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Intervención íntegra de José María Aznar

 
Dentro de pocos días se cumplirá el segundo aniversario del fallecimiento de uno de los más grandes economistas de todos los tiempos.
 
Milton Friedman fue un economista extraordinariamente lúcido, un intelectual firmemente comprometido con la libertad, y un magnífico divulgador con gran capacidad de convicción sobre la superioridad intelectual y moral de las ideas liberales, que son las ideas que compartimos.
 
Hoy tenemos el privilegio de contar con nosotros con su hijo David, liberal como su padre, catedrático de la Universidad de Santa Clara en California y uno de los economistas de su generación más brillantes del mundo.
 
Hace dos años, cuando nos dejó, la Fundación FAES organizó unas jornadas en su memoria, de las que publicamos después un libro con las intervenciones de los economistas e intelectuales que le rindieron homenaje.
 
Uno de sus capítulos resume el contenido de la mejor obra escrita sobre la crisis de 1929, la que, en opinión de los académicos, con mayor rigor teórico y más sólido fundamento empírico analiza sus causas: la “Historia Monetaria de los Estados Unidos”, escrita por Milton Friedman y Anna Schwartz.
 
En aquellas jornadas, otro Schwartz, Pedro, nos sugirió la posibilidad de reeditar a Friedman.  Pedro fue un gran amigo del profesor Friedman y es el responsable de que los españoles pudiéramos ver por televisión la serie que comparte título y objetivo con este libro.
 
El título es Libertad de elegir. El objetivo lo compartimos. Consiste en  exponer, de forma razonada, por qué la sociedad más deseable para cualquier persona es aquella que preserva la libertad individual; consiste en divulgar, de manera accesible, cómo funciona la economía libre; y consiste en desenmascarar, con fundamento, cuáles son los principales errores que -en la política económica- suelen cometer los Gobiernos.
 
Con la que está cayendo, Libertad de elegir es un libro que recomiendo de modo entusiasta a cualquiera que quiera entender la crisis actual.
 
Cuando lo lean comprobarán que muchas de las cosas que Milton y Rose Friedman exponen sobre la crisis de 1929, y la Gran Depresión que vino a continuación, son rabiosamente actuales.
 
No les voy a leer el libro, pero permítanme citarles el párrafo que sigue:
 
“En el ámbito de las ideas, la depresión convenció a la opinión pública de que el capitalismo era un sistema inestable destinado a sufrir crisis cada vez más graves. Y los ciudadanos aceptaron la perspectiva cada vez más compartida por los intelectuales: el Estado tenía que desempeñar un papel más activo, intervenir para compensar la inestabilidad provocada por la actividad privada…”.
 
Suena actual, ¿verdad? Y es que entonces, como ahora, se pretendió culpar al mercado de los fallos del Estado y también de los errores de quienes libremente toman decisiones en una economía libre.
 
Entonces, como ahora, fallaron quienes manejaban la política monetaria, como ha acabado por reconocer el propio Alan Greenspan, que fue presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos durante casi 20 años (de 1987 a 2006).
 
Entonces, el Estado falló en la única función que tenía correctamente encomendada, evitar el colapso del sistema bancario. En esta ocasión, afortunadamente, y en muy buena medida gracias a las enseñanzas de Friedman, la reacción del Estado ha sido diferente y se ha conseguido evitar ese colapso sistémico.
 
Entonces, como ahora, falló el Estado como supervisor de un sistema profundamente regulado por el propio Estado.
 
Y entonces, como ahora, falló el Estado no sólo como supervisor sino como regulador. En particular, como regulador a la hora de garantizar la información adecuada a millones de pequeños accionistas y ahorradores, que necesitan esa información veraz para tomar sus decisiones para colocar sus ahorros, y para discriminar entre directivos eficaces e ineficaces.
 
Entonces, como ahora, muchos empresarios de la banca y las finanzas cometieron errores en la percepción del riesgo, algo que algunos confunden con un fallo de la economía libre.
 
Lo que ahora sabemos que ha sobrado -tal como ha declarado incluso un importante banquero español- es ingeniería financiera. Y lo que ha faltado es dedicación al negocio bancario tradicional. Ha sobrado endeudamiento desproporcionado y ha faltado prudencia para gestionar el riesgo. Ha sobrado, en fin, autocomplacencia, y ha faltado rigor y transparencia.
 
Queridos amigos,
 
Esos fallos –de exceso y de defecto- podemos pagarlos muy caros.
 
