En una esquina de este hipotético ring económico están Ángela Merkel, Nicolás Sarkozy y las autoridades comunitarias. En la contraria, los responsables del Banco Central Europeo y del Bundesbank.
Y en medio, un puñado de economistas que discuten sobre los posibles beneficios de la institución, con argumentos que parecen contrarios pero que tienen en común un mismo aspecto: haya o no FME, hay que mejorar la credibilidad de la zona euro y el cumplimiento de las normas que afectan a los países miembros (y ésas debería ser la razón última de este nuevo invento).
A favor: tal y como explicaba hace el lunes Alberto Recarte en Libertad Digital Televisión un organismo de estas características podría ser beneficioso si impusiera disciplina a los países con unas cuentas menos sólidas de la zona euro. Los argumentos más importantes de los partidarios del FME son:
- El objetivo es ayudar a los países en situación comprometida, pero a cambio de que realicen reformas en profundidad y cambios estructurales.
- Ya se debía haber previsto en Maastricht: si se crea una moneda única, también es necesaria una institución de este tipo que imponga disciplina.
- Podría servir para avanzar hacia una unión económica completa.
- Se impondrían las medidas más ortodoxas, que serían de obligado cumplimiento para todos los países.
- Lanzaría el mensaje de que la eurozona es seria y mandaría un aviso a los que no están haciendo los deberes.
En contra: también el lunes, el profesor Barea, en esRadio se mostraba algo menos entusiasta ante la idea, y mostraba su miedo a que el FME supusiese una especie de segunda oportunidad para los países miembros y que los gobiernos irresponsables lo interpretasen como una red de seguridad en la que caer en el caso de que todo fuera mal. En este sentido, comparte los argumentos que llegan desde el BCE y que podrían resumirse en la siguiente lista:
- Podría ser el inicio de un desequilibrio financiero muy costoso, daría falsos incentivos para los países que quisieran saltarse los criterios de convergencia de la eurozona.
- Su coste recaería en los países cumplidores.
- Dañaría la credibilidad del euro en los mercados internacionales.
- Los gobiernos actuarían con menos cuidado, al saber que podrían ser rescatados.
- Los mercados podrían sobre-prestar a gobiernos insolventes a sabiendas de que el FME respondería en su nombre.
Esta tercera opción sería el resultado más político pero menos económico… Y la pregunta que muchos se hacen es ¿en una de esas interminables reuniones bruselenses en busca de una foto de familia y un pacto de mínimos, cuál de las tres se impondrá?