El motivo es que, en esta ocasión, el justiciable es el juez Baltasar Garzón, icono de la izquierda más irredenta empeñada en juzgar el pasado bajo los parámetros de lo que se ha dado en llamar "Memoria Histórica".
Convertido en literato justiciero de causas que afectan a terceros países, Saramago agradece a Garzón que procesara al dictador chileno Augusto Pinochet y califica aquella circunstancia como "una de las mayores alegrías de su vida". Cuando Garzón rechazó hacer algo similar respecto al actual dictador comunista cubano, el escritor portugués no consideró oportuno manifestar protesta alguna. Sin embargo, considera un ultraje a la justicia que el Tribunal Supremo le considere incompetente para juzgar a otra dictadura, la de Franco, cuyo titular, a diferencia de Castro, lleva enterrado más de tres décadas.
Saramago no cree que la suspensión de Garzón sea la consecuencia lógica del funcionamiento de un Estado de Derecho. En su opinión todo obedece a que "los falangistas, los implicados en el caso Gürtel, los narcotraficantes, los terroristas y los nostálgicos de las dictaduras" han conseguido torcer el brazo de la justicia hasta obligar a un funcionario "esclarecido, respetado y querido en todo el mundo" a colgar temporalmente la toga.
Saramago se declara hoy sumido en una profunda tristeza a causa de la decisión unánime del Consejo General del Poder Judicial. Sólo cabe esperar que el mazazo recibido no influya en la amenidad habitual de su prosa.