Cristina Almeida, uno de los elementos más estrambóticos de la izquierda española, ha llegado a la edad de jubilación, de forma que dejará el ejercicio de la abogacía para dedicarse a tiempo completo a las cosas que realmente le gustan, todas ellas relacionadas con la defensa de las ideas más radicales de la izquierda. Con una pensión privada como abogada, más la máxima que prevé el sistema de la Seguridad Social gracias a su pasado parlamentario, es poco probable que haya de padecer los típicos problemas económicos que sufre el pensionista medio español gracias a las medidas "progresistas" de ZP. Después de una vida defendiendo al marxismo es lo menos que merece alguien con ese nivel de compromiso.
Hija del destacado falangista Manuel Almeida, Alférez Provisional en la Guerra Civil y más tarde titular de puestos de cierta relevancia en el régimen franquista, Cristina no ha dudado en involucrarse en el proyecto de recuperación de la "Memoria Histórica", defendiendo a los enemigos de su padre y pidiendo la retirada de cruces de los caídos, muchas de las cuales inauguró su progenitor en su condición de vicepresidente de la Diputación de Badajoz. En cuanto a su papel en la represión de Badajoz en 1936, tras la entrada de las tropas del General Yagüe, Almeida insiste en que su padre no le contó nada de este asunto, aunque, en última instancia, el tener un padre de derechas "no es más que una desgracia como otra cualquiera". Sus seis hijos, añadió, "por el contrario hemos salido todos demócratas", pues en la concepción "almeidense" de la tolerancia el ser de derechas es, al parecer, incompatible con la democracia.
Después de recordar a la audiencia su extraordinaria labor durante la dictadura, trayendo píldoras anticonceptivas desde Londres para sus amigas (al parecer ella no necesitaba demasiadas dosis), Almeida se mostró asombrada de que haya personas en contra del aborto, a las que calificó como intolerantes y violentas, exponiendo el caso de una amiga suya asistente al reciente congreso de Sevilla que, según ella, no podía salir del taxi por que los presentes le llamaban asesina. "Algo habrá que hacer para educar a toda esta gente en la tolerancia", concluyó la ya ex abogada.
Pero el mejor ejemplo de práctica de la tolerancia que tanto exige a los que no piensan como ella llegó cuando el equipo de La Noria le recordó que, no hace mucho, Cristina Almeida confesó públicamente su deseo de quemar los expositores de El Corte Inglés que muestran libros de César Vidal o Pío Moa. La tolerante pacense, lejos de pedir disculpas o azotarse por su exabrupto de escaso talante y tasado progresismo, se reafirmó en su deseo de pegar fuego a los libros que no le gustan. El público de La Noria, naturalmente, saludó el alarde de coherencia con una salva de aplausos. Tal para cual.