Era un icono de la URSS, oficial de su ejército y uno de los deportistas más respetados del régimen soviético tras una trayectoria impecable que le llevó a ser condecorado con la Orden de la Bandera Roja del Trabajo. Sin embargo, la historia de Boris Onischenko es la de un hombre que acabó bautizado como Boris, el tramposo por la prensa.
Nacido en Ucrania en 1937, Onischenko no tardó en despuntar desde su adolescencia como un excelente deportista que, tras destacar en la natación, encontró en el pentatlón moderno la modalidad deportiva perfecta para desarrollar todo su potencial. Desde entonces, centró todos sus esfuerzos en esta disciplina que combina tiro con pistola, esgrima, natación, salto ecuestre y carrera.
No obstante, hasta México 1968 no participó por primera vez en unos Juegos Olímpicos, en los que demostró, con 31 años, su enorme potencial. Allí logró sus primeros éxitos y se hizo con la medalla de plata en la competición por equipos. Cuatro años más tarde, en los Juegos de Múnich 1972, confirmó su papel como uno de los deportistas más importantes de la URSS y se hizo con la medalla de oro por equipos a la que unió la plata en la competición individual. Agasajado a su llegada a Moscú, recibió el mejor recibimiento posible, y fue galardonado y exhibido como uno de los mejores ejemplos del deporte soviético.
Con 38 años, Onischenko llegó a Montreal 1976 como un reputado competidor, leyenda en su país, respetado por sus rivales, y gran favorito a colgarse de nuevo las medallas. Cumpliendo con los pronósticos, tras la competición de salto, Onischenko y sus compañeros se encontraban retrasados en la clasificación. Era la peor disciplina para ellos, pero llegaba el turno de la esgrima. Era uno de los mejores de la especialidad, que consistía en que todos los participantes tenían que competir contra los demás hasta que uno de los dos tocaba a su oponente.
A nadie le extrañó que comenzase sumando puntos con facilidad ante sus rivales. Sin embargo, entre la delegación británica empezó a cundir la sospecha de que en su combate contra Adrian Parker no había llegado a golpearle con la espada. Llegó el turno del Jim Fox, que certificó su sensación de que el ruso no había llegado a tocarle cuando se encendió la luz que le dio por derrotado. La delegación británica presentó una reclamación ante los jueces, que finalmente optaron por requisar la espada de Onischenko para examinarla. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron un sofisticado sistema de cableado que concluía en un botón, con el que Onischenko activaba un dispositivo para registrar golpes a su rival sin necesidad de tocarlo.
La decisión fue expulsarlo de la competición en medio de la vergüenza de la delegación soviética. Al día siguiente abandonó la villa olímpica y la Federación Soviética de Pentatlón Moderno anunció su expulsión. Nunca se supo si en el resto de miembros del equipo alguien conocía la argucia que acabó con la leyenda de uno de los deportistas más reconocidos de la URSS. Poco más se supo de Onischenko tras Montreal. Hubo espacio para los rumores que aseguraron que como castigo fue enviado a trabajar en unas minas en Siberia, o las noticias que le situaban como taxista en Kiev. Boris Onischenko, el hombre que un día había sido icono del deporte soviético, desapareció mientras sus compatriotas lo bautizaban como Boris, el tramposo.