LD (Ángel Martín) Como en muchos otros temas, los economistas no se ponen de acuerdo en valorar cuáles serán los efectos de la recesión global sobre la situación de China. El país que durante los años anteriores tenía las tasas más elevadas de crecimiento del mundo, ¿seguirá su senda ininterrumpida de crecimiento hacia la hegemonía económica del mundo, o sufrirá incluso más que los países desarrollados? Una pregunta interesante, con muchas respuestas distintas según el economista que la analice.
Hace pocos días, el diario británico Financial Times publicó un artículo del jefe de investigaciones económicas de Goldman Sachs, Jim O’Neill. El artículo lo comenzaba de manera provocativa: “Llamadme loco, pero esta crisis es buena para China”. Su optimismo no se queda solo en palabras, sino que su compañía ha actualizado al alza sus previsiones de crecimiento para 2009 y 2010, aumentándolas del 6% al 8,3%, y del 9% al 10,9%, respectivamente.
El crecimiento de China de los últimos años basado principalmente en las exportaciones no era sostenible, y estaba sujeto a las condiciones del mercado global. A medida que la crisis se ha ido intensificando, el comercio internacional se ha reducido notablemente, y la amenaza y realidad del proteccionismo continúa viva. Esto, indudablemente, debería perjudicar a China.
Sin embargo, según Jim O’Neill, a pesar de que esto es cierto, la respuesta de China en materia de política económica ha sido muy efectiva, con lo que la caída se ha suavizado notablemente. El analista destaca tres medidas cuyos resultados positivos ya se están dejando ver, razón por la que actualizaron las predicciones.
Primero: plan de estímulo fiscal vía nueva inversión pública en infraestructuras. Segundo: planes para desarrollar seguros médicos en las comunidades rurales. Esta medida, señala O’Neill en clave keynesiana, “podría resultar en el fin de la tasa de ahorro china excesivamente elevada, y permitir un consumo mucho más fuerte”. Por último, y quizá lo más importante: las condiciones de financiación se han relajado desde octubre.
Las tres medidas tienen como objetivo relanzar la demanda doméstica de China, receta que el economista de Goldman Sachs considera la más adecuada, no solo para el país asiático, sino también para el resto del mundo. Así, invita al resto de países a seguir el ejemplo de China.
Por ello, O’Neill prevé que el nuevo estadio del desarrollo de China ya ha comenzado, y que durará años. La recuperación de la economía china establece las bases de un modelo de crecimiento más sostenible, según este analista. Incluso, se atreve a predecir que China superará en tamaño económico a EEUU antes de 2027, que regresará en unos meses a tasas superiores al 8%, y que es muy probable que en los dos próximos años, el gigante asiático supere a Japón, y se convierta en la segunda economía más grande del mundo.
Dudas sobre su crecimiento futuro
Al contrario de lo que afirma Jim O’Neill, hay quienes tienen serias sospechas de que los indicios de vuelta a la senda del crecimiento disparado de China, son ilusorios. Así opina Vitaliy N. Katsenelson, director de investigaciones de la gestora de inversiones Investment Management Associates.
China tiene un buen número de récords en indicadores, como en crecimiento de préstamos otorgados, de ventas de coches, de importaciones de cobre, etc, etc. Sin embargo, en su artículo publicado en el blog The Big Picture, dedicado a temas macroeconómicos, Katsenelson sostiene que asistimos a una nueva burbuja. Sí, otra más, después de la burbuja de las puntocom, de la inmobiliaria, de la de materias primas. “Parecería que la economía mundial requiere de burbujas para su continuo funcionamiento”, sugiere.
Utiliza como analogía al caso chino el de una compañía que disfrutó de los beneficios de la burbuja puntocom, donde los buenos indicadores de la empresa eran en buena parte artificiales. Hasta que llegaron los tiempos malos, y las alegrías se acabaron. De manera análoga, buena parte del crecimiento de China durante los años de auge global, se debió al aumento de las exportaciones a las economías desarrolladas, especialmente a EEUU. Hasta que llegan los tiempos malos, pincha la burbuja doméstica en EEUU, entra en recesión, y el consumo se recorta notablemente, con lo que los chinos sufren.
Pero, al contrario que la empresa privada tecnológica, China tiene armas muy poderosas, derivadas parcialmente de su condición de país semi-comunista. Como ejemplifica este analista: puede imprimir todo el dinero que quiera, pueden obligar a las corporaciones gubernamentales a gastar, pueden forzar a los bancos a prestar, ya que el gobierno controla los bancos y el aparato de creación de dinero. La calidad de los préstamos concedidos y la eficiencia de ese gasto, ambos producidos por mandatos coactivos, deberían ponerse bajo duda.
En definitiva, el gobierno tiene el poder casi absoluto para tomar cualquier tipo de medidas sin ningún control. Imagínense el aumento disparado del gasto público en los países con un supuesto control democrático sobre los gobernantes como EEUU. ¿Qué no harán gobiernos sin ningún tipo de cortapisas? Así, los planes de expansión fiscal y construcción de infraestructuras son un mero juego de niños: la envidia de un Roosevelt u Obama. Por tanto, las limitaciones de que el gobierno “estimule” artificialmente la economía son nulas, lo que podría tener cierto impacto positivo sobre los indicadores a corto plazo.
¿Burbuja china?
Como toda burbuja, el pinchazo es inevitable, pero Katsenelson reconoce que “identificar burbujas es mucho más fácil que calcular cuándo será su colapso”. Pero “como hemos aprendido, recientemente, puedes desafiar las leyes de la gravedad financiera sólo durante un cierto periodo. Y cuanto más tiempo persistan los precios inflados, más bruscamente caen cuando la gravedad financiera los devuelve a la tierra”.
Otro asunto de interés que analiza este experto en inversiones es el de la relación entre los tipos de interés de EEUU y la economía china. China se encuentra ante un dilema como el mayor tenedor de deuda pública americana.
Dado que en la actualidad el país chino necesita dinero para financiar su crecimiento, debería deshacerse de sus bonos americanos, denominados en dólares. Pero si lo hiciera, Katsenelson identifica dos escenarios. En el primero, la moneda china aumentaría su valor brutalmente, haciendo perder competitividad a las empresas chinas para vender en el exterior. En el segundo, los tipos de interés en EEUU se dispararían, lo que no sería nada bueno para el país americano, y por tanto tampoco para China. Por esta razón, China no sabe bien qué hacer.
Para empeorar todavía más las cosas, el Gobierno norteamericano no para de imprimir más dinero y emitir más deuda pública que necesita compradores. De manera que si los chinos dejan de comprar la deuda pública americana, los tipos de interés en EEUU podrían subir peligrosamente.
La situación y perspectivas no parecen tan halagüeñas como apunta Jim O’Neill. La razón de su, quizá, exagerado optimismo, puede estar en la aplicación del modo de pensamiento keynesiano. No hay que tener miedo de disentir: éstos fueron quienes no dieron ni una al prever la actual crisis.