El pasado viernes las agencias escupían la noticia menos noticiosa de todo el día: la onza de oro superaba los 1.000 euros por primera vez en la historia. Era poco noticiosa porque, para cualquiera con ojos para ver y cabeza para pensar, la subida de oro constituía el corolario de la quincena de infarto que la crisis de la deuda europea ha suministrado por entregas a los mercados mundiales. El oro, conocido como el “metal de la crisis”, reaccionó como era de esperar y se marcó una subida considerable escalando esta vez por encima de la barrera psicológica de los 1.000 euros la onza.
Todo el mundo sabe lo que son 1.000 euros, cuánto cuesta ganarlos y qué puede hacer con ellos, pero nadie (o casi) sabe a ciencia cierta qué es una onza de oro, cuánto espacio ocupa y su peso exacto. La onza troy, una unidad de medida tomada de los países anglosajones, es, al menos físicamente, una nimiedad. Pesa 31,103 gramos, aproximadamente lo mismo que cuatro monedas de un euro. Al ser el oro mucho más denso que el cuproníquel con el que se acuñan los euros, las onzas troy son realmente pequeñas, del tamaño de un cuadrado de una tableta de chocolate que, no por casualidad, llamamos onza.
Esa insignificancia vale hoy el equivalente al sueldo de millones de españoles, cuando hace sólo una década valía una décima parte. Y no es que el oro haya ganado valor, es que nuestra moneda, emitida a lo loco por el banco central y multiplicada por la banca comercial, vale cada vez menos. La ecuación es simple. El valor del oro permanece estable, el que cambia es el de las divisas fiduciarias. Y eso lo sabe todo el mundo aunque nadie quiera reconocerlo.
Una década de subida
Desde abril de 2001, momento en que la onza de oro se vendía a poco más de 250 dólares, hasta el día de hoy este metal ha quintuplicado su precio. Lo ha hecho en tres fases. La primera, muy lenta, va del año 2000 al verano de 2005, en donde la onza fue ganando valor paulatinamente, de la franja de los 200-300 dólares en la se que movía al empezar la década a la de los 400-500. A mediados de 2005 no era, con todo, un máximo histórico. A partir de ahí empieza a acelerar la subida. 2005 cierra con el oro a 500 dólares, cuatro meses después, en abril de 2006, ya superaba temporalmente los 700.
Esta segunda fase, de sólo dos años, fue la antesala del fuego de verdad. Durante el verano de 2007 la economía, recalentada por los bajos tipos de interés y el dinero de nueva creación, dio el primer aviso con los impagos de las hipotecas subprime, que puso al descubierto la quiebra de facto de casi toda la banca norteamericana. El oro subió de golpe y en sólo seis meses ya estaba a mil dólares la onza.
Desde ahí su cotización ha ido al ritmo de los grandes eventos de la depresión. Cuando Lehman presentó la quiebra en septiembre de 2008 el oro volvió a subir después de haber bajado durante meses por la burbuja de las materias primas que, durante aquel año, puso la gasolina y la alimentación por las nubes.
Desde principios de 2009 el oro no ha vuelto a bajar de la cota 1.000, de hecho, no ha hecho más que alejarse de ella espoleado por golpes como el default dubaití o la crisis de la deuda soberana europea. La siguiente gráfica muestra mejor que nadie lo anteriormente expuesto:
Como telón de fondo, la debilidad de las dos principales divisas, envilecidas hasta la extenuación mediante planes de rescate y monetización de deuda. El oro, a diferencia del dólar o del euro, no sabe de política, no se casa con nadie, vive al margen de tirios y troyanos, se limita a servir de referente de valor. Por esa razón sube y seguirá subiendo.
Ésa es la opinión de todos los especialistas independientes, es decir, de los que no viven del Estado y velan por las inversiones de sus clientes. Los más conservadores creen que mantendrá el precio actual hasta final de año, unos 1.200 dólares/onza que, no lo olvidemos, hace una década hubiera sido cosa de ciencia-ficción. Otros creen que de aquí a diciembre la onza pasará holgadamente de los 1.500 dólares y que, si vienen mal dadas, se pondrá en los 2.000 dólares sin demasiados problemas. Los más pesimistas ven ya el oro a 5.000 dólares.
Sin intención de quitarle el puesto a Rappel, la lógica económica indica que el oro seguirá revalorizándose con respecto al dólar y al euro. Si algún país europeo termina por presentar suspensión de pagos esa subida puede ser brutal. Cuando la masa monetaria se contraiga y las divisas recuperen el valor perdido la onza de oro lo perderá, dejará de ser lo que lleva siendo casi un lustro: un lugar donde refugiarse de la inflación y, para algunos, un activo con el que hacer mucho dinero, que de eso también hay, como es lógico.
Entretanto, si quiere tomar la temperatura al mercado mundial siga el precio de los metales preciosos. Su precio no es reactivo sino anticipativo porque en su compra y venta intervienen cientos de miles de agentes que disponen de mucha y variada información. La tendencia al alza significa que la cosa va a peor, la tendencia a la baja, que el organismo se va recuperando de la enfermedad. No falla. Es el canario en la mina de carbón.