No voy a detenerme en la explicación de las causas de la crisis que hoy vivimos. Para eso hay personas mucho más cualificadas que yo.
 
Lo que sí me atrevo a vaticinar es que ante la actual crisis vamos a asistir a dos tipos de reacción política.
 
No van a escasear los países que reaccionen ante la crisis con mayor intervención pública: mayor -que no mejor- regulación, mayor rigidez en los mercados y, probablemente, mayores dosis de proteccionismo ante el exterior.
 
Van a ser muchos los países que, de la mano del dogmatismo político, avancen por este camino del recorte de la libertad económica.
 
Pero no será ésta la única vía. Habrá también países que aprenderán con inteligencia de los errores cometidos, y que actuarán con pragmatismo en lugar de dogmatismo.
 
Éstos serán los que optarán por corregir los errores del Estado en su manejo de la política monetaria, en su actividad supervisora y reguladora, así como en sus políticas públicas, incluida la de acceso a la vivienda.
 
Y también los que refuercen la información y transparencia en los mercados para que los accionistas y ahorradores cuenten con la información adecuada a la hora de asumir riesgos y contratar a los gestores de las compañías en las que inviertan su dinero.
 
Estos países serán también los que con mayor probabilidad complementen lo anterior con reformas estructurales en la dirección de la liberalización, la flexibilidad y la apertura comercial. Es decir, los que reaccionen ante la crisis con mayores dosis de libertad económica.
 
Al mismo tiempo, me atrevo a vaticinar que la salida de la crisis será muy diferente para ambos grupos de países. Los que opten por la primera vía, la del intervencionismo, tardarán en remontar el vuelo, si es que lo remontan en condiciones aceptables.
 
Los segundos, por el contrario, serán los primeros en superarla y en volver a crecer y a crear empleo.
 
Queridos amigos,
 
Cuando un país tiene una tasa de paro del 23%, que es la que tenía España en 1996, cambia su política económica y -a consecuencia de ese cambio- reduce el paro en un 50% en ocho años, habrá quien piense que es por casualidad. Pero no lo es.
 
Por entonces, y de esto no hace tantos años, España creaba más empleo que Francia y Alemania juntas. En España bajaba el paro a toda velocidad mientras subía en Francia, Alemania e Italia. En estos países le echaban la culpa al colapso bursátil de las empresas de lo que se dio en llamar la nueva economía, culpaban de la crisis al pinchazo de las “punto com”, ¿se acuerdan?
 
Pues entonces, pese a esa crisis, España crecía al 3%, pero Francia, Alemania e Italia a cerca del 0%.
 
Desde entonces han cambiado las cosas. Han cambiado los gobiernos. En Francia, en Alemania y en España. Y también han cambiado los resultados.
 
En España, con la misma crisis financiera que afrontan Francia, Alemania e Italia, se ha incrementado el paro en 800.000 personas en el último año. Pero en la Unión Europea, el paro ha bajado en el último año.
 
El paro ha bajado en Alemania y en Francia, en esos países a los que algunos dicen que vamos a superar muy pronto en renta por habitante. Y eso que allí sus dirigentes no presumen de jugar en ninguna “Champions League”. 
 
En el último año, en Alemania hay 330.000 parados menos, y en Francia, 200.000 parados menos. España, en cambio, envía a las filas del paro a más gente de la que Francia y Alemania juntos están siendo capaces de sacar del desempleo, que están siendo muchos.
 
Francia y Alemania no son los únicos. Al revés. El paro ha bajado en Europa en el último año en Austria, Alemania, Bélgica, Bulgaria, Croacia, Chipre, República Checa, Dinamarca, Estonia, Holanda, Finlandia, Francia, Grecia, Malta, Polonia, Portugal, Rumania, Eslovenia y Eslovaquia.
 
Con la misma crisis financiera que afrontan los demás y con el mismo presidente de los Estados Unidos, España es la gran excepción, es la generadora del desempleo en Europa. Como en los viejos tiempos.
 
Queridos amigos,
 
Yo no soy de los que creo en las casualidades. Más bien creo en las causalidades. Y creo que hay buenas y malas políticas. Y en política económica, como en otros ámbitos de la política, se cosecha lo que se siembra.
 
Con los datos en la mano, los españoles comprobaron que en los ocho años en los que tuve el honor de presidir el Gobierno de España, el desempleo descendió a un ritmo medio de 270 personas al día.
 
