En la actual situación de crisis severa de algunas economías desarrolladas, como la de España, es frecuente escuchar y leer a los economistas hablar del gasto y el déficit público de la siguiente manera: "Tenemos un preocupante nivel de déficit público que ha crecido espectacularmente en muy poco tiempo. Pero al mismo tiempo, no nos podemos permitir mayores caídas en la actividad económica, ni en el empleo, por lo que las reducciones de gasto público son peligrosas".
Este mensaje es ambiguo, y no da lugar a soluciones fáciles. Algunos abogarán por continuar los estímulos públicos incurriendo en mayores déficits, poniendo énfasis en el problema del intolerablemente alto número de desempleados; mientras que otros, utilizando la misma base argumental, pensarán que es más preocupante la situación insostenible del déficit, y defenderán un recorte en éste, a pesar de lo dañino que será para la actividad económica.
Los fundamentos teóricos de este razonamiento son un legado del triunfo de la "revolución keynesiana", fruto de la labor continuadora –o traicionera, para algunos- de la obra del británico John Maynard Keynes (1936). Pero, como ponía de manifiesto el reciente video sobre el debate en clave de rap entre Keynes y el austriaco Hayek, el pensamiento de corte keynesiano no es la única opción de explicar los fenómenos macroeconómicos –los concernientes a asuntos como el empleo, la inflación, o la producción de una economía en su conjunto.
Desafiando la línea keynesiana escribía recientemente Matthew Lynn una columna para Bloomberg, que titulaba provocativamente como "El lecho de muerte de la economía keynesiana estará en el Reino Unido".
El autor sostiene que el descrédito de la línea keynesiana alcanzará sus cotas más altas en el Reino Unido, dado el fracaso de las políticas aplicadas en el país basadas en ella. Para Lynn, el Reino Unido ha sido el país que con más ahínco ha aplicado las prescripciones del keynesianismo: "Ha recortado los tipos de interés, disparado el gasto público, imprimido dinero como loco, y nacionalizado casi la mitad del sector bancario", llegando a un estadio en que "es difícil imaginar cómo el estado pudiera involucrarse más en la economía".
Y a pesar de todas estas medidas para "estimular" la economía británica, los resultados han sido bastante pobres: continúa el estancamiento, el desempleo asciende, la libra se hunde, la inflación se acelera y alcanza la cifra del 3,5% -una señal muy positiva para aquellos apasionados por la inflación, pero preocupante para el resto-, y los mercados de deuda pública ven con preocupación los elevados niveles de déficit público, que ya alcanzan el 12% del PIB británico. No obstante, el riesgo de impago de la deuda británica, medida por el precio de los Credit Default Swaps (CDS, seguros que cubren del riesgo de impago de la deuda), sigue siendo sustancialmente más bajo que el de otros países, como sugiere Random Spaniard.
A esto, los keynesianos suelen replicar que las cosas hubieran ido mucho peor de no haber sido por las intervenciones excepcionales del gobierno. "Si la medicina no está funcionando, incremente la dosis", dice Lynn. El problema es que, "El déficit no puede crecer mucho más, los tipos de interés no pueden bajar mucho más, y la libra no puede perder mucho más valor".
Pero el autor va más allá: los estímulos no solo no están funcionando sino que están empeorando las cosas. "Los consumidores y empresas no quieren impuestos más altos. Una divisa en caída incrementa el coste de todo lo que el Reino Unido importa, avivando la inflación. Los ahorradores quedan diezmados, y aun así los bancos se resisten a prestar porque correctamente creen que la economía está estancada", sostiene el autor.
Alertados por la preocupante situación fiscal del país británico, un grupo de prestigiosos economistas –entre los que se encuentran antiguos miembros responsables de la política del Banco de Inglaterra, y otros como Ken Rogoff, ex economista jefe del FMI- escribieron recientemente una carta al diario Sunday Times, en la que pedían al Primer Ministro Gordon Brown que llevara a cabo medidas para controlar el disparado déficit.
En concreto, exigían un "plan creíble de consolidación fiscal a medio plazo", con el objetivo de aumentar la probabilidad de conseguir una recuperación más sostenible. "En ausencia de un plan creíble", advertían, "existen riesgos de que una pérdida de confianza en el marco de políticas económicas del Reino Unido contribuirá a mayores tipos de interés a largo plazo y/o inestabilidad de la divisa, lo que podría minar la recuperación".
Además, decían que la mayoría del plan debería consistir en reducciones del gasto público, teniendo en consideración el impacto que ello podría generar sobre "los grupos más vulnerables de la sociedad". Así también se defendían subidas de impuestos cuyos efectos negativos sobre el empleo y la inversión sean mínimos.
La carta favorable al plan de consolidación fiscal en aras de reducir el déficit público se encontró con la oposición de otro grupo de 67 economistas, de entre los que destacan los dos Premios Nobel, Joseph Stiglitz y Robert Solow. Han mostrado su desacuerdo en dos cartas distintas publicadas en el diario Financial Times. En ellas arguyen que todavía es pronto para retirar los estímulos públicos en base a los aumentos de gasto público, lo que agravaría la situación y frenaría una posible recuperación.
Por el otro lado, hay quienes, como Allister Heath, para el medio City AM, defienden darle la vuelta al Estado de Bienestar, reduciendo drásticamente el gasto público y el peso del estado sobre la economía, en niveles actuales insosteniblemente altos. "Necesitamos desesperadamente revolucionar el estado del bienestar", sostenía Heath como única medida real posible para el problema fiscal. "Como el siguiente gobierno averiguará, recortar el despilfarro y congelar los salarios del sector público simplemente no será suficiente".
Matthew Lynn concluye que lo que se necesita es "un cambio total de dirección. Poner el déficit bajo control. Subir los tipos de interés para restaurar la confianza en la libra, y recompensar el ahorro. Recortar impuestos para estimular la iniciativa privada y la inversión". Y es que, "un país no puede arreglar lo que en su raíz era un problema de demasiada deuda simplemente mediante pidiendo prestado cada vez más".
Como hemos repetido más de una vez, una crisis de deuda no se resuelve con más deuda. Ése solo es el camino adecuado si se quiere empeorar las cosas tratando de retrasar en el tiempo las consecuencias de los errores pasados. Pero estos errores no se curan mediante estímulos y deuda adicionales. Para ello, se requiere dejar al libre mercado que los corrija, mediante un proceso tan doloroso como necesario.