Hace ahora justo un año, Rafa Nadal padecía una de las lesiones más graves que puede sufrir un deportista. Una dolencia crónica, que podría retirar a cualquiera. Tuvo que perderse los Juegos Olímpicos, en los que iba a ser el abanderado de su amada España. Tuvo que perderse la Copa de Maestros. Y el Open de Australia. Y tantos, tantos, tantos momentos de tenis...
Pero pudo volver. El pasado febrero. Y lo hacía como siempre ha hecho: ganando. Desde entonces, una victoria tras otra, destacando el Masters de Madrid. Pero ahora, en Roland Garros, ya ha dado el portazo definitivo a aquella terrible lesión. Porque no, Rafa Nadal no ha vuelto. Rafa Nadal se ha superado.
Sólo de esa manera se puede volver a conquistar Roland Garros, su torneo ya, después de cargarse a Djokovic en unas semifinales para el recuerdo, y de acribillar a Ferrer en la final. Porque Rafa Nadal es muy grande. Muy grande. Muy grande. Muy grande. Muy grande. Muy grande. Muy grande. Muy grande. Así, ocho veces. Tantas, como Roland Garros ha conquistado. Ocho. Huit. Se dice pronto. Nunca nadie antes lo ha conseguido.
Ferrer no pudo ser rival
Era una final española, por lo que ya era una fiesta. Ganara quien ganara, la alegría del país iba a ser máxima. Habrá quien piense que Ferrer se merecía ganar un Grand Slam. Yo también. Pero el guión estaba escrito para Rafa. Para que el cuento del mallorquín se convirtiera en realidad. "Jamás soñé con esto durante mis siete meses de lesión", declaraba poco después del partido.
Cualquiera lo diría tal y como comenzó el choque. Arrasando a un David Ferrer que posiblemente se vio algo desbordado por la situación. 6-3, con varios golpes magistrales, y la sensación de que nadie iba a arrebatarle ese partido.
El segundo siguió por los mismos derroteros. Aunque hubo un momento que puedo ser de inflexión. Con 3-1 para Rafa, Ferrer dispuso de tres bolas de break. Le hubiera metido en el partido de lleno y, viendo cómo es el de Javea en cuanto se viene arriba, podría haber cambiado la historia. Pero Rafa, en otra de sus grandes especialidades, resistió, y resistió, y resistió... hasta llevarse el juego. Y, poco después, el set.
En el tercero, la cosa se igualó, quizá porque el mallorquín comenzaba a acusar el cansancio, quizá simplemente porque Ferrer no está tan lejos de él como se había visto en los dos sets anteriores. Pero a la hora de la verdad, con el 4-3 en el marcador, Nadal logró otra rotura, el 5-3, el saque para ganar, y el set.
Y con el set, el partido. Y con el partido, la final. Y con la final, Roland Garros. Y con este Roland Garros, el octavo de su carrera. Ojalá sea dentro de mucho, pero cuando llegue el día en que Rafa Nadal se retire, se valorará en su justa medida todo lo que ha hecho y está haciendo el mallorquín, y se le recordarán todos los títulos que ha conseguido. Porque es una barbaridad.
Pero sobre todo, será recordado como aquel chaval que pedía perdón a su rival cuando le ganaba en una final, aquél al que le saltaban las lágrimas cada ocasión que subía al podio y escuchaba el himno de España. Porque Rafa Nadal, sin riesgo a equivocarse, es el mejor deportista español de la historia por todo lo que es dentro y, sobre todo, fuera.