Tal y como se certifica este martes en una ceremonia que siempre tiene lugar en el impresionante Museo del Holocausto de Jerusalén, Yad Vashem, el diplomático español Sebastián Romero Radigales se convirtió el pasado mes de mayo en nuestro séptimo compatriota que es nombrado Justo de las Naciones, el título honorífico que da Israel a aquellos que salvaron vidas de judíos durante la barbarie nazi, aquellos que impidieron que la terrible Shoá fuese todavía más destructiva.
En la ceremonia estarán familiares del diplomático, representantes de España y algunas de las personas que fueron salvadas por Romero Radigales, como el superviviente Isaac Revah, al que Libertad Digital tuvo el privilegio de entrevistar a principios de 2014.
La historia
Romero Radigales era el Cónsul General de España en Atenas. Había llegado a la capital griega en 1943 y desde el primer momento mostró su preocupación por el destino de la gran comunidad judía griega y, especialmente, de los judíos sefarditas que formaban parte de ella.
Muchos eran ya ciudadanos españoles en virtud del reconocimiento que se ofreció en el decreto de 1924 de Primo de Rivera. Romero Radigales se esforzó además en que las autoridades españolas hiciesen una interpretación lo más laxa posible de esas nacionalidades -es decir, considerar a muchos españoles aunque realmente no lo fueran-, con el fin de que se pudiese salvar al mayor número de personas.
A partir de ahí el diplomático empieza una batalla prácticamente solitario o, al menos, con no demasiada colaboración del Ministerio de Asuntos Exteriores (ver página 40 y siguientes), por salvar la vida de cientos de judíos que habían logrado acreditar su nacionalidad española.
La historia se desarrolló de una forma cualquier cosa menos sencilla, los avances no llegaban e incluso se torcía aquello que en un primer momento parecía ser un logro y significar la salvación de 150 personas que Romero Radigales logró que fuesen transferidas a Atenas –zona bajo administración italiana- en lugar de a los campos de exterminio, pero que corrieron peor suerte cuando la Alemania nazi tomó el control de toda Grecia.
De hecho, el grueso de los judíos que Romero Radigales salvó llegaron a ser ingresados en Bergen Belsen, un campo del que salieron finalmente con destino a España en febrero de 1944. Llegaron a España durante ese mes y fueron llegando –tal y como Isaac Revah contó a Libertad Digital- a una España que los "acogió como sus hijos". Una España en la que encontraron algo que muchos casi no habían vivido en su vida y otros casi no recordaban: una vida normal.
Así nos lo explicaba el propio Revah: "Tuve la impresión de un segundo nacimiento que me daba la libertad y la normalidad que hasta ese momento no teníamos". Fueron, en sus propias palabras sencillas, "días de felicidad: podía comer hasta saciarme, tenía una amiga de mi edad que era la hija de los dueños del hotel…".
Más allá de las polémicas sobre la verdadera actitud del régimen franquista respecto al Holocausto y de las disquisiciones sobre si héroes como Sanz Briz o Sebastián Romero Radigales tenían más o menos apoyo oficial, hay algo que no se puede negar y que, como españoles, debemos celebrar: eran hombres buenos que se jugaron la vida por aquello que creían justo, por defender a los que en ese momento eran los más débiles entre los débiles, por salvar no una –que ya sería importante- sino cientos o miles de vidas inocentes.
Eran, en suma, Justos entre las Naciones.