Cristina Losada es alguien que horas después de ser proclamada candidata de Ciudadanos a la Xunta de Galicia le tiene que explicar a un paisano, locutor de una de las principales emisoras gallegas que pretendía poner en duda su ‘galleguidad’, que la gente del país siempre ha salido fuera para buscarse la vida y ha vuelto, como ella hizo hace un cuarto de siglo al lugar en el que pasó su infancia y se formó en el colegio alemán de Vigo; que su padre nació en una de las principales capitales del lugar, llamada Buenos Aires y sita a un océano de distancia; que todos sus ancestros son gallegos, como lo es su núcleo familiar, incluido una leyenda del rock local, Rubén Losada, fundador de Os Resentidos.
A él se refiere, indudablemente, cuando en su ultimo libro, "Un sombrero cargado de nieve", explica el momento de finales de los 70 en el que decidió salir a conocer el mundo, después de haber luchado desde la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) contra la dictadura franquista, y en particular contra alguno de su más crueles carceleros, José Antonio González Pacheco, el tristemente célebre Billy el Niño, como les relató hace una década a Javier Somalo y Mario Noya. Aunque no todas las batallas las gana el enemigo, ni siquiera cuando uno está en el bando perdedor, pues la joven Losada pudo evitar otra detención gracias a la pericia y sangre fría del ya fallecido José María Mendiluce, posteriormente dirigente verde y socialista, con quien pudo escapar del arresto de todo el aparato de la LCR.
Pero decíamos que a Ruben dedica una fraternal y velada alusión en el arranque de su último libro: "A finales de la década de 1970, mientras nuestros hermanos pequeños preparaban sin que nos diéramos cuenta los alegres años de la movida, los mayores, los que habíamos estado en la movida de verdad, en lo que llamábamos la guerra, volvíamos a casa como un ejército vencido y desnortado, tan confusos después de la batalla que no lográbamos encontrar el camino de regreso.
Las aventuras políticas de los últimos años del franquismo y de la Transición habían acabado. El enemigo había desaparecido y, con él, aquel mundo de certezas, de emociones y de acción en el que habíamos vivido. España salía con decepcionante normalidad de una época en la que todo nos había parecido posible, hasta que iba a surgir de las cenizas de una dictadura el torbellino de una auténtica y magnífica revolución. Nuestra derrota era la normalidad.
No había casa a la que volver. Para los extemporáneos devotos de la política revolucionaria que fuimos, el hogar eran las creencias y el activismo en los que empeñamos, con fervor religioso, los primeros años de juventud. ¿Quién habla de mayo del 68? Vivíamos en 1917, en el eterno Octubre. Cuando aquel hogar de fantasía se vino abajo, y fue una caída tan fulminante como silenciosa, quedamos a la intemperie. Uno podía buscar a tientas, a la desesperada, otro techo bajo el que cobijarse. Pero no había nada en la tierra, ni profesión, ni oficio, ni estudio, ni vida privada, que tuviera aun remotamente el fulgor de la pasión revolucionaria."
Si no el mismo, sí hubo un fulgor parecido en las décadas posteriores, que Losada comenzó buscándose la vida durante siete años en diversas puntas del mundo, incluso en Japón, siempre con poco dinero, pero sobrada de entusiasmo. El lector joven habrá compartido veladas con becados erasmus, algunos de los cuales, cuando vuelven de un curso escolar en un país a tiro de horas de avión de casa parecen haber cruzado el Estrecho de Magallanes, incluso con vida. A Losada cuesta arrancarle palabras sobre sus viajes, donde lo vio casi todo, se dio cuenta de que siempre empatizaba más con los europeos, aun mediando duras barreras idiomáticas, y vivió alejada de su país, de su Vigo natal y del Madrid de tantas correrías, donde se licenció además en Ciencias Políticas. Una lejanía que en aquella época, la inmediatamente anterior a la revolución de internet, no sólo se medía en kilómetros. Del golpe militar del 23-F -cuando pareció que la guerra podía definitivamente perderse- tuvo noticia en un pequeño breve de un periódico de Filipinas, y de acontecimientos populares de éxito como el culebrón americano Falcon Crest, protagonizado por la antigua esposa del entonces presidente Ronald Reagan, sencillamente ni se enteró, como quedaría de manifiesto muchos años después durante una animada tertulia radiofónica en la que no pudo identificar la célebre sintonía de la serie.
Mientras esta historia ocurría, se asomaba a la vida en las calles de La Barceloneta Albert Rivera, quien la acompañará en la campaña para las elecciones del 25 de septiembre. Losada pretende expresarse en el Parlamento autonómico en dos de sus varias lenguas, justamente las oficiales, el castellano y el gallego, pero antes tratará de convencer a los votantes que no es un milagro que sus hijos puedan, además, aprender en sus más tiernos años una tercera lengua como el inglés o, incluso, el alemán. Ella, hija de un gallego porteño, de los de toda la vida, al que hoy cuida a diario, lo hizo.