El cardenal Antonio María Rouco Varela deja su puesto como arzobispo de Madrid habiendo sido la principal figura de la Iglesia española de las últimas décadas. Ha sido cuatro veces presidente de la Conferencia Episcopal Española, lleva 16 años como cardenal, ha participado en dos Cónclaves y ha sido el único obispo que ha organizado dos Jornadas Mundiales de la Juventud e igualmente ha sido un peso pesado en Roma durante los últimos años.
Sus números dicen todo de un obispo que ha marcado una etapa de cambio en la Iglesia española y que ha sido tan querido por sus fieles como odiado por la izquierda española. El Papa Francisco ha aceptado su renuncia tres años después de que la presentara siendo el cuarto cardenal en activo más mayor hasta la fecha.
El purpurado gallego ya se despidió de la Conferencia Episcopal tras dejar la presidencia el pasado mes de marzo con un discurso a imagen y semejanza de lo que ha sido su carrera. Sin temor, sin cortapisas. Así es Rouco Varela. No dudó en alertar del riesgo que corre la nación española ante "posibles rupturas" y tampoco dudó en criticar el "bajo nivel intelectual" del discurso público. Tampoco faltó su defensa de la familia y su llamada a la misión, lo que ha hecho de Madrid una de las diócesis con más vitalidad de la vieja Europa.
El purpurado gallego ha regido la sede madrileña desde 1994, casi 20 años, en la que la ha transformado y la ha convertido en la puntera en España. Sus sacerdotes, generalmente muy ortodoxos, y su gran número de seminaristas y clero joven lo acreditan. En estas dos décadas ha conseguido una diócesis tranquila y pese a ser la capital de España, ha conseguido que la secularización general de la sociedad española afecte algo menos que en otras regiones del país.
Sabiendo de la importancia de la formación y la educación, Rouco creó de la nada la que ha sido la niña de sus ojos, la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. La ha convertido en un referente nacional que atrae a seminaristas de toda España y en una de las más pujantes a nivel internacional en un tiempo récord.
Nacido en 1936 en la localidad lucense de Villalba, Rouco Varela fue consagrado obispo en 1976. Ha sido obispo durante los últimos 37 años. Primero como auxiliar de Santiago de Compostela, después como titular de la sede jacobea y por último como arzobispo de Madrid, lugar desde no sólo ha dirigido la sede madrileña sino que ha sido la voz de la Iglesia en España.
En agosto cumplió los 78 años, cumpliéndose tres años de prórroga que le dio su querido Benedicto XVI cuando en Madrid le confirmó en el cargo pese a cumplir aquel día los 75 años, edad fijada en la que los obispos deben presentar su renuncia al Papa. De hecho, era conocida la simpatía que se tenían el cardenal Rouco y el ahora Papa emérito. Sobre todo, tras la formación alemana del purpurado español, que estudió y dio clases en Múnich.
Su condición de cardenal le ha permitido participar en dos Cónclaves, los que eligieron en 2005 a Benedicto XVI y el de 2013 en el que salió Francisco. En estos años, Rouco Varela ha sido miembro de importantes dicasterios vaticanos siendo para los distintos Pontífices sus ojos en España junto a los nuncios. Así, ha sido miembro de la Congregación que elige a los obispos y del selecto grupo del consejo de cardenales para el estudio de problemas organizativos y económicos de la Santa Sede. Aparte de esto, es miembro de las congregaciones del Clero, de la Educación Católica, de varios pontificios consejos y del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica.
Odiado y vapuleado por la izquierda
Pero si importante ha sido en Roma más aún lo ha sido en España. Ha sido presidente de la Conferencia Episcopal de 1999 a 2005 y del 2008 hasta la actualidad. Nunca nadie había acumulado cuatro mandatos. Desde este cargo ha defendido de manera férrea la unidad de España como bien moral y por tanto alertando de los riesgos del separatismo y del terrorismo.
La izquierda no le ha perdonado que hable sin pelos en la lengua poniendo siempre los puntos sobre las íes, guste o no guste a sus destinatarios. A lo largo de su trayectoria ha sido caricaturizado y vilipendiado por la izquierda como ningún otro obispo lo ha sido en España siendo incluso agredido por las Femen.
Su defensa de la unidad de España, sus críticas al nacionalismo exacerbado, al terrorismo, al laicismo radical y su defensa a ultranza de la vida y de la libertad religiosa le ha granjeado un número más que elevado de enemigos.
Este hecho quedó de manifiesto por ejemplo durante el funeral por el décimo aniversario del 11-M en La Almudena y en las elecciones a la Conferencia Episcopal que se produjeron dos días después. Durante esas jornadas los medios de comunicación de izquierdas dedicaron agrios artículos contra él y su histórica trayectoria. Las crítica llegaban incluso hasta desearle la muerte.
Lejos de achantarse ante las críticas, el arzobispo de Madrid siempre se ha mantenido firme y perseverante en sus convicciones. Aunque no le ha salido gratis. El pasado mes de febrero era víctima de una agresión de las feministas de Femen. En una visita a una parroquia madrileña, un grupo de extremistas de este grupo rodeaban al arzobispo años gritándole, insultándole y lanzándole ropa interior manchada de sangre.
Pese a que la izquierda siempre ha tenido entre ceja y ceja al obispo gallego este odio experimentó un especial crecimiento con la llegada al poder del PSOE de la mano de Rodríguez Zapatero. Su gobierno se convirtió en el más anticatólico de la democracia y diseñó una ingeniería social frontalmente opuesta a las enseñanzas de la Iglesia.
Durante los años del zapaterismo, la Iglesia Católica encabezada en España por el propio arzobispo de Madrid, fue uno de los grandes opositores a las políticas del Ejecutivo socialista y a sus principales medidas como Educación para la Ciudadanía, la nueva ley del aborto, el matrimonio homosexual o la propaganda anticatólica promocionada por el PSOE. Coincidente en el tiempo, la Conferencia Episcopal dirigida por él mismo también afirmaba en varios documentos que la unidad de España representaba un bien moral a preservar.
De este modo, la izquierda y los nacionalistas tenían en Rouco un objetivo prioritario. Por ello, las terminales mediáticas creadas por Zapatero en sus años de gobierno se lanzaron sin piedad contra el arzobispo y era común ver todos los días caricaturas del prelado en televisión y publicaciones de la izquierda. Y así hasta hoy.
El tiempo es el que hará justicia a Rouco Varela, que no ha dejado indiferente a nadie para bien o para mal. Unos le criticarán su línea dura y firme y otros destacarán de él el haber dejado una diócesis tranquila, con muchos sacerdotes y una sana doctrina y la tranquilidad de que al menos en conciencia ha defendido lo que creía defendible.