Ahora, en los cuatro años y medio que otros llevan en el Gobierno, pese a la herencia de prosperidad que recibieron, las personas que han enviado a las filas del paro son de media 270 al día. Claro que no es lo mismo 270 menos que 270 más.
 
Por si nos escucha algún purista que prefiera comparar periodos homogéneos, les diré que en los primeros cuatro años y medio de mi Gobierno salieron de las listas del paro una media de 650 personas al día.
 
Lo que ahora vivimos es otra cosa. Estamos viendo cómo se acelera el ritmo de crecimiento del desempleo y en septiembre -el último mes del que tenemos datos- ya son nada menos que 3.200 las personas que son enviadas al paro cada día.
 
Parece que no es lo mismo crear las condiciones de prosperidad que permitan salir del paro, como hicimos nosotros, que condenar a las personas al desempleo, que es lo que se hace ahora.
 
Y es que ahora, fruto de estos últimos años de Gobierno socialista, España está empezando a cosechar una profunda crisis económica con muy graves repercusiones sociales. Empezamos a verlo en el drama humano del paro, en la angustia de cientos de miles de ciudadanos que se saben amenazados por el despido, y en la desesperación de cientos de miles de familias en las que ahora ya no entra ningún salario.
 
No me voy a recrear en el “ya lo advertimos”, aunque ahí están las hemerotecas, que colocan a cada uno en su sitio. A los que fueron calificados de antipatriotas por advertir con acierto de la crisis que se avecinaba y a los autocalificados como patriotas, que nos han devuelto a los tiempos de la crisis y del paro masivo.
 
Quizá lo que ocurre es que la realidad también es antipatriota. O que los hechos son antipatriotas.
 
Primero se negó la realidad. Después se descalificó al que se atrevía a mostrarla. Y ahora estamos a punto de identificar, sin sombra de duda, a un enemigo exterior culpable de todos nuestros males.  Seguro que ese enemigo exterior será el antipatriota, acompañado por todos los antipatriotas anteriores… incluida la realidad.
 
Ese juego ya lo conocemos. Hay quien empieza por negar la existencia de la crisis hasta hace sólo dos meses, e inmediatamente, pretende dar clases de cómo salir de ella. Esto quizá sea querer ir un poquito demasiado deprisa.
 
A la vez, quizá sea querer ir un poquito demasiado despacio llevar cinco años menospreciando la política internacional, sin entender que es algo que va más allá de un simple mitin de partido.
 
Las consecuencias de querer ir deprisa y despacio a la vez las estamos pagando todos. Desgraciadamente.
 
Queridos amigos,
 
Soy de los que piensan que lo sensato es mirar hacia el futuro y plantear qué se puede hacer. Eso fue lo que hice como Presidente del Gobierno de España en circunstancias similares, en 1996. Y creo es lo que me corresponde decir hoy en mi condición de ex presidente del Gobierno.
 
Lo primero que quiero decir es que España puede salir de la crisis. Que no hay ninguna maldición que nos condene como pueblo al paro masivo y al estancamiento. Es posible volver a crecer, a crear empleo y a reducir el paro.
 
Estoy convencido de ello porque confío extraordinariamente en la sociedad española, en su capacidad de alcanzar retos colectivos. Lo ha demostrado sobradamente en el pasado.
 
Pero eso requiere marcar el rumbo adecuado y cambiar claramente el rumbo actual, que nos conduce a encallar en una crisis aguda, profunda y duradera.
 
Lo primero que España necesita es liderazgo político para dirigir nuestro país en la dirección que permitirá superar la crisis.
 
Los ciudadanos deben saber que a la crisis hemos llegado aplicando manuales de economía que algunos leen en dos tardes y que tienen un resumen que se lee en cinco minutos que aconseja subir el gasto público, aumentar los impuestos, intervenir con criterios políticos en las decisiones de las empresas privadas, y controlar políticamente los organismos reguladores y supervisores.
 
Los ciudadanos deben saber también que España no va a salir de esta crisis con mayores dosis de socialismo simpático.      
 
Queridos amigos,
 
Los ciudadanos españoles necesitan saber que esta crisis requiere un importante esfuerzo colectivo, un esfuerzo suplementario. Que esta crisis requiere responsabilidad, disciplina y dedicación por parte de los líderes. Y que los ciudadanos exigen a sus líderes que les ofrezcan puntos de referencia claros y principios sólidos en los cuales creer.
 
