La primavera de 1984 Jordi Pujol logró su primera mayoría absoluta, con la que revalidó el cargo de presidente de la Generalidad al que había accedido por primera vez cuatro años antes. La querella, presentada por el entonces fiscal general del Estado -nombrado por el Gobierno de Felipe González- Luis Burón Barba, contra los ex consejeros de Banca Catalana, entre ellos el propio Pujol, provocó un auténtico choque de trenes entre los Ejecutivos central y autonómico.
Erguido en su mayoría absoluta, y ante una multitud, Pujol se subió al balcón de la Plaza de Sant Jaume el jueves 31 de mayo, día de su investidura, y en un tono abiertamente excitado se refirió a la "indigna jugada" que había realizado, a su juicio, el Gobierno central, y añadió: "Hemos de ser capaces de hacer entender (…) que con Cataluña no se juega y que no vale el juego sucio. Sí, somos una nación, somos un pueblo, y con un pueblo no se juega. En adelante, de ética y moral hablaremos nosotros».
Aquel jueves 31 de mayo fue un día de gloria para Pujol, aclamado por la multitud, y un día difícil para el entonces principal partido de la Oposición en Cataluña, el PSC. El líder de los socialistas catalanes, Raimon Obiols, tuvo que abandonar entre insultos y gritos de "botifler" (traidor) el Parlamento de Cataluña, insultos que también tuvo que sufrir su compañero de partido y entonces alcalde de Barcelona, Pascual Maragall. Ambos pudieron ver pancartas que rezaban: "En monarquía o en república, los socialistas contra Cataluña" o "Felipe V, 1714. Franco, 1939. Felipe González, 1984". En aquella sesión de investidura sólo los socialistas y los comunistas sumaron 44 votos en contra de la reelección de Pujol, quien recibió el apoyo de su partido, CIU, de ERC y de la Alianza Popular de Manuel Fraga.
Durante su discurso, Obiols le pidió a Pujol que separase al ciudadano del cargo en lo referente a Banca Catalana, mientras que el presidente catalán volvió a arremeter con dureza contra el Ejecutivo socialista y acusó a Burón Barba de filtrar a la prensa la investigación en marcha. Testigo de aquél día era un joven reportero del extinto El Noticiero Universal, Arcadi Espada, quien más de una década después recordaría así lo ocurrido en su libro Contra Catalunya:
En la puerta del Parlament se había congregado mucho público: formaba parte del desagravio. ¿Quién los había convocado? Eso fue lo más ridículo. Cada día llegaban a mi mesa, en la redacción, decenas de pasquines. Uno lo firmaba la Asociación Colombófila de Cataluña, otro, la Joven Cámara de Barcelona, otro y otro y otro lo firmaba cualquiera. Muchos pasquines que convocaban espontáneamente al pueblo de Cataluña a manifestarse en defensa de Jordi Pujol […] Cuando Raimon Obiols cruzó la puerta del Parlament y se dispuso a entrar en su coche, todo había acabado para él. Le estaban gritando botifler, estaban insultándole abiertamente y alguno a mi lado le tiró algo, una pequeña piedra o un plástico o una bolita de papel. Era evidente que querían dejarle fuera de juego. Pero lo que le dejó fuera de juego fue la cara que llevaba. Antes de meterse en el coche se volvió hacia los grupos que le increpaban y durante una fracción quiso sonreírles con ironía. Lo que le quedó fue una sonrisa descompuesta, fuera de sitio: lo que quedó fue uno de esos momentos en que un hombre no sabe qué hacer y ríe queriendo ser irónico. Y cuando la risa se agota y la ironía fracasa, baja luego la cabeza. Esa cara y ese gesto contenían y sancionaban la suerte política de Obiols y la de su partido.
Finalmente, la querella fue archivada. El carpetazo definitivo llegó en marzo de 1990, cuando la Audiencia de Barcelona rechazó el recurso de súplica de dos conocidos fiscales: José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo, este último elegido el pasado 25 de mayo eurodiputado de Podemos. Ambos serían condecorados años más tarde, en 2010, con la Cruz de San Jordi que les otorgó el último Tripartito que presidía José Montilla. Una distinción que censuró el entonces portavoz parlamentario de CIU, Oriol Pujol, por considerar que ambos habían practicado la "persecución política". Que el fiscal Burón Barba había sido objeto de presiones públicas y privadas ha sido una especulación muy repetida desde entonces, a la que daba carta de naturaleza en sus memorias el conocido psiquiatra Carlos Castilla del Pino.
Burón llegó a ser, como he dicho, en el primer gobierno socialista, fiscal general del Estado. Durante el ejercicio de su cargo, lo dispuso todo para procesar a Jordi Pujol por el asunto de Banca Catalana, pero, por las presiones del Gobierno, tuvo que abandonarlo y pidió la dimisión. Decepcionado, jamás se quejó en público de esa intromisión. En aquellos días en los que el procesamiento parecía inminente, cenando una noche con Aranguren, Tovar, Laín y algunos más, Laín comentó: "Yo creo que este asunto de Pujol se le ha ido de las manos al fiscal, quizá por razones ideológicas. Supongamos que hay fundamento para el procesamiento, ¿no os parece que no es en absoluto oportuno?". Me molestó esa interpretación y le respondí: "Pedro, los procesamientos no se hacen o se dejan de hacer en función de la oportunidad… Para el procesado ningún momento es oportuno". Y, respecto del fiscal, aseguré conocerlo desde hacía tiempo y no albergar la menor duda de que su actuación era la correcta. Laín se echó atrás: "Basta que tú lo conozcas… Si tú no tienes duda alguna, tampoco yo debo tenerla acerca de él".
