Si Carles Puigdemont sabe lo que va a hacer, no se lo ha dicho a nadie que pueda reventar la sorpresa. Pedirá al juez Pablo Llarena poder acudir a la sesión de investidura con "garantías", unas condiciones que difícilmente podrán ser aceptadas por el magistrado del Supremo que instruye la causa por rebelión, sedición y malversación contra los principales líderes separatistas.
En el entorno de Puigdemont se asegura que el expresidente quiere evitar la foto de una detención y la pena del telediario del paseíllo al Supremo. Se trata, arguyen, de preservar la figura del presidente de la Generalidad. El candidato a la investidura acepta el reto del Tribunal Constitucional, pero quiere pactar con Llarena las condiciones de su entrega. La intención aparente es que Puigdemont quiere comparecer ante la cámara primero y declarar ante el juez el miércoles, una vez ungido.
Como es propio en política catalana, habrá que esperar hasta el último segundo para confirmar o desmentir el regreso a España del prófugo. En grupos de whastapp de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) corre el mensaje de que "el gallo ya está en el gallinero". Las organizaciones separatistas llaman a una gran movilización para el día de la investidura. Los Comités de Defensa de la República difunden que preparan una acción "espectacular" para recibir al presidente. El separatismo ha recuperado la esperanza, la república vuelve a estar sobre la mesa, el paso en falso del Gobierno ha insuflado ánimos en los dirigentes separatistas, que llaman a tomar las calles, a defender el voto, a hacer realidad la independencia.
Moral de victoria
Moral de victoria en Junts per Catalunya, la plataforma de Puigdemont que ha borrado al PDeCAT y desbordado a ERC. El exconsejero de "Territorio y Sostenibilidad", el excarcelado Josep Rull ha sido el encargado de anunciar que Puigdemont pedirá "autorización judicial" para asistir al pleno de investidura. "Puigdemont o Puigdemont es, en realidad, democracia o democracia", proclama ufano. Ya se ve de regreso en la consejería que tuvo que abandonar conminado por dos mossos la mañana en que trascendió que el expresident se había fugado a Bélgica.
En ERC, Marta Rovira ha desaparecido. Actúa de portavoz Sergi Sabrià, que ha salido a desmentir a Joan Tardà por haber declarado que el independentismo debería sacrificar a Puigdemont en caso necesario. La hipótesis de una repetición electoral causa pánico en ERC, que debería aceptar el liderazgo del expresidente y una candidatura conjunta o arriesgarse a una debacle. Las tornas han cambiado en el flanco separatista y todo conspira a favor de Puigdemont.
La investidura de Puigdemont depende, entre otros factores, de que sus compañeros de fuga renuncien al acta o se presenten en Barcelona, toda vez que el Constitucional niega la delegación de voto y advierte a la Mesa del "Parlament" que si la permite incurrirá en desobediencia. Necesita además los cuatro votos de la CUP. Rull no descarta, por tanto, una repetición electoral.
Situación explosiva
ANC, Òmnium y los CDR vuelven a la carga con encendidos llamamientos a la movilización. Las intervenciones del ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, se han convertido en valiosa munición para soliviantar a las bases separatistas. Los controles fronterizos y de las cloacas del Parlament y el precipitado recurso al Constitucional previo palo del Consejo de Estado limaron las asperezas internas del separatismo. Si Puigdemont regresa, las organizaciones separatistas echarán el resto en las calles en un contexto tan explosivo como el del pasado octubre.
Cabe la posibilidad de que Puigdemont dé un paso al lado en el último segundo y que Junts per Catalunya proponga un nuevo candidato. Todos los portavoces de Junts per Catalunya descartan esta opción. El separatismo se compone de "legitimistas" y "derrotistas", que son los perdedores del PDeCAT y ERC que proponen pragmatismo para acabar con el 155. De momento, se impone la onda carlista, un esencialismo independentista que da carta blanca a Puigdemont para que haga lo que quiera siempre que no renuncie a la presidencia. Puede volver, tomar posesión y renunciar una vez en prisión para facilitar las tareas operativas del gobierno o puede mantener el pulso instalado en Bruselas y precipitar unas nuevas elecciones aún más dramáticas que las del pasado 21-D, otro referéndum a cara o cruz.