La idílica imagen de los chinos yendo de un lado a otro a lomos de su bicicleta es ya historia. Los habitantes del gigante asiático se han enamorado del automóvil. El sorprendente crecimiento económico del país en la última década ha disparado la renta disponible hasta límites desconocidos para los chinos de hace sólo unos pocos años. Los que antes se desplazaban en bici o andando ahora pueden hacerlo en coche, lo que les permite salir del confinamiento de las ciudades, conocer el país o visitar familiares lejanos.
El resultado es que China se ha convertido en el primer mercado mundial para el automóvil. Durante 2009 se vendieron en China cerca de 14 millones de coches (la mitad de todo el parque móvil español) frente a los 10 millones y medio que se vendieron en Estados Unidos. China arrebata de este modo a Norteamérica el cetro de rey del automóvil.
Mientras las marcas de Detroit, la conocida como Motown (ciudad del motor), van a menos, las fábricas chinas multiplican su producción y se multiplican a sí mismas por todo el país. China es el país que más rápido se está motorizando de la historia. Los chinos quieren tener un automóvil para poder hacer lo que no han hecho nunca: desplazarse rápida y cómodamente, y esa demanda está siendo atendida a una velocidad vertiginosa.
Pero, para cumplir con ese deseo, los automóviles que salen por millares de las plantas chinas necesitan buenas autopistas. Ya no valen las carreteras parcheadas y llenas de baches de los tiempos de Mao. El nuevo chino quiere que Shangai o Pekín emule a Los Ángeles para circular con su automóvil por anchas autopistas de varios carriles. El Gobierno ha emprendido un ambicioso programa de construcción de carreteras y ampliación de las existentes, que es el responsable de que los atascos de este año en China hayan pasado a la historia y estén batiendo plusmarcas mundiales.
El mayor de todos ellos empezó el pasado mes de abril en la autopista que une la capital con la ciudad de Zhangjiaoku. Desde entonces se están registrando atascos inéditos en la historia. Tramos de 100 kilómetros con decenas de miles de coches y camiones totalmente parados durante días, un tapón de tráfico tan descomunal que hubiese hecho las delicias de Luigi Comencini, director de la mítica película de los 70 "El gran atasco". Los desafortunados conductores que se encuentran con la sorpresa se lo toman con la legendaria paciencia china. Los "atascados" duermen, comen, hablan por el teléfono móvil o ven películas con reproductores portátiles.
Los vendedores ambulantes, entretanto, hacen su agosto –literalmente– en las largas filas de coches parados. Así, un botellín de agua ha pasado a multiplicar por diez su precio, del yuan que se paga habitualmente (11 céntimos euro) a los más de 10 (1 euro) que se pagan en el atasco. Algunos, los más previsores, llevan comida en el coche, otros se ven obligados a avituallarse en ruta. Un cuenco de fideos chinos, que normalmente cuesta tres yuanes (34 céntimos), vale ahora 10 yuanes.
La pesadilla viaria se ha acrecentado tras el descubrimiento en la Mongolia interior de yacimientos de carbón. Esto ha provocado auténticas caravanas de camiones carboneros camino de las hambrientas centrales eléctricas, lo que han contribuido decididamente a aumentar todavía más el atasco.
El tráfico pesado está ocasionando un problema añadido, el de la degradación del pavimento en unas vías construidas las más de las veces a toda prisa para dar cabida al creciente tráfico rodado. Las obras de mantenimiento de las autopistas se han unido de este modo a las de construcción multiplicando los problemas de tráfico y los kilómetros de atasco. El Gobierno ya ha avisado que hasta mediados de septiembre no concluirá la ampliación de la autopista del gran atasco, así que los chinos saben a lo que se atienen si cogen el coche en las cercanías de Pekín.