LD (Ángel Martín) Michelle Singletary, articulista del Washington Post, hacía un llamamiento a “compartir nuestra abundancia” con los que peor suerte están corriendo en la actual coyuntura económica que sufre EEUU. Mientras, David Lazarus, columnista de Los Angeles Times, reclamaba a hoteles, restaurantes y proveedores de comida que no desperdiciaran la comida sobrante y la aprovecharan y donaran a los más desfavorecidos.
En su artículo, Michelle relata algunas historias de lo que ya están haciendo algunos individuos y entidades en favor de los necesitados. Cuenta por ejemplo el caso de Connie Neuman, una mujer de 66 años, sin ningún problema económico. Cuando averiguó que una amiga de su misma edad había perdido el empleo en la tienda de libros de la que era propietaria, ofreció enviarle dinero.
Sin embargo, su amiga volvió a encontrar empleo enseguida en otra librería, por lo que le dijo que ya no lo necesitaba. A pesar de ello, Neuman guardaría ese dinero por si podía ayudar a otra persona. ¿Una mujer de 66 años cuyo negocio tiene que cerrar, pero que puede volver al trabajo en muy poco tiempo? Así es. Algo que parece difícil de imaginar en España.
También narra el caso de Geneva Pearson, quien tuvo una idea para ayudar a la gente a ahorrar dinero durante la recesión, y coordinó un intercambio de artículos de hogar. Las mujeres reunieron solidariamente lámparas, cuberterías, pequeños aparatos, cortinas, etc., no para venderlos sino para intercambiarlos entre ellas. Una mujer consiguió una cama de matrimonio que necesitaba, otra una televisión para su primer apartamento, y hasta hubo quien obtuvo todos los accesorios para un salón entero.
Nuevas iniciativas solidarias
Como dijo Pearson, “fue maravilloso escuchar a las señoras cuando exclamaban que los artículos eran una respuesta a sus oraciones o que era justamente lo que necesitaban”. La propia columnista inició un programa llamado Prosperity Partners Ministry, para ayudar a quienes necesitan a alguien para superar los problemas financieros derivados de malas decisiones pasadas, no sólo para salir del hoyo, sino para aprender a gestionar mejor su dinero.
Michelle reflexionaba sobre la actitud caritativa en tiempos de crisis: “Mientras mucha gente está criticando y quejándose de las iniciativas federales creadas para intentar evitar que la gente pierda su casa, trabajo o seguro médico, hay otros que están ayudando" -sin requerir que la gente demuestre que no fue irresponsable antes de considerarlos merecedores de su ayuda-.
Estas personas, aunque también frustradas por la economía y por quienes nos empujaron en esta crisis, están sacando dinero de sus propios ahorros, acogiendo a familiares o extraños en sus casas o creando programas para ayudar a los que están en apuros financieros”.
Por otro lado, David Lazarus ponía la atención en la cantidad de comida en buen estado que restaurantes, hoteles y sus proveedores desperdician cada año en California tirándola a la basura, en lugar de donarla a organizaciones caritativas. Según la entidad estatal Integrated Waste Management Board, esta cantidad asciende a 1,5 millones de toneladas de comida en buen estado.
Entonces, ¿por qué se desperdicia tanta comida? Una posible respuesta sería la responsabilidad que las empresas donantes de comida contraerían en caso de que gente se pusiera enferma. Pero ese no parece ser problema, ya que en 1996 se aprobó una ley federal que escudaba a las organizaciones de esta responsabilidad. Según el jefe ejecutivo de Los Angeles Regional Food Bank, el problema es la logística: simplemente consideran que es demasiado incordio organizar la donación de comida sobrante para refugios de gente sin hogar, y por ello la tiran.
Más familias sin recursos que acuden a comedores sociales
A pesar de los intentos legislativos que se han tomado para solucionar este problema, las asociaciones de restaurantes de California se están negando, debido a las restricciones que se les impondrían. Así, el primer paso legislativo truncado fue el de imponer a los proveedores de comida que informaran a sus clientes de que disponen de la opción de donar a caridad la comida sobrante. Los siguientes pasos parecen ser mucho más tímidos, como el de crear una base de datos de los bancos de comida y servicios de entrega que puedan agilizar las donaciones.
¿Por qué no se llega a acuerdos entre las partes para hacer cada uno un pequeño esfuerzo que redundaría en el beneficio de muchos necesitados? Ya hay quienes lo hacen desde hace muchos años. Una de las propietarias de una compañía de catering de Los Angeles que sí dona la comida sobrante, dice que no entiende porqué los demás no se animan: “Es muy fácil discernir la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal”.
Si la sociedad toma cartas en el asunto, habría esperanzas de que los mecanismos institucionales de una economía libre empujaran a quienes desperdician la comida a imitar a las empresas que la donan. Aquí el papel no es tanto de los legisladores y políticos, sino de la sociedad civil, de las asociaciones de consumidores y de organizaciones caritativas, a través del uso y difusión responsable de la información.
Uno de los empleados de Los Angeles Mission, una organización sin fines de lucro que ayuda a los más necesitados y gente sin hogar de L.A., afirmaba que en estos momentos la necesidad de donar comida es más urgente. El número de personas que acude a L.A. Mission ha crecido notablemente, con el agravamiento de la recesión: “Ya no son sólo personas sin hogar los que vienen a nosotros”, afirmaba el empleado, “son familias normales que han perdido sus ingresos. No están sin hogar. Simplemente no tienen ni un duro”.
Ambos artículos, y sobre todo la realidad que viven demasiadas personas en nuestro país, podrían servir para activar nuestras dosis de generosidad y solidaridad con el prójimo para, libre y voluntariamente, compartir nuestra abundancia material con los que carecen de lo necesario.