Pero no todo es malo en El retrato de Dorian Gray, un film lo bastante visible como para funcionar con dignidad a un nivel básico. Oliver Parker nunca llega a perder del todo la esencia del relato, su dirección no es mala en absoluto, y se sirve de una banda sonora de Charlie Mole siempre juguetona y acertada. Y dejo para lo último la excelente presencia de Colin Firth, que vuelve a destilar presencia y sentido del humor hasta el punto de robarle la película en cada una de sus apariciones al sosísimo Ben Barnes, cuyo estoicismo podría beneficiar a Dorian Gray en sus compases iniciales, pero no cuando la película le pide un mínimo de emoción. Es Firth quien mantiene el interés de la historia, y de hecho su presencia se revela fundamental en el desenlace. El retrato de Dorian Gray es un film que se ve con cierto interés y moderado agrado, gracias a un buen empaque técnico y una narración suelta.
Pero llegamos al final, en el que el castillo de naipes se derrumba cuanto toca mostrar (precipitadamente) la forzada redención final de Gray, conviertiendo la película en una más de terror y posesiones de final ciertamente apresurado. El personaje de Rebecca Hall acusa esta pérdida de modales (el film hasta ese momento los había mantenido) y se revela como meramente utilitario para poder rescatar a Gray de su condena, pese a los esfuerzos de la actriz. A pesar de esto, El retrato de Dorian Gray puede funcionar para acercar a los más jóvenes a la historia, pese a las indefiniciones que lastran la película.