Llegados al mes decisivo de la crisis de la deuda griega, una crisis anunciada mil veces desde que, hace dos años, su Gobierno (y otros muchos) se empeñó en mantener un desaforado gasto público vía endeudamiento en los mercados internacionales, sólo caben dos posiciones. La de mantener a toda costa y a cualquier precio el statu quo, con Grecia como miembro de pleno derecho de la Unión Monetaria, o la de dejarla caer como han caído infinidad de Estados a lo largo de la historia.
La primera opción, que es la que defienden todos los líderes europeos, incluida Angela Merkel con una gran oposición dentro de su país y de su propio Gobierno, supondría salvar la cara momentáneamente, fingiendo que no ha pasado nada a cambio de transferencias milmillonarias de la propia Unión Europea y de organismos internacionales como el FMI.
Los analistas calculan que, en este escenario, Grecia necesitaría 25.000 millones de dólares anuales para ir pagando lo que debe ya, sumado a lo que le han prestado sus socios a un tipo de interés preferencial. Sería entrar en lo que se conoce como una “espiral de deuda”, algo muy semejante a la “bola” que forman los individuos morosos pagando lo que deben con nuevos y cada vez más irrecuperables préstamos.
Podría aligerar algo de carga llevando a cabo un brutal recorte de gastos dentro del país, reduciendo, por ejemplo, los funcionarios a la mitad y desatendiendo la sanidad, las carreteras u otras partidas onerosas del presupuesto estatal. Pero esto ocasionaría un levantamiento popular de imprevisibles consecuencias, un incendio que dejaría los motines de los dos últimos años en un juego de niños.
Por mucho que se empeñen los políticos europeos, Grecia no puede seguir jugando a ser rico, simplemente porque no lo es. No vive de prestado por casualidad. Su economía es improductiva, poco o nada competitiva y, por culpa de las dificultades crediticias del Gobierno, uno de los peores destinos para la inversión extranjera.
El plan de rescate pergeñado por las mentes pensantes de la UE perpetuaría todos los problemas de raíz que padece Grecia e imposibilitaría las reformas y el ajuste de su estructura económica, porque, ¿quién va a hacer nada si fuera hay un inagotable maná de dinero? Volviendo sobre el ejemplo del moroso, si el banco de la esquina le abre una línea de crédito blanda a cambio de que deje de cenar marisco, no verá ninguna necesidad de reducir su tren de vida, a lo sumo de adaptarlo a las condiciones del nuevo préstamo. Como en todo, la micro y la macroeconomía son la misma cosa.
Mantener a Grecia conectada a la máquina de respiración artificial no sólo dejaría el problema sin resolver, sino que aumentaría la probabilidad de que la enfermedad se extendiese por toda la zona euro. Si se trata sólo de dar calmantes, pronto otros países pedirán su dosis, empezando por Portugal y continuando por España e Italia, economías gigantescas (la 9ª y la 7ª del mundo, respectivamente) a las que no sería fácil mantener con vida artificialmente.
Queda, pues, la otra opción: la bancarrota. El primer paso sería suspender pagos de sus títulos soberanos tal y como han hecho otros países en el pasado –Argentina y Rusia en 2002 y 1998, respectivamente–, abandonar voluntariamente el euro, resucitar el dracma y ponerlo a flotar libremente en los mercados. Si Grecia fuese Zimbabue estas medidas supondrían el caos absoluto, la hiperinflación y un conflicto civil sin precedentes.
Pero Grecia no es Zimbabue, sino un país europeo con la economía plenamente globalizada, 16 millones de turistas al año (tiene 11 millones de habitantes), instituciones más o menos estables, seguridad en los contratos y un entorno mercantil favorable y cercano como es la Unión Europea, en la que seguiría estando y disfrutando de su espacio único económico.
Hecho esto, el Gobierno ya no podría gastar más de lo que ingresa, primer e imprescindible paso para curarse de su adicción a pedir prestado. Nada como encontrarse a solas frente a la adversidad para superarla. Tendría que vérselas él solito para salir de un follón en el que él y sólo él se ha metido. Porque la deuda que tiene Grecia es de tipo soberano, es decir, estatal. Los ciudadanos y las empresas griegas sí pagan a sus proveedores extranjeros, y si dejan de hacerlo les cortan el suministro o el servicio.
¿Y los acreedores? Los tenedores de deuda griega tendrían que esperar un tiempo a cobrar mediante una reestructuración de la deuda, una quita o algo similar. Los analistas creen que el dracma libre se devaluaría entre un 25% y un 30%, esto significa que, de cada euro prestado, los acreedores recuperarían entre el 70% y el 75%. Es una pérdida significativa, pero inferior a la que sufrieron los prestamistas del Gobierno argentino, que sólo pudieron recuperar el 35% de su inversión.
Y eso comparándolo con el peor de los antecedentes posibles, el del Argentinazo de 2002. Rusia en 1998 salió mucho mejor parada tras la devaluación del rublo. El presidente Boris Yeltsin aplicó un draconiano programa de austeridad pública y en el año 2000 el Kremlin estaba de nuevo negociando préstamos en los mercados internacionales de deuda. A fin de cuentas un Gobierno es un Gobierno y siempre tendrá la irrefrenable tentación de gastar más de lo que tiene.
Como es lógico, la ventaja principal que obtendría el Estado griego no sería ni mucho menos recuperar la capacidad de endeudarse (de hecho estaría ante una ocasión dorada para aprender la lección para siempre y no volver a vivir por encima de sus posibilidades), sino la reestructuración de la economía nacional, machacada sin piedad por la falta de competitividad y la escasa confianza que el capital extranjero tiene en ella. Con un dracma más barato las exportaciones se dispararían, y no digamos ya el turismo, que supone el 15% del PIB. Grecia sería, al menos durante unos años, un serio competidor turístico para países como España, Francia o Portugal, atados al euro.
Con la economía nacional saneada y el gasto ajustado a las posibilidades del Gobierno en pocos años los inversores reaparecerían por Grecia que, ya debidamente estabilizada, podría incorporarse de nuevo al euro. La lección quedaría, además, aprendida y se tardaría mucho en volver a ver una crisis similar, al menos en Grecia. En economía hay casos milagrosos de memoria histórica como la inflación en Alemania o la hiper regulación en el Reino Unido.
La última gran ventaja que se extraería de dejar caer a Grecia sería el mensaje enviado a otros países altamente endeudados que se encuentran en estadios previos a la quiebra. Ante la certeza de una bancarrota segura Gobiernos como el español o el portugués se lo pensarían dos veces antes de emitir como locos títulos de deuda en los mercados. Las enseñanzas más valiosas se obtienen siempre en los momentos más dolorosos, y la economía no es una excepción.
Por qué debe quebrar Grecia… y todos los que vengan detrás
Mantener artificialmente la economía griega es pan para hoy y hambre para mañana. Según están las cosas la única solución razonable es que presente suspensión de pagos y, dentro de la UE pero no del euro, reconstruya su economía desde cero.
En Libre Mercado
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