Estonia, un pequeño país a orillas del mar Báltico que apenas alcanza el millón y medio de habitantes entrará en la zona euro el próximo 1 de enero. Será la primera ex república soviética en hacerlo después de haber culminado con éxito dos décadas de prodigioso desarrollo económico que han catapultado al país del tercer al primer mundo en sólo una generación.
Llegar a la soñada meta de pertenecer a la primera división europea les ha costado varios años y tres intentonas. Estonia entró a formar parte de la Unión Europea en 2004 con el compromiso de adoptar la moneda única tan pronto como fuese posible. El plan era integrarse en la eurozona en 2007 junto a Eslovenia. Llegado el momento el Gobierno se echó para atrás y retrasó la integración hasta el año siguiente para hacerlo coincidir con la entrada de Eslovaquia. Pero Estonia seguía sin cumplir los requisitos de inflación, que rondaba el 7%. Su economía, recalentada por un crecimiento rapidísimo (un promedio del 9,5% de incremento anual del PIB entre 2000 y 2007), un no estaba aún preparada. Se dio entonces un último plazo, 2011, fecha en la que no había prevista ningún ingreso más.
A mediados de año el Gobierno estonio se fue con sus números a Bruselas para que el Ecofin los supervisase y aprobase el ingreso. Nadie se podía creer lo que veía. Estonia, ese remoto e ignorado país del Báltico, era la nación menos endeudada de Europa y la que podía presumir de un déficit público. La inflación, por su parte, había remitido hasta colocarse en niveles aceptables. Para contener este indicador contribuyó el hecho de que el PIB estonio se despeñó, literalmente, un 14% durante el año 2009, lo que enfrío el sistema lo suficiente para controlar la inflación, que pasó del 10,4% en 2009 a una deflación de 10 décimas durante este año.
Ajuste titánico
La clave del éxito estonio ha sido el ajuste titánico que ha llevado a cabo. El Gobierno del liberal Andrus Ansip, reaccionó rápido a la crisis financiera y ya en 2008 aprobó un plan de ajuste que recogía un amplio recorte de gasto público y el aumento de ciertos impuestos como el IVA y los que gravan el tabaco, el alcohol o la gasolina. Ya puesto, Ansip, aprobó una reforma laboral que facilitó el despido. Los ajustes llegaron al mismo Gobierno, los ministros se bajaron el sueldo un 20%, justo el doble de lo que de promedio estaban bajando en las empresas privadas. El resultado fue una depresión inmediata y muy dolorosa, pero corta. Estonia ha pagado los excesos crediticios cometidos en la etapa expansiva de un golpe durante un solo año.
¿Estímulos al estilo de los planes E?, ninguno, Ansip no cree en ellos. De hecho, cuando la crisis arreciaba la oposición le acusó de ser el responsable de ella por reducir el gasto, a lo que el primer ministro respondió que la crisis sería aún peor si se hubiesen puesto a imprimir moneda o a gastar a lo loco. El tributo que ha tenido que pagar ha sido el reajuste del mercado interno, inflado durante las vacas gordas, y una tasa de desempleo del 19%, que empieza a remitir conforme la economía se purga de las malas inversiones.
Brotes realmente verdes
En 2010 el país ha emprendido el camino de la recuperación. Estonia se ha ganado de nuevo la calificación A de las agencias de rating y goza de crédito pleno en los mercados. Las cuentas públicas vuelven a estar saneadas, el mercado interior ha retomado su tamaño natural y pocos se acuerdan de las exuberancias irracionales de los años del crecimiento vertiginoso que precedieron a la crisis.
La recuperación está siendo tan sorprendente -y para muchos inesperada- que los indicadores han dejado con la boca abierta a más de un economista. Tal y como puede apreciarse en la gráfica inferior, la producción industrial ha crecido un 31% en el último año y las exportaciones se han disparado un 54%. Brotes realmente verdes, y nos los que, hace año y medio, vendía a la prensa cierta ministra de Economía de un país del sur de Europa.
Y todo sin necesidad de devaluar la moneda como ha venido haciendo el Reino Unido o la vecina Polonia, cuyo zloty flota libremente, lo que está permitiendo a los polacos ganar cierta (y falsa) competitividad a cambio de empobrecerse. La corona estonia está vinculada al euro en un tipo de cambio fijo por lo que el banco central que la emite asume como propia la política monetaria del BCE.
Ahora viene la pregunta. Si Irlanda actuó rápido, acometió un severo recorte de gasto y, al estar dentro del euro, no pudo devaluar la moneda, ¿por qué no ha seguido el mismo camino que Estonia. Por el sistema bancario, que en Irlanda estaba quebrado y fue rescatado in extremis por el Estado. En Estonia los principales bancos son subsidiarios de la banca sueca.
El mayor banco del país es el Swedbank, seguido del SEB y de Nordea, todos suecos con sede en Estocolmo. La banca sueca es tan hegemónica que muchos estonios se quejan de que tiene más poder que el mismo Banco Central de Estonia. Con o sin poder, el hecho es que el Gobierno de Ansip no ha tenido que emplear un solo céntimo del erario público para salvar bancos de la bancarrota. Y eso, al final, se ha notado.
Lecciones que vienen del Báltico
Estonia es un país pequeño, pero eso no significa que la receta que ha utilizado para enfrentar la crisis no sea válida. Los números cantan. Ante un excesivo endeudamiento, amortización y ajuste, y no, como se ha pretendido en otros países, mantener el ciclo expansivo a costa de nueva deuda y malabarismos con la moneda.
El premio los estonios lo recogerán el próximo 1 de enero cuando se incorporen a la divisa única con un cuadro macroeconómico que haría entrar en trance a todos los ministros de economía de la Unión Europea, especialmente a los de los países derrochones como España, Grecia o Portugal.
Pocos se quejan, a fin de cuentas, los estonios nunca antes se habían visto en mejor posición. Son independientes, el nivel de vida ha crecido exponencialmente en sólo un par de décadas y, como los negros años del comunismo aún están cerca, muchos recuerdan lo que de verdad es una crisis estructural con escasez de todo y cortes de electricidad. La diferencia está clara.