Como ya sucedió tras la Gran Depresión, la actual crisis económica está cuestionando muchos de los cimientos sobre los que se basa el sistema económico de los países desarrollados. Unos piden reformas profundas hacia una mayor intervención y regulaciones públicas en los mercados, mientras que otros exigen profundos cambios hacia una liberalización del sistema bancario y financiero.
Ambos grupos pretenden perseguir reformas serias, pero difieren notablemente en la dirección de éstas. Coinciden en que no están contentos con el funcionamiento actual del sistema económico, pero tienen diagnósticos de la misma realidad casi contradictorios.
En el terreno de qué hacer para que los países menos desarrollados puedan crecer rápida y sostenidamente también parece tambalearse el relativo consenso que existía desde hace unos años. El llamado “Consenso de Washington” de los años 90 supuso una especie de programa general de políticas económicas recomendadas para los países en vías de desarrollo por los organismos internacionales.
Básicamente, y aunque existen importantes matices, el consenso giraba entorno a políticas favorables al mercado frente a la planificación centralizada como vía para garantizar el crecimiento económico. Es decir, se defendía la responsabilidad presupuestaria frente a los déficit públicos, la responsabilidad monetaria frente a discrecionalidad, privatizaciones frente a nacionalizaciones, etc.
Sin embargo, en la actualidad este consenso parece estar contra las cuerdas. Así lo demuestra la preocupación compartida de dos prestigiosos economistas contemporáneos, cuyas inclinaciones ideológicas son opuestas: el liberal William Easterly, profesor de economía de la New York University, y el intervencionista Joseph Stiglitz, premio Nobel y profesor en Columbia. Quizá uno de los únicos asuntos en el que están de acuerdo ambos economistas.
La crisis ha roto el consenso
Ya en octubre de 2008, Easterly advertía de que “los países pobres están aprendiendo las lecciones erróneas sobre la crisis” en una columna en The Wall Street Journal. Comparaba la diferente situación que se da entre los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo: “El colapso financiero no hará que EEUU abandone el capitalismo democrático, pero el resultado no es tan claro para países que están decidiendo si el capitalismo es o no el mejor sistema. En muchos de estos países la opción no está entre una regulación financiera escasa o abundante, sino entre confiar en los individuos creativos o en los planificadores del gobierno para escapar de la pobreza”.
Entre los ejemplos de malas recetas tras la crisis, además de las amenazas y medidas proteccionistas de diversos países, Easterly cita las palabras del expresidente hondureño, Manuel Zelaya, ante la ONU, donde dijo que la lecciones de la crisis era que “las leyes del mercado fueron demoníacas, satisfaciendo sólo a unos pocos”.
Por su parte, el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, afirmó que el mecanismo de mercado y la “especulación inmoral” fueron un error. Por último, Lula Da Silva, en Brasil, llamó a nuevas intervenciones por parte de las autoridades estatales para parar los pies a los especuladores.
Por el contrario, Easterly aboga por aplicar las medidas que han funcionado históricamente: “el mercado libre tiene un historia de haber creado prosperidad a largo plazo -incluso con la crisis ocasional-”. Para él, confiar en los individuos creativos y buscadores de oportunidades de negocio dentro de un mercado libre es una táctica mucho más eficaz que confiar en la bondad y conocimiento de los planificadores estatales.
El precedente de la Gran Depresión
Esta reacción a una crisis de una magnitud tan considerable como la actual, no es nada nueva, sino que cuenta con un importante precedente: el de la Gran Depresión. Por ello, la preocupación por que se aprendan las lecciones erróneas es más palpable y urgente. Como comenta Easterly, el nacimiento de la disciplina de la economía del desarrollo en la década de los años 40 quedó gravemente influenciada por el consenso intervencionista y favorable a la planificación y el intervencionismo que existía por esas fechas.
Se consideraba, bajo un prisma keynesiano, que los gobiernos debían dar el primer paso para estimular el crecimiento mediante fuertes intervenciones y gasto público. Este consenso existió durante décadas, con honrosas excepciones como la de Peter Bauer, a quien The Daily Telegraph calificó como “el economista que cambió la manera de pensar sobre la pobreza”.
Por su parte, el Nobel Joseph Stiglitz escribía un artículo titulado “El mensaje tóxico de Wall Street” en la revista Vanity Fair donde expresaba miedos similares a los de Easterly: “Temo que, mientras otros países ven más claramente los fallos en el sistema económico y social de América, muchos en el mundo en vías de desarrollo sacarán las conclusiones erróneas [de la crisis…] Muchos países pueden concluir, no simplemente que el capitalismo sin trabas al estilo norteamericano haya fracasado, sino que el concepto mismo de una economía de mercado es incapaz de funcionar bajo cualquier circunstancia”.
Stiglitz reconoce las ventajas del mercado
A pesar de la apuesta por el intervencionismo -de sobra conocida- de este economista y de que critica al “fundamentalismo de mercado” por haber traido consecuencias negativas a los más pobres, reconoce que “no ha habido ninguna economía exitosa que no haya confiado intensamente en los mercados”, y que si los gobiernos actúan cegados por su visión contraria al capitalismo americano, eso conducirá a más pobreza.
Asimismo, considera una segunda víctima de la crisis: la pérdida de fe en la democracia generada por el comportamiento hipócrita de los Estados Unidos y su falta de responsabilidad política. Quizás el ejemplo de los subsidios a los agricultores que el país americano -así como la Unión Europea- practica, a expensas de los países en desarrollo, sea el ejemplo más sangrante de esta actitud.
No sólo eso, sino que mientras que desde las administraciones norteamericanas se ha exigido y recomendado a países pobres que aplicaran políticas liberalizadoras, los mismos norteamericanos están practicando el intervencionismo a gran escala.
RENACE EL DEBATE SOBRE DESARROLLO
El dilema sobre los países pobres: ¿capitalismo o planificación económica?
La crisis reabre viejos debates, y estimula otros nuevos. Entre los viejos se encuentra la discusión entre mercado versus planificación como estrategia más exitosa para los países en vías de desarrollo. El destino de millones de personas puede depender parcialmente de quién gane el debate.
En Libre Mercado
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