La XIX Olimpiada desembarcó finalmente en México, después de varios intentos. Y pese a que podría decirse que era la primera vez que los Juegos se celebraban en un país del Tercer Mundo, que eran los primeros organizados por una nación hispanohablante, y los primeros realizados en Latinoamérica, desde el primer momento los mexicanos hicieron todo tipo de esfuerzos por brindar unos Juegos brillantes al resto del mundo.
Se construyó un espectacular Estadio Olímpico Universitario, junto a otras instalaciones deportivas, para dar lugar a una Ciudad Universitaria maravillosa, construido en buena parte con roca volcánica. Para hospedar a los deportistas, jueces y entrenadores, se construyeron no una sino dos villas olímpicas, además de varios hoteles y apartamentos.
Un total de 5516 atletas -4735 hombres y 781 mujeres- procedentes de 112 países se congregaron en Ciudad de México, para competir en 172 modalidades de 20 deportes olímpicos. El único país al que le fue prohibida la participación fue a Sudáfrica, a causa de su apartheid, y por primera vez las dos Alemanias competían separadas.
Demasiados problemas…
Y aunque la organización hizo todo lo posible por estar a la altura –y lo cierto es que lo estuvo-, que la cantidad de países participantes creció enormemente, y que el número de estrellas por metro cuadrado fue inmenso, los Juegos volvieron a encontrarse con demasiados problemas, la mayor parte de ellos ajenos a su misma esencia.
Como por ejemplo la altitud de México, situada a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, que causaba dificultades a muchos atletas, y generó no menos protestas. Sobre todo, de los deportistas europeos, que veían cómo eran incapaces de rendir al máximo, mientras que atletas procedentes de otros países –sobre todo africanos- eran ‘beneficiados’.
Tales fueron las protestas, que el Presidente del Comité Olímpico Internacional en aquel entonces, Avery Brundage, se vio obligado a salir al paso, afirmando que "los Juegos Olímpicos pertenecen al mundo, no a los países situados al nivel del mar".
O la inmensa población de Ciudad de México, una de las ciudades más pobladas del mundo, con cerca de 7 millones de habitantes, que sin duda dificultaron las organizaciones y los traslados.
Pero sin duda el mayor problema con el que se encontraron los Juegos fue que se celebraron en el 68. Y todos conocemos lo que pasó en 1968. El mayo francés, la Primavera de Praga, los asesinatos en Estados Unidos de Martin Luther King y Robert Kennedy… el clima de revolución estaba latente en todo el planeta.
Y también en México, donde se originaron diversas revueltas estudiantiles. La más dramática, a sólo diez días antes de arrancar los Juegos, en la Plaza de las tres culturas o Tlatelolco. La represión del Ejército Mexicano y un grupo paramilitar ante una manifestación convocada por el Consejo Nacional de Huelga provocó la muerte de decenas de personas.
Los Juegos de Beamon
Aun así, el 12 de Octubre, Día de la Raza, se pudo brindar una brillante Ceremonia de Apertura, que dio lugar a una emocionante competición. Es importante destacar la fecha, pues a pesar de las diferencias de estaciones, México supo no caer en el error de Melbourne de colocar los Juegos totalmente fuera de calendario, para mayor espectáculo de los deportistas, y mayor seguimiento de las audiencias.
El atletismo, como siempre, centró gran parte de la atención. Y más al conocer que en México se estrenaba un nuevo suelo, el tartán, y que por primera vez un tablero electrónico iba a marcar los cronos.
No sabemos si fue por eso, por la altura, por el viento, o simplemente porque ha sido uno de los mayores genios de todos los tiempos, pero el estadounidense Bob Beamon superó a todo el mundo, y a todas las generaciones venideras, con un espectacular salto de longitud de 8’90. Hasta entonces, el récord mundial estaba en 8’35. Tardarían 23 años en superar esa marca.
Lo cierto es que Beamon, que en la calificación había logrado 8’19, voló lejos, muy lejos, en su primer salto de la final. Tanto, que se salió del aparato medidor. Los jueces no se lo creían. El público tampoco. Ni el mismo Beamon. Pero tras medir en varias ocasiones, incluso recurriendo a un viejo metro de metal, y confirmaron su marca, el 8’90, todos estallaron. Acababa de triturar el récord anterior por ¡55 centímetros!
