La Alicia de Tim Burton es uno de los films más esperados del año. La más que decente adaptación de la obra de Lewis Carroll llega por fin a España tras arrasar en el mercado estadounidense no sin cierta dosis de polémica, dada por los fans de Burton y la obra de Carroll.
Resulta curioso el doble rasero usado por los fans del director. Servidor nunca ha llegado a comulgar totalmente con el cine de Tim Burton, realizador que ha sido capaz varias veces de lo bueno (Eduardo Manostijeras, Sweeney Todd) y de lo nada bueno (El planeta de los simios, Charlie y la fábrica de chocolate), pero cuyos últimos (y aclamados) títulos venían aquejados de debilidades en los guiones que daban al traste con las buenas intenciones originales, visibles en los casos de La novia cadáver o Big Fish, por ejemplo.
Alicia en el País de las Maravillas se trataba de una prueba de fuego fundamental. El anárquico texto urdido por Lewis Carroll, que vehicula todo su atractivo en el puro absurdo y el sinsentido como leit motiv de sus páginas, planteaba mil dificultades narrativas y técnicas para su plasmación en un film –y un film de Disney, no lo olvidemos-, siempre necesitado de una finalidad, una pauta y un significado final. Por eso, la nueva Alicia toma forma de un relato aventurero que mezcla la habilidad visual de Burton y los motivos de Carroll con un esqueleto argumental con elementos prestados de la saga Disney de Las Crónicas de Narnia, e incluso de El Señor de los Anillos, algo que ha causado el definitivo enfado de muchos. No obstante, la verdad es que Burton y la guionista Linda Woolverton han conseguido cohesionar los intereses de todos y convertir la película en un cuento espectacular con un componente de descubrimiento personal e iniciático que, pese a estar algo diluido, resulta finalmente emocionante.
Es por ello que Burton sale triunfante al navegar por las peligrosas aguas del relato de Alicia, o al menos, lo hace en líneas generales. Es cierto que el film está aquejado de cierto déficit de la locura absurda que fue su germen original, convertida aquí en un mero ingrediente más, (pero no de sentido del humor, presente en varios personajes del film). También manifiesta en su segmento central ciertos síntomas de grave fatiga y desmayo, que se solucionan en cuanto el film comienza a dirigirse hacia el desenlace. Pero pese a sus defectos y esa irregularidad, Alicia en el País de las Maravillas emerge como un espectáculo fascinante visualmente, que asimila la dualidad entre recuerdo y fantasía ya clásica en los films desarrollados entre dos mundos, y repleto, en definitiva, de momentos estelares y personajes entrañables.
Pese a la deficiente actuación de la sosísima Mia Wasikowska, casi todos los secundarios aportan ese sentido del absurdo que caracterizó los libros de Carroll. Hay que destacar a Anne Hathaway, tomándose su personaje con admirable e inesperada guasa, y una Helena Bonham Carter que demuestra por qué lleva la etiqueta de rara oficial de Hollywood (junto al impagable Crispin Glover, visto en la saga Regreso al futuro, y también en el film…). Johnny Depp repite los aspavientos del Jack Sparrow de Piratas del Caribe, que es más o menos lo que se le pedía, y sirve de nexo de unión entre los distintos episodios de un relato aventurero donde Burton exhibe cierta habilidad, cierto que domesticada, para mezclar lo grotesco y lo épico.
Todo ello, junto a la excelentísima banda sonora de Danny Elfman, configura un entretenimiento familiar de primera línea, que mezcla elementos de clásicos de Disney con la típica fibra sombría de su director, ésa que satisface a sus fans más acérrimos. La nueva Alicia es, en definitiva, un producto comercial que consigue cohesionar ambas ambiciones y llevarlas a buen término. Un consejo final: prescindan por completo del 3D. Alicia en el País de las Maravillas fue filmada y pensada para exhibirse en salas convencionales, y al igual que Furia de Titanes, no es el título adecuado para disfrutar de las bondades del nuevo formato.