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INVERSOR A CORTO

Marx fue un implacable especulador en Bolsa

Lo último que los seguidores de Marx, entre los que se encuentra Jaume Roures, se esperaban es que su admirado revolucionario fuese un despiadado especulador de los que invierten a corto y se aprovechan de las alzas repentinas. Y no es una invención, lo confiesa por carta. 

Se sabe que grandes estadistas del pasado fueron aficionados a invertir en Bolsa. Algunos con muy mala fortuna como Benjamin Disraeli, primer ministro de la reina Victoria, que se arruinó durante sus años mozos cuando invirtió demasiado dinero en la burbuja de la minería de 1825. Otros, en lugar de fiarse del siempre traicionero instinto, se dejaron asesorar por especialistas. Delano Roosevelt, Wilson o Churchill tuvieron a su lado a Bernard Baruch, uno de los especuladores más famosos del siglo XX.

Pero que los presidentes de EEUU o el Reino Unido invirtiesen en Bolsa no es ninguna sorpresa. En los países anglosajones la cultura bursátil está muy consolidada desde hace siglos y no es ninguna mancha dedicar un dinerillo a las acciones. Lo que sí que es una sorpresa es saber que el padre del socialismo, el mismísimo Karl Marx, hizo sus pinitos especulativos en la Bolsa de Londres allá por la década de 1860. Y no, no es una patraña inventada por sus enemigos, sino una confesión de parte realizada en una carta que el propio Marx escribió a su patrocinador Friedrich Engels en junio de 1864.

“Vuelven a presentarse oportunidades, con ingenio y muy poco dinero es posible hacer dinero en Londres”.

Sí, es el autor de El Capital y no un desalmado tiburón de Wall Street obsesionado con hacer dinero rápido. Según parece la idea de invertir en Bolsa se la proporcionó a Marx otro socialista, su compatriota Ferdinand Lassalle, que sólo dos meses después de la correspondencia entre Marx y Engels murió tras un duelo a pistola contra un conde rumano en Ginebra por un asunto de faldas.

Pero Engels no era el único partícipe de las cuitas bursátiles de Karl Marx. En una carta a su tío Lion Phillips ese mismo verano reconoce que ha “estado especulando, parte en fondos americanos, pero más en acciones inglesas, que están surgiendo como hongos este año (cumpliendo todo lo imaginable e inimaginable de la empresa bursátil) suben hasta un nivel poco razonable y luego, en su mayor parte, colapsan. De este modo he hecho más de 400 libras, ahora que la complejidad de la situación política invita a un mayor desafío, empezaré de nuevo. Es un tipo de operación que requiere tiempo y merece la pena asumir ciertos riesgos para aliviar al enemigo de su dinero”.

Así que lo que de verdad le gustaba al entonces cuarentón Marx era “aliviar al enemigo de su dinero” e invertir a corto aprovechándose de los títulos que suben y luego colapsan. Si, en lugar de ser un perezoso, hubiese tenido éxito en sus incursiones bursátiles quizá el mundo se hubiese librado de El Capital y, especialmente, de su subproducto más perdurable: el marxismo.

La afición de la revolucionaria pareja por las cosas de la Bolsa no era nueva. En 1852, doce años antes del verano de las 400 libras fáciles en el parqué londinense, Engels envió una carta a Marx dándole unas cuantas lecciones de cómo funcionan los mercados financieros:

“El pánico en el mercado del dinero parece haber terminado, los bonos británicos y las acciones ferroviarias están subiendo alegremente otra vez, el dinero está más fácil, la especulación está aún muy repartida en el maíz, los barcos de vapor, las minas… etc. El algodón se ha convertido en una opción muy arriesgada; a pesar de que hay una cosecha muy prometedora, los precios suben continuamente, producto de un consumo alto y de la posibilidad de una breve escasez de algodón antes de que lleguen las nuevas importaciones. De cualquier modo, no creo que esta vez la crisis venga precedida por un la clásica ola especuladora; si las circunstancias son favorables en otros aspectos, unos correos que traen malas noticias de la India, un pánico en Nueva York… pronto se podrá demostrar que muchos virtuosos ciudadanos han estado realizando todo tipo de prácticas desleales en silencio. Las malas noticias sobre los mercados copados deberían llegar pronto. Envíos masivos por barco siguen saliendo de China y la India, sin embargo los avisos no son nada fuera de lo normal. Calcuta está decididamente saturada y por aquí y por allá los vendedores nativos están quebrando. No creo que esta prosperidad se prolongue más allá de octubre o noviembre, incluso Peter Ermen se está preocupando”.

Peter Ermen era un socio de los Engels en el negocio textil que ambos compartían en Manchester. Como no podía ser de otro modo, Engels le despreciaba, refiriéndose a él en las cartas con el apodo “little bullfrog” (ranita toro), para su hermano, Godfrey Ermen, reservaba un interminable rosario de motes como “El cerdo”, “El perro” o “El pantalones cagados”. La animadversión personal no impedía que, al menos en el negocio bursátil, Peter Ermen (sin mote) se preocupase.

Marx no perseveró en la sanísima afición a invertir en Bolsa, probablemente porque carecía de olfato y prefería gastarse los fondos que le enviaban los amigos en cerveza. Pero no deja de ser chocante como el hombre que declaró la guerra al capitalismo inventándose un nuevo sistema que, según decía, habría de superarle por no se sabe bien qué inexorables leyes históricas, participase y tratase de sacar provecho de la Bolsa de Comercio, una de las instituciones que definen al capitalismo, y que sus seguidores prohibirían por ley en cuanto se hicieron con el poder. Choca aún más que, en lugar de invertir en valor, apostando por una empresa o formando una cartera estable que le reportase dividendos, se dejó llevar por la inversión a corto, quintaesencia del capitalismo piratesco que los marxistas de ayer, hoy y siempre aborrecen, o dicen aborrecer. 

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