El ‘loco’ Fosbury
Otro saltador, en este caso de altura, y también estadounidense, se convirtió en la estrella paralela de México. Y eso que en la primera ocasión en que apareció en pista fue tildado de loco.
Porque saltaba diferente a todos los demás. A diferencia del hábito de saltar con el rodillo ventral, el extraño atleta de Oregón lo hacía de espaldas, tras dar un brusco giro al término de su carrera, y mientras iniciaba la elevación. "Una excentricidad", exclamaron muchos. Quizá sí, pero una excentricidad que le valió para ganar el oro con un salto de 2’24, y que poco tiempo después todos imitarían, hasta hoy.
Aunque en esta sección de recordar el paso de todos los Juegos Olímpicos, conviene sacar a colación a Mildred Didrickson, la atleta que, en realidad, y salvando algunos detalles, se había anticipado a Fosbury en ese estilo de salto. El problema para Didrickson fue que cuando lo llevó a cabo, en Los Ángeles 1932, fue sancionada por considerar ese salto ilegal.
Para completar la lista de deportistas destacados en México 68 no podemos olvidar a la gimnasta checoslovaca Vera Caslavska, 'la novia de México', que conquistó nada menos que cuatro oros y dos platas, poco tiempo después de haber pasado un mes escondida en las montañas checas la invasión soviética a su país.
También, por supuesto, a Alfred Oerter, de quien ya hablamos en los Juegos de 12 años antes, y que en México conquistó su cuarta medalla de oro consecutiva en lanzamiento de disco; al tunecino Gammoudi, oro en 5.000 y bronce en 10.000, y el único capaz de rebelarse ante la dictadura de los atletas africanos en las carreras de fondo; a la estadounidense Debbie Meyer, ganadora en las pruebas de 200, 400 y 800 metros, a pesar de contar con tan solo 16 años; o a un incipiente George Foreman, campeón de boxeo en pesos pesados.
Una imagen para siempre
Pero quizá la imagen más recordada de todas las generadas en México 68 fue la que protagonizaron el campeón de los 200 metros lisos, Tommie Smith, y el tercer clasificado, John Carlos, en el podio.
Ellos lideraron la protesta de los atletas de color poco después de la muerte de Martin Luther King comentada anteriormente. Al salir a recoger sus respectivas medallas, lo hicieron vestidos de negro, con un guante del mismo color, y con el puño en alto, retando al mundo.
Aquella imagen provocó un enfado tremendo en todo el mundo, por el hecho de que se llevase la política al pódium de unos Juegos, algo lejos del espíritu olímpico. Pero la historia ha demostrado la potencia que tuvo aquel gesto, aquella imagen…
Más españoles, pero sin medallas
La delegación española en los Juegos Olímpicos siguió aumentando, pero una vez más eso no se tradujo en medallas. Un total de 124 deportistas –entre ellos, 2 mujeres- participaron en 11 deportes, en una armada liderada por el regatista Gonzalo Fernández, duque de Arión. Aunque en realidad la participación española ya había comenzado antes, con el paso de la antorcha olímpica, que atravesó nuestro país.
Quienes más cerca estuvieron fueron el equipo de fútbol masculino, que terminó la competición en quinta posición; la misma que consiguió el nadador Santiago Esteva en el 200 metros espalda. El equipo masculino de hockey sobre hierba consiguió una meritoria sexta plaza.
Aunque en esta ocasión también habría que achacar la ausencia de medallas a la mala fortuna, si es que se puede decir así. Porque España sí consiguió victorias, pero en deportes que en esos momentos eran de exhibición. Como en el tenis, donde Manolo Santana y Manuel Orantes disputaron la final, con victoria para el primero tras cinco sets. Además, Santana y Gisbert perdieron en la final de dobles ante la pareja mexicana.
O en la pelota, donde los españoles fueron vencedores en cesta punta y mano por parejas, segundos en paleta con pelota de cuero, y terceros en frontenis.
Y también destacar la actuación de Ignacio Sola, quien durante unos minutos fue recordman olímpico en salto con pértiga, al ser el primero en rebasar los 4’20. Después, con esta marca, quedaría sólo noveno. Cuatro años antes hubiera sido oro.
La realidad, en cualquier caso, indica que pese a seguir creciendo en deportistas y profesionalidad, el olimpismo español se quedó, una vez más, sin medallas.