Frente a la crisis es preciso trabajar más, no menos. Es necesario que el
sector público sea austero. Son imprescindibles las reformas estructurales. Es fundamental mayor competencia y mayor flexibilidad.
 
No son recetas divertidas, lo sé. Pero en estos tiempos tan difíciles para millones de familias españolas hay que dejar por una vez las frivolidades en el cajón del despacho y decirles a los ciudadanos la verdad.
 
Hay que explicarles que de esta crisis no vamos a salir con mayor gasto público, subiendo los sueldos públicos, creando ministerios, aumentando los impuestos y recortando la libertad económica.
 
Hay que explicarles que volver a la senda del crecimiento y del empleo requiere esfuerzos y reformas de gran calado.
 
En primer lugar, el conjunto de las Administraciones públicas ha de aplicar políticas de máxima austeridad.
 
Hay, además, que acometer reformas profundas en el funcionamiento de la Administración, para que ésta se sitúe del lado de las empresas y de la creación de empleo, y no frente a las empresas y contra la creación de empleo.
 
En segundo lugar, la austeridad y la reducción del gasto público debe venir acompañada de reducciones de impuestos, sobre todo aquellos que gravan el empleo.
 
En tercer lugar, hay que emprender una profunda reforma laboral que incentive la contratación, elimine rigideces y adapte nuestro mercado de trabajo al siglo XXI. 
 
En cuarto lugar, es necesario revisar por completo todo el modelo de organismos reguladores y supervisores, para poner fin a su control político y para asegurar su independencia operativa.
 
En quinto lugar, son imprescindibles reformas en el terreno de la energía, para además de estimular el ahorro y la eficiencia, incrementar el autoabastecimiento a través de fuentes limpias y seguras como la energía nuclear.
 
En sexto lugar, hay que retomar el Plan Hidrológico Nacional y, además de garantizar los trasvases ya existentes -que son de Estado y  no de partido- ejecutar los contemplados en el PHN derogado en 2004.
 
En séptimo lugar, hay que avanzar decididamente en materia de pensiones, a través de un nuevo acuerdo del Pacto de Toledo. Es una manifiesta irresponsabilidad que no se haya hecho nada en esta materia en los últimos cinco años.
 
En octavo lugar, España necesita reformas profundas en su modelo sanitario, en la dirección emprendida por los países escandinavos en los años noventa, que abren el camino a la producción privada de los servicios de salud con financiación pública de dichos servicios.
 
En noveno lugar, hay que lanzar un programa profundo de liberalización en muchos mercados que aún permanecen al abrigo de la libre competencia.
 
En particular, España necesita deshacer el camino andado en materia de legislación sobre suelo y reintroducir racionalidad en la ordenación de este recurso, bajo los principios de liberalización y ausencia de discrecionalidad, que siempre corre el riesgo de abrirle la puerta a la corrupción.
 
En décimo lugar, España necesita un cambio de gran profundidad en su sistema educativo, que retome los valores del esfuerzo, el mérito y el respeto a la autoridad del profesor, acompañado de la libertad de elección por parte de los padres.
 
A esas diez medidas imprescindibles hay que sumar otras dos para que España recupere el pulso y vuelva a la senda del crecimiento competitivo.
 
La décimoprimera es que España necesita también una reforma completa de su sistema de Universidades, instaladas mayoritariamente en la mediocridad y la endogamia, que hacen que ninguna de ellas esté entre las 200 mejores del mundo.
 
Por último, es imprescindible reconstruir el mercado nacional demoliendo las absurdas barreras erigidas por las decisiones de algunas Comunidades autónomas, que lo segmentan sin sentido alguno.
 
Estas doce medidas son sólo un esbozo de los grandes retos que España tiene pendientes.
 
Mucho me temo que sin afrontar todos estos retos será difícil salir de la crisis. Y cuanto más tiempo se pierda en ello, más abultada será la factura económica y social a la que tendremos que hacer frente como nación.
 
Y les puedo asegurar que nada me gustaría más que volver a ver cómo mi país es capaz de remontar una crisis que está provocando angustia y sufrimiento a millones de familias.

Queridos amigos, no les entretengo más. He querido transmitirles mi total convicción de que sólo recuperando certidumbres, confianza y con un fuerte liderazgo es posible convocar a un compromiso general que siente las bases para una rápida recuperación económica y social de España. Creo que hay que tener el coraje de explicarlo y de llevarlo adelante. Y creo también que las recetas infantiles no conducen a ninguna parte.

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