerlo además de una forma muy estúpida. Eso no quiere decir que haya tenido ni la décima parte de los "casi tres millones" de asistentes que gritaba una joven desde el escenario en la Plaza de Colón y que no se creían ni los asistentes: "No sé para qué dan esas cifras disparatadas", ha dicho un hombre a mi lado.

Convocaba lo más granado de la izquierda radical y el resultado final ha mostrado ese origen: mucha o bastante gente, sí, pero cada uno de su padre y su madre ideológicos: unos pedían el laicismo, otros el aborto, los de más acá papeles para todo el mundo y los de más allá la desaparición del estado y el capital.

No ha sido, en contra de lo que pueda parecer, una reivindicación unitaria y de hecho algunos trataban, y no sin parte de razón, de sacarles los colores a otros, como los sindicalistas de CGT que presumían de que no tienen liberados sindicales y cantaban una canción sobre el "liberado que no ha trabajado en su puta vida". La famosa "unidad de acción" de la izquierda no está, ni mucho menos, garantizada.

Puntos en común

No obstante, sí había puntos en común, sobre todo dos: la idea de que el sistema político español debe ser cambiado por una nueva realidad revolucionaria y la convicción de que la violencia es un recurso irrenunciable para que se de ese cambio.

En mayor o menor medida todos los manifestantes en esta demostración de extrema izquierda hacen de la violencia –y del rencor- partes esenciales de su pensamiento: desde los jóvenes anarquistas que se cubren el rostro –y que por cierto han estado en una franca minoría-; hasta el jubilado de aspecto respetable que asegura con voz tronante que "yo le deseo la muerte a Cospedal"; pasando por los que lucen una cabeza de Rajoy sobre una figurada pica como ejemplo de los "recortes" que ellos proponen.

Sin embargo, y cabe decir que afortunadamente, los que están dispuestos a ejercer de primera mano esa violencia -y que al final lo han hecho- son pocos, y es justo decir que eran una inmensa minoría en la manifestación. Una inmensa minoría que, eso sí, es permanentemente jaleada por la mayoría, que los ensalza, que los justifica y que siempre está preparada para culpar de todo a las "provocaciones" de la Policía, además de la violencia estructural del capitalismo y demás argumentario repugnante de los que necesitan darle la vuelta a la realidad para imponer su programa totalitario.

La manifestación de este sábado ha sido una cierta demostración de fuerza de una izquierda muy radicalizada… pero muy atomizada. En esas condiciones va a ser muy difícil que sea algo más que otro sábado de fiesta y manifa en la capital, que como los anteriores, para muchos acaba en el "habrá que tomarse unas cañas" que decía un manifestante ya de salida o en un café en una lujosa cafetería de la calle Serrano.

No estamos, de nuevo afortunadamente, ante el inicio de la revolución, por mucho que algunos estén deseando hacerla –o que se la hagan- y que otros la vayan pregonando en los medios.

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