El separatismo se ha volcado en la tarea de convertir los atentados de las Ramblas y Cambrils y las muestras de rechazo en un gran anuncio sobre el advenimiento de la república catalana. La manifestación del pasado sábado puso de relieve de manera descarnada la grosera manipulación política y propagandística de los ataques islamistas. En la encerrona al Rey y Rajoy no hubo espacio para recordar a las víctimas, sino para acusar al monarca y al Gobierno de complicidad con el terrorismo por las relaciones con las monarquías del golfo Pérsico.
Durante las dos últimas semanas, la Generalidad, con el jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, por bandera, ha intentado exhibir músculo de Estado, culpar a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado de discriminar a la policía autonómica en el acceso a las bases de datos internacionales y acusar al Gobierno de poner en riesgo la seguridad de los ciudadanos de Cataluña por las restricciones presupuestarias que supuestamente impiden convocar oposiciones policiales. Hasta en el caso de la nota de la CIA recibida por los Mossos, el consejero de Interior Joaquim Forn culpa en último término a España, cuyos responsables en materia de antiterrorismo no habrían otorgado credibilidad al aviso.
A pesar de tan burdos argumentos, de la acumulación de grandes lagunas informativas sobre la actuación ante los atentados (el dicho aviso estadounidense, la consulta de la policía belga sobre el imán de Ripoll y la advertencia de una juez en Alcanar sobre la posibilidad de que aquello fuera un polvorín terrorista) y del empeño por poner el referéndum del 1 de octubre por encima de cualquier otro consideración, el conglomerado de medios nacionalistas subvencionados insiste en presentar la respuesta de la Generalidad y específicamente de los Mossos como la quintaesencia de la excelencia occidental.
El mensaje cala y penetra en amplios sectores de la sociedad catalana en paralelo al proceso de erradicación del más leve vestigio de España en Cataluña. El martilleo cultural, social y mediático es del tal naturaleza que en ocasiones llega a cotas de puro delirio. Si el consejero Forn distinguía entre víctimas españolas y catalanas, TV3 lograba superar el listón del esperpento durante la retransmisión de la manifestación celebrada el pasado sábado en Barcelona.
Una de las periodistas desplegadas por la televisión regional para cubrir el acto, un ensayo del próximo 11 de septiembre, glosaba la presencia de personas de todo el mundo en la manifestación de esta guisa: "Gente de diferentes países, gente de muchas nacionalidades, gente que lleva pancartas en diferentes idiomas. Por ejemplo detrás mío (sic) vemos unas personas mexicanas pues que han hecho sus lemas en mexicano. 'México está con vosotros'".
Un 'fallo' que ilustra sobre el férreo veto a todo aquello que tenga relación con España, sea el idioma, la nacionalidad, la cultura o los poetas que, como Machado, escribían en "mexicano".