Llegó a ser el mejor de su generación. Y eso, hablando del atletismo de fondo, es decir mucho. Hay quien afirma que ha sido el mejor atleta que ha dado Kenia en su historia. Casi nada. Pero su tremenda superioridad le llevó también a su propia miseria: demasiados premios, demasiado dinero, demasiados elogios... y el alcohol como solución engañosa.
Pasó de héroe a villano. No le querían ni en su propia casa. Nadie podía creer que aquél era el atleta que había maravillado al planeta entero. Sólo una persona seguía creyéndolo: él mismo. Y por eso supo salir del socavón y regresar al atletismo, como entrenador. Es una trágica historia con final feliz. Es la historia de Henry Rono.
Un guerrero Nandi
Henry Rono nació el 12 de febrero de 1952 en Kapsabet (Kenia) como miembro de la tribu de los Nandi. Una tribu que se dedica al pastoreo, y que destaca por su organización militar. Todos los hombres se consideran guerreros y tienen una sociedad organizada en torno al concepto, curtido hace más de un siglo con múltiples batallas ante los Masai. Entre otras medidas tribales, los hombres tienen prohibido cualquier contacto con los bebés porque, afirman los Nandi, estos desprenden el Kerek, una sustancia contaminante que hace perder su valor guerrero a los hombres, volviéndoles débiles e indecisos.
En el seno de esa sociedad creció Henry Rono. Un guerrero y un trabajador del campo que, sin embargo, no descuidó los estudios. Y fruto de ello, y de su enorme condición física, en 1976 recibió la oportunidad de acudir a la Universidad de Washington State, junto a su compatriota Samson Kimobwa. Los dos habían brillado en todos los campeonatos estatales.
Nada más llegar, se llevó la victoria en el Campeonato de Cross masculino de la NCAA, con un tiempo de 28:07. Un registro que aún hoy, casi 40 años después, nadie ha superado. De hecho, conseguiría la victoria en este cross en dos ocasiones más (1977 y 1979), pasando a formar parte de la lista –junto a Gerry Lindgren y Steve Prefontaine- de atletas que han conseguido el triunfo en tres ocasiones en la prestigiosa prueba.
A partir de esa primera victoria, fue llegando una tras otra. Su explosión se produjo en 1978. En un intervalo de 81 días, pulverizó cuatro récords del mundo: el de 10.000 metros, el de 5.000 -por cuatro segundos y medio-, el de 3.000 obstáculos y el de 3.000 metros lisos. No había duda: Henry Rono se había convertido en el gran dominador del atletismo mundial.
La pesadilla de los Juegos Olímpicos
Esa superioridad manifiesta, sin embargo, no la pudo demostrar jamás en los Juegos Olímpicos. En los de Montreal'76, su país, Kenia, decidió no participar (junto al resto de países africanos excepto Senegal y Costa de Marfil) debido a la no exclusión de Nueva Zelanda, pues consideraban que el país oceánico, a través de su equipo de rugby -los All Blacks-, había apoyado el apartheid sudafricano.
En Moscú'80, la invasión de la Unión Soviética en Afganistán fue el detonante que desencadenó que hasta 65 países decidieran no participar en los Juegos. Entre ellos, claro, Kenia. Rono se quedaba de nuevo sin la oportunidad de participar en el evento de mayor repercusión del planeta.
Se tuvo que conformar con los Juegos Africanos, en los que ganó el oro en los 10.000 metros y en los 3.000 obstáculos; y con los juegos de la Commonwealth, en los que también logró dos oros (5.000 metros y en el 3.000 obstáculos).
Demasiado éxito, demasiada miseria
Y es que en 1978, tras sus flamantes cuatro récords mundiales y sus victorias en los Juegos Africanos y de la Commonwealth, Rono se había convertido en un atleta de moda. Ya no escapaba a nadie su poderío, su superioridad. Así que Nike le hizo un contrato muy suculento. Pero fue entonces, en su mejor momento, cuando el atleta comenzó a sentirse solo, abandonado como persona. "Era un simple muchacho africano que se encontró de pronto en la cúspide del mundo, y era muy difícil manejar una vida como esa", afirma.
Siguió cosechando victorias, pero ya no las celebraba. No le alegraban. Ganar, su diversión, su entretenimiento, se había convertido en una obligación, en una obsesión. Si ganaba, era su trabajo; cualquier traspié, por inevitable que fuera, era un fracaso. Y las cosas comenzaron a ponerse feas.
Henry Rono buscó la solución donde muchos más la han buscado pero nadie la ha encontrado: el alcohol. Y su rendimiento, obviamente, cae en picado. Llega tarde y mal a las citas. En algunas ocasiones borracho. Incluso ni se presenta a más de una. Afirma que en 1981, en una carrera internacional, se llevó la victoria con plusmarca mundial incluida en el 5.000 después de una borrachera inmensa, y dormir apenas una hora. Su calidad era indeleble.
Pero su carrera continuó cuesta abajo, paralelamente al aumento de su alcoholismo. Y sólo un año después decidía retirarse. Más que una opción propia, fue una decisión obligada: le obligó la bebida. Y ésta no sólo le arruinó su carrera deportiva, sino que también le dejó sin dinero.
Regresó a casa, a su Kenia natal, en busca de ayuda, pero nadie le quiso. Como si de un apestado se tratara, olvidando los grandes logros que había conseguido para su país, le invitaron a marcharse y a no volver nunca. Afirmaron que era "una desgracia para Kenia", como el mismo Rono relata en su libro Sueño Olímpico.
De vuelta a Estados Unidos, comenzó a trabajar en un lavadero de coches, alternándolo con otros menesteres similares, para poder llevarse algo a la boca. Todos se olvidaron de él. Hasta que años más tarde apareció en una fotografía de un periódico, que acompañaba una noticia sobre un mozo de maletas del aeropuerto de Albuquerque (Nuevo México) que había ayudado a los supervivientes de un accidente. La foto rezaba Henry Rono, maletero. Efectivamente, todos se habían olvidado de él.
El regreso del guerrero
Todos menos él mismo. Encontró en sus orígenes la salvación. Su corazón de Guerrero Nandi le hizo resurgir cuando había tocado fondo. "Si sigo un poco más en ese estado, ahora estaría muerto", cuenta Rono. Pero no, supo aguantar y volver con más fuerza. El primer paso fue dejar el alcohol. El segundo, volver a sentir aquello que le había dado sentido a su vida: el atletismo.
Comenzó a entrenar, a perder kilos y a ponerse en forma. Llegaron las carreras –de veteranos, pero carreras- y con ellas su vida volvió al sendero correcto. Poco después comenzó a ejercer de entrenador en una escuela de atletismo. El deporte que tanto le había dado, y que tanto le había quitado, le ofrecía una nueva oportunidad de sentirse vivo.
Hoy sigue enseñando en un instituto. Una enseñanza que vale doble: la del atleta que dominó el planeta y consiguió cinco récords del mundo, pero también la de la persona que tocó fondo, coqueteó con la muerte y supo reponerse y volver a sonreír. Quizá les cuente a sus alumnos, entre serie y serie, aquello que, por fin orgulloso, publicó en su autobiografía:
Yo soy Henry Rono, quien, a pesar de innumerables obstáculos en mi vida, he vencido a todos. He tenido éxito en una sociedad que glorificó mi alma en los años en que estaba en la cima del mundo y que la desnudó y se burló de ella cuando estaba en el fondo. He tenido éxito porque soy un guerrero Nandi.