Naturalmente, Castilla del Pino no desvela en el texto si su conocimiento de Burón Barba era como paciente, aunque es un extremo que no cabe descartar.
La historia del caso Banca Catalana se escribe, como se ve, con el nombre de varios muertos. Pero hay quien puede aún dar memoria de lo sucedido: Jiménez Villarejo, a sus 79 años, ha reivindicado estos días en varios medios su actuación, denunciando que Banca Catalana dejó un agujero de 20.000 millones de pesetas asumidas por el Estado. En el escrito de 400 folios que presentaron se denunciaba la creación de una caja B en la entidad financiera, así como de sociedades instrumentales o créditos ficticios cuyo importe se desviaba precisamente a esa caja oculta.
El segundo artículo que nunca llegó
La primera información relevante sobre los problemas financieros de Banca Catalana apareció publicada en El País el 29 de abril de 1980, poco más de un mes después de que Jordi Pujol ganase sus primeras elecciones. Firmaban la pieza, titulada "Dificultades económicas del grupo bancario de Jordi Pujol", Alfons Quintà y Carlos Humanes. Treinta y cuatro años después, Quintà, que luego dirigiría TV3, recuerda la gestión de esa información para Libertad Digital: "Le pedí a Carlos Humanes que lo firmara conmigo, era un gran periodista, porque yo estaba aterrado. El texto tenía doce folios, nos comunicábamos por telex con la redacción central, pero por ser una información tan sensible decidí enviárselo directamente a Juan Luis Cebrián [entonces director del diario] para que no hubiese duda que respaldaba su publicación. Tuvo la pieza varios días, seguramente lo comentaría con Polanco [Jesús]. Más tarde me llamó y me dijo que adelante, que lo publicásemos. Hablé con Martínez Soler [José Antonio], que era el jefe de economía, me dijo que era un texto muy largo y que entonces lo publicaríamos en dos entregas. Yo le manifesté mi desacuerdo, pues corríamos el riesgo de que la segunda parte se quedase inédita, y así ocurrió, hasta hoy. Estaba convencido de que era una bomba, y al día siguiente hubo presión incluso desde el Banco de España. Quiero dejar claro que la novedad era, simplemente, que se hablase en los medios de Banca Catalana. En el ambiente financiero era un secreto a voces que la situación de la entidad era un desastre".
Aunque aquella investigación periodística quedaría para siempre coja, a Alfons Quintà le proporcionó el conocimiento personal de alguien estrechamente vinculado a Banca Catalana y al entonces presidente de Cataluña: "Me llamó un señor diciéndome que era accionista de Banca Catalana, por la conversación deduje que sí lo era, por los datos que conocía. Hablamos dos o tres veces más y en la última yo le dije: 'Usted es el señor Florenci' [Pujol]. Se quedó helado, porque había descubierto quién era y porque me había explicado cosas muy sensibles. Después nos vimos en el Sandor, en la plaza Calvo Sotelo, hoy Francesc Macià. Estaba efectuando la donación de todas sus acciones a sus hijos y me dijo que no podía hablar con su hijo: 'le pido explicaciones a Jordi, pero no hay manera. Jordi no cuenta las cosas'. Estaba aterrado, murió ese mismo año. Me dijo que quien le informaba era un conserje del Banco que él había colocado. Era el principal accionista y no sabía nada. Yo mismo le tuve que explicar algunas cosas de funcionamiento interno, normales, que había averiguado en mi investigación." El control de Pujol sobre la institución llegaba al punto de que, según relata Quintà, algunas reuniones del Consejo de Administración se celebraban en la sede de la Generalidad.
Dos hombres de izquierdas, dos visiones
La única oposición crítica a Jordi Pujol durante aquellos días vino de una de las figuras más importantes de la izquierda española y catalana: Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución. En un artículo en El País del 27 de mayo de ese 1984, Solé Tura escribía: "El autor, que compartió con Pujol la lucha contra el franquismo y por la autonomía, expresa su respeto personal hacia el actual presidente de la Generalitat pero discrepa de su idea de que la presentación de la querella sobre Banca Catalana sea un ataque contra todos los catalanes". Algo que, según Arcadi Espada, "Pujol nunca olvidó". Muy distinta fue la actitud del insigne intelectual de la izquierda Manuel Vázquez Montalbán, que defendió a capa y espada la inocencia de Pujol.
En Banca Catalana sufrieron un importante quebranto muchos ahorradores que eligieron la entidad guiados por su sentimiento catalanista y su confianza en la figura de Jordi Pujol. Treinta años después, la figura en la que tantas esperanzas pusieron ha confesado haber defraudado al fisco durante todo este tiempo.