LD (Ángel Martín) Durante la década de los 60, la influencia de las ideas del economista británico John Maynard Keynes gozaban de gran prestigio en el mundo académico. Se decía que la prosperidad que se produjo después de la II Guerra Mundial, hasta los años 70, se debía a la sabia aplicación de políticas keynesianas, donde las autoridades alternaban políticas expansivas (elevado gasto público y alto aumento de la masa monetaria) y contractivas (lo contrario), dependiendo de la situación.
Por el aparente éxito de estas actuaciones, la revista Time describió el triunfo del keynesianismo, en su número del 31 de Diciembre de 1965. Su reportaje venía encabezado con el titular “We Are All Keynesians Now” (“Ahora todos somos keynesianos”), célebre sentencia del que en apariencia era el máximo enemigo, Milton Friedman. Más tarde, el Nobel de Chicago declaró que sus palabras habían sido sacadas de contexto.
Sin embargo, pocos años más tarde la crisis de los años 70 puso en jaque a los que defendían, siguiendo los postulados keynesianos, que era imposible la convivencia de altas tasas de paro con altas tasas de inflación (estanflación). Eso es lo que sucedió, reduciendo el peso de los keynesianos en el mundo académico durante las décadas posteriores, en favor de los monetaristas.
En la actualidad, las ideas keynesianas parecen volver a revivir, especialmente a través del último Nobel de Economía Paul Krugman, y de muchos de los economistas que asesoran a los gobiernos, particularmente los que rodean a Obama y sus millonarios planes de estímulo. No obstante, no existe consenso entre los expertos.
Debate mediático
A este respecto, The Economist propuso debatir esta cuestión a dos prestigiosos economistas, Brad DeLong, de la Universidad de Berkeley, y Luigi Zingales, de Chicago. La pregunta era: ¿Son todos los economistas keynesianos? Si no es así, ¿deberían serlo?
DeLong representa el bando de los keynesianos: no todos somos keynesianos, pero todos deberíamos serlo. Sobre lo primero, mostraba ejemplos de prestigiosos economistas contrarios al plan de estímulo gubernamental de Obama. Entre ellos, John Cochrane de Chicago, Edward Prescott, Nobel de Arizona, o Robert Barro de Harvard.
Para DeLong, la característica que une a estos detractores del estímulo es que piensan que “las decisiones de incrementar el gasto no pueden estimular la economía y aumentar el empleo y la producción, porque la demanda debe ser creada por la oferta (Ley de Say). Si el gobierno gasta, alguien diferente deberá recortar su gasto”.
Para el keynesiano esto no es así, mostrando una correlación entre consumo y descenso de la tasa de desempleo en dos casos: 1) la burbuja inmobiliaria entre 2003-2006, donde los constructores gastaron mucho construyendo casas y 2) la burbuja de las punto-com entre 1996 y 2000, donde los inversores gastaron grandes cantidades de dinero en ordenadores y teléfonos. “En general”, comenta, “el gasto sirve para estimular la economía, y el dinero del Gobierno es tan bueno como el de cualquier otro cuando se gasta”.
Sin embargo, ¿podría pasar que en algún caso particular el gasto público tuviera un efecto negativo sobre la inversión (y por tanto la economía) al empujar al alza los tipos de interés? “Puede pasar”, admite DeLong, pero éste no es el caso, ya que los tipos de interés de las letras del Tesoro a 10 años se han reducido, y no al revés, desde antes de la victoria de Obama.
"Comportamiento irresponsable"
En el otro bando se eucuentra Luigi Zingales, que admite que las ideas keynesianas están muy extendidas en la opinión pública y los políticos, no porque sean correctas, sino porque “proporcionan una justificación teórica para un comportamiento irresponsable”.
En primer lugar, trata de definir a los keynesianos, ofreciendo sus tres ideas más características: 1) la política monetaria puede llegar a ser inefectiva para estimular la economía, por lo que 2) es la política fiscal lo más efectivo, y en particular, el gasto público, 3) la intervención estatal funciona y las consecuencias de corto plazo son más importantes que las de largo.
Entre los economistas, opina Zingales, ni existe consenso sobre la teoría ni sobre la explicación keynesiana de la actual crisis como una consecuencia del subconsumo: la ausencia de ahorro y el gran déficit público de la Administración Bush apoyan su tesis.
No sólo eso. Según afirma, las políticas e ideas de corte keynesiano de control de la demanda agregada y desprecio de los costes de largo plazo y de los incentivos son parcialmente responsables del desastre económico. Da varios ejemplos de estas conductas irresponsables de las autoridades, que han generado incentivos perversos y quebrado la confianza de los agentes económicos, como el rescate de la Fed en 1998 a Long Term Capital Management, el de Bear Stearns o la decisión de dejar caer a Lehman Brothers, pero rescatar a AIG.
Por ello, la solución no debe pasar por aplicar más políticas keynesianas, y más estímulos de demanda: “La crisis actual no es una crisis de demanda, es una crisis de confianza”, afirma Zingales. “Es como si una bomba nuclear hubiera destruido todas las carreteras de América y afirmáramos que para aliviar el impacto económico de tal suceso deberíamos invertir en los bancos”. Por tanto, habrá que solucionar los problemas del sector financiero, y no estimular la demanda.
Finalmente, acaba su artículo con una fuerte crítica al modus operandi de los economistas keynesianos: “les dicen a los políticos, que son adictos a gastar nuestro dinero, que los gastos gubernamentales son buenos. Y ellos les dicen a los consumidores, que sufren de graves problemas de gastos, que consumir es bueno, y ahorrar es malo”.
El debate continúa fuera de Economist.com. DeLong ha replicado a Zingales, en donde concluye exactamente igual que en su primer artículo, y en lugar de ofrecer argumentos en contra de las ideas defendidas por su contrincante, apela a la autoridad del padre intelectual (según DeLong) del chicaguense: Milton Friedman. Quizás tengan más fuerza, en debates de este tipo, las ideas previas y los sesgos ideológicos de los economistas, que el razonamiento analítico y la cuidadosa observación e interpretación de los hechos. Esperemos que no.