Quién lo iba a decir hace sólo diez años. Madrid se ha convertido en la ciudad más turística de España y en una de las más visitadas de Europa. Es cierto que aún ni sueña con acercarse a París o a Londres, destinos imprescindibles para todo el que planea hacer unas vacaciones urbanas, pero en muy poco tiempo se ha situado en la parte de arriba de todas las listas y hoy se codea con grandes capitales europeas llenas hasta la bandera de turistas durante todo el año.
Lo cierto es que el Madrid de hace diez años, cuando hasta él llegaban algo más de dos millones de turistas extranjeros no era muy diferente al de hoy. ¿Por qué se ha producido este inesperado estallido turístico en la capital?, ¿qué se ha hecho bien?, ¿quién lo ha hecho? y, sobre todo, ¿seguirá Madrid creciendo y reclamando turistas durante esta década como lo hizo durante la pasada?
Ninguna de las preguntas es sencilla de responder. Madrid ha crecido mucho en diez años. La ciudad y su área de influencia han ganado más de un millón de habitantes y eso se ha traducido en un crecimiento espacial considerable. Cada vez cuesta más saber a ciencia cierta cuándo se está entrando en la ciudad y cuándo se la está abandonando. El crecimiento demográfico, protagonizado en gran parte por extranjeros venidos de todas partes del mundo, ha contribuido a hacer de la capital de España una ciudad muy cosmopolita, mucho más de lo que nunca antes lo había sido.
El cosmopolitismo se retroalimenta. Cuando una ciudad se transforma en una pequeña Babel de gentes y culturas ejerce fuera un poderoso influjo. Londres o Nueva York son lo que son gracias a eso mismo. Gran parte de su atractivo se debe a su carácter de capitales mundiales donde puede encontrarse de todo y todos se encuentran más o menos a gusto. Madrid ha entrado en ese circuito de ciudades del mundo en las que cualquier idioma puede escucharse por la calle, todo el que llega es bienvenido y a nadie se le pregunta de dónde viene. Ese espíritu abierto fomenta el comercio y la cultura, ingredientes indispensables para que florezca la delicada planta del turismo.
Barajas, donde todo empezó
Uno de los grandes responsables de que Madrid se haya convertido en un templo del cosmopolitismo es su aeropuerto, que no ha parado de crecer. Por sus cuatro terminales pasan anualmente cerca de 50 millones de personas. Muchas de ellas provenientes de lugares remotos que utilizan Madrid como puerta de entrada (o de salida) de Europa.
Sin Barajas Madrid difícilmente hubiera conseguido atraer tantos turistas. Llegar hasta la capital es fácil y económico. Todas las grandes líneas aéreas del continente vuelan hasta aquí y las conexiones intercontinentales no hacen más que aumentar. El hecho de que las aerolíneas programen vuelos regulares a Madrid ha posibilitado que los turoperadores internacionales la incluyan como destino, especialmente cuando esos vuelos son, aparte de frecuentes, baratos. Las principales low cost operan en el aeropuerto, y no porque la Comunidad de Madrid ponga dinero por adelantado, sino porque los aviones van repletos y, como consecuencia, las líneas son extremadamente rentables.
Ocio y negocio
A un paso de Barajas se encuentra el Campo de las Naciones, un área de negocios construido de la nada en los años 90. La Feria de Madrid se encuentra allí, a sólo una parada de Metro del aeropuerto. Las convenciones, congresos y reuniones de empresas celebradas en Madrid han experimentado un crecimiento exponencial gracias al tándem aeropuerto-Campo de las Naciones. Llevar hasta allí la Feria fue uno de los grandes aciertos del alcalde Álvarez del Manzano, hoy presidente de IFEMA.
Los visitantes que entran por Barajas –la mayoría de entre los extranjeros– no sólo se encuentran el Campo de las Naciones sino una red de Metro grande, moderna y eficiente. Para cierto tipo de turista el transporte público es esencial. Madrid cumple con nota las expectativas de los más exigentes. Del aeropuerto a Nuevos Ministerios se tarda sólo 15 minutos y cuesta dos euros. Pocas ciudades pueden ofrecer lo mismo. El boca-oreja, que quizás sea la mejor promoción turística que existe, juega aquí a favor de Madrid, y a los comentarios que los viajeros hacen en los foros de Internet hay que remitirse.
Los turistas nacionales, por su parte, tienen su particular Barajas en las dos estaciones terminales de Alta Velocidad. Nunca antes llegar a Madrid desde ciudades distantes de la península fue tan cómodo y tan rápido como desde la llegada del AVE. Hay ciudades no muy lejanas como Zaragoza o Valladolid que el AVE ha situado en la misma periferia de la capital con tiempos de viaje que rondan los 60 minutos.
Sol, cultura y ambiente nocturno
Pero si Madrid sólo pudiese ofrecer cierto cosmopolitismo, un gran aeropuerto, oportunidades de negocio, dos grandes estaciones de tren y una buena red de transporte público sería algo parecido a Zúrich, y no es el caso. La capital da algo más. Por un lado el clima. Madrid goza de más horas de sol que la mayoría de las ciudades europeas. Y cuando luce el sol significa que no llueve, detalle que los centroeuropeos agradecen bastante aunque aquí tengan que olvidarse de la playa. El turista que viene a Madrid, como el que va a París, a Berlín o a Roma, no busca contemplar el azul del mar.
La ciudad, además, es famosa por sus terrazas y su vida en la calle. En Madrid, y esto no es cosa de ahora sino de siempre, todo lo que pasa, pasa en la calle, sin importar demasiado la hora. Las legendarias noches madrileñas son un atractivo inequívoco para los turistas jóvenes que quieren divertirse hasta altas horas de la madrugada. El ambiente nocturno es uno de los ingredientes fundamentales del cóctel turístico madrileño. Seguramente tiene más bares que toda Noruega, pero no es cuestión de cantidad, sino de variedad, extremo que en la ciudad se ha demostrado amplísimo. El que busca salir y entretenerse lo aprecia y hasta repite.
Por último, Madrid tiene un patrimonio artístico y cultural único en el mundo. Eso es algo que aquí ya sabíamos hace tiempo, pero no tanto fuera de España. Al final se ha producido una especie de círculo virtuoso que, en última instancia, quizá explique el milagro turístico de la capital, un milagro que, dicho sea de paso, nadie